Hace treinta años se celebraba en España un
Mundial de fútbol que fue ganado por Italia, en una final, en la que por
supuesto, no participó España. Tan impensable era que nuestro país no ya ganara
un campeonato del mundo, sino que accediera a jugar una final, que unos grandes
almacenes ofrecían devolver el importe de la compra de los televisores si
España ganaba aquel Mundial. Nadie compraba aquellos televisores pensando en que
fueran a salirles gratis, sino que aquellas fechas significaron la muerte definitiva
de los antiguos armatostes en blanco y negro y trajeron el PAL, un sistema de
625 líneas que patentó telefunken y que fue la base de la televisión analógica
hasta hace poco; aún se sigue utilizando en algunos países.
Y
el Mundial celebrado en España fue un buen argumento para que todos nos embarcáramos
en firmar 24 o más letras de cambio para poder gozar de los colores de nuestra
camiseta, la roja, aunque al equipo se le siguiera llamando, con más acierto, la
Selección nacional. Aquello era un lujazo; una tele costaba el sueldo de tres
meses, pero quién iba a quedarse atrás en aquella carrera, cuando se podía pagar
en tan cómodos plazos. Seguían siendo aparatos primitivos para el punto de
vista actual, con seis canales disponibles –en España sólo había dos, la
primera y la segunda, ambas estatales- que se sintonizaban manualmente, dando
vueltas a un botón hasta que se paraba en la frecuencia buscada.
Lo
mismo que han cambiado los tiempos con respecto a la técnica, así parecen
haberlo hecho con nuestro fútbol, ya que no solo es posible que España juegue
una final, sino que gane de forma consecutiva tres campeonatos, como ha
sucedido. ¿Qué ha pasado? Cada uno tiene sus teorías personales. ¿Cuánto durará
esta gloria? Ojalá que mucho; dentro de lo poco aficionado al futbol que soy, y
que no extiendo mucho más allá del amor por el equipo de mi ciudad y su
seguimiento, deseo que esto dure. Y mucho. Pero también aventuro que, cuando
llegue el final de esta hegemonía hispana sobre este deporte seguido por masas,
vendrá un periodo de sequia que acabará aproximadamente a los veinticinco años
de que nazca otro Andrés Iniesta.