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lunes, 23 de noviembre de 2015

ME DIJISTE


Que ya era llegado el momento,
que luchar, no merecía la pena.
Y me invitaste a subir a tu barca,
a cubrirme con tu túnica,
un lienzo ligero,
y a portar el farol,
 mientras que tú remabas.

Me prometiste en lo oscuro
el vaivén de los otoños,
lo confuso de la noche
y el fragor de las tormentas.
A soñar hacia atrás,
a escapar de la luz
y a buscar en los túneles la sombra.

Pero olvidaste que el sol brilla
por encima de los parques
y el sonido de sus fuentes,
que a veces atraviesa la fronda
y, fugaz, te deslumbra.

Que pertenezco a un árbol
que sustento y me sustenta,
que existo por su tronco y su corteza
y por su savia me alimento,
que por él sé quién soy
y por quién pregunto,
que las raíces también laten
y los tallos sostienen mi esperanza.

Que soy tierra,
y que a la tierra me debo,
y a mis flores.






José Luis Tirado Fernández

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL MONTE PIROLO Y RODRIGO DE TRIANA




El monte Pirolo parece emerger en jaramagos amarillos, para sostener la figura de Rodrigo de Triana ¿quizá de Lepe?, sustituta –ya para de gente de mi quinta y anteriores- de aquella otra que en Chapina también señalaba ¡Tierra! y que hoy descansa en unos almacenes municipales. La última vez que la vi, aún existe, estaba al final de Blas Infante, en unos viveros propiedad municipal que no sé si sobreviven.


Foto del diario ABC


ABC Con respecto a la efigie de Rodrigo de Triana, esta estuvo durante algún tiempo en la Plaza de Chapina, según la información aparecida en el diario ABC, esta nueva ubicación se inauguró en 1948, y estuvo en ese lugar hasta finales de la década de los años 1970 que, por su deterioro y mal estado de conservación fue retirada -el brazo era mutilado con mucha frecuencia-, posiblemente ya no exista. Actualmente una escultura de nueva factura, se colocó a principio de los años 1980 al final de la calle Pagés del Corro.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 16 de noviembre de 2015

OIDO EN LA BARRA DEL BAR XII


                Un buscavía vendiendo papas con un borrico y unas angarillas, se para en un bar, dejando al animal amarrado en la puerta. -Manuel, échame una cervecita y una tapa buena de carne con papas. Sale a la puerta, mientras el asno le mira por el hueco de las anteojeras, y se bebe la cerveza y se come la tapa regodeándose.
                El burro dice: -cabrón, ni siquiera me ha ofrecido un traguito, ni un mísero bocado. En la siguiente parada, por supuesto otro bar, vuelve a repetir. -Ramón, una cervecita bien fresquita y una tapa grande de ensaladilla. Vuelve a beber y comer sin ofrecer nada a la bestia, que vuelve a murmurar: -Maldito egoísta, nada, que no me da ni una mijita.
                Entonces acierta a pasar por allí una monja, que escucha las murmuraciones del rucio. -¡Madre del amor hermoso! ¡San Francisco me ha dado el carisma! Cuéntame, hermano burro, el porqué de tus suspiros… -Pues verá hermana… este dueño mío, que tiene más cara que espalda. Se toma la bebida y la comida y no me ofrece ni un grano…
                -Pero hijo mío, háblalo con él, dile que comparta contigo sus viandas, todo es cuestión de hablar…
                -¿Hablar? Hermana, éste se entera de que yo hablo y me pone a pregonar las papas.




Por la trascripción, gracias a Pedro, el campanillero más flamenco que conozco.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 9 de noviembre de 2015

LECHE DE BURRA


                En los años sesenta a los chavales nos vendían en los kiosquillos unas pastillas blancas, como aspirinas, que tenían un sabor característico –nunca he vuelto a saborearlo-, dulce y pastoso, y que costaban una gorda, que era la décima parte de una peseta, al cambio, es curioso comprobar que por una monedita de un céntimo de euro nos podríamos comprar 16 pastillas. Es decir que en la actualidad, no podríamos comprar una sola pastilla porque no existe moneda lo suficientemente pequeña.


                Leyenda es que Cleopatra, Popea o Napoleón tomaban baños de leche de burra, por sus propiedades cosméticas, aunque es su valor alimenticio lo que en esta ocasión nos interesa, puesto que se le suponían cualidades  contra la tisis, como alimento ideal para niños, purificador de la sangre y del sistema inmunológico, etc… No llegué a conocer la venta ambulante de esta leche, aunque he visto algunas fotos de los vendedores, que tenían su propio pregón y que ordeñaban a las burras en plena calle en la vasija que le entregaba el comprador.
                Uno de ellos, el necesario para el germen de esta entrada, lo fue Manuel Ojeda, apellidado por dicho motivo “El Burrero”, quien llegó a poseer una importante recua. Así se llamó igualmente el café que instaló en la calle Tarifa, como su sucursal de verano, junto al puente de Triana. Aquí tenemos un cartel con un elenco que para nosotros quisiéramos en el Maestranza.



José Luis Tirado Fernández