Cuando Don Nicolás Salas nos ve venir, debe pensar: “Ya están aquí otra vez esos dos pesados”. Tras unos amables saludos y las preguntas por la salud de rigor, mi amigo Paco saca el tema.
Don Nicolás, lo de Al-mutamid…
Y es que pensamos, piensan muchos, que ya va siendo hora de que este personaje, un día rey de estas tierras, gran poeta y bienhechor del arte y la cultura que hoy disfrutamos, debería reposar en su patria, como se ha hecho con anterioridad con otros ilustres nacidos en Sevilla, y que ya va siendo hora de que alguien se mueva. Por ejemplo, los sevillanos. Y don Nicolás tiene entre ceja y ceja traernos un día al rey poeta para que le tengamos con nosotros. Vamos a apoyarle, entre todos, podremos.
Tumbas de Al-mutamid (a la izquierda), Itimad (a la derecha) y el hijo de ambos (centro). El mausoleo se construyó en 1970 ya que hasta la fecha las tumbas estaban en ruinas, como toda la vieja ciudad de Agmat. El lugar se conoce como la tumba del forastero (qabr al-garib) debido al epitafio que el mismo rey poeta escribió y que empieza: «Tumba de forastero, que la llovizna vespertina y la matinal te rieguen, porque has conquistado los restos de Ibn ‘Abbad». De Wikipedia.
Gustavo Adolfo Bécquer
En 1913 consiguieron los sevillanos que los restos del poeta fueran traídos a Sevilla desde Madrid, donde descansaba desde 1870. Una anécdota poco conocida, y que sin embargo nos atañe por estar relacionada con la historia de nuestra Hermandad, fue que, llegado el féretro a la estación de Córdoba, y recibido por las autoridades municipales y los amigos y amantes de su obra, era conducido a hombros hacia la Universidad, cuando un enorme aguacero descargó sobre la ciudad. Ante la duración del mismo y dado que se echaba la noche encima, se decidió colocar el ataúd a los pies del Cristo de las Siete Palabras, donde permaneció toda la noche, hasta el siguiente día en que continuó el traslado. ¿Qué excelsa conversación mantendrían en la soledad y silencio de la capilla Jesús colgado del madero y el poeta yacente a sus plantas? A veces, cuando se entra, parece que resonaran sutilmente en su eco las rimas de Gustavo Adolfo, declamadas por él mismo, dirigidas a nuestro Cristo.
Al-mutamid
Su nombre era Muhammad Ibn Abbad al Mutamid. Era el segundo hijo de Almutadid, rey de Sevilla, y alcanzó el trono porque su padre mandó ejecutar a su hermano mayor, por traición. Fue un gran poeta y mecenas de poetas y literatos, y en Sevilla son varias las leyendas que se le atribuyen.
La partida de ajedrez
Una leyenda cuenta que Ibn Ammar, el favorito de Al-mutamid jugó una partida de ajedrez con Alfonso VI de León, el cual se encontraba asediando Sevilla (1078). La apuesta era elevada, puesto que el ganador decidiría el destino de la ciudad de Sevilla. Ibn Ammar ganó la partida y le pidió al rey castellano que respetase la ciudad. Alfonso mantuvo su palabra y no atacó Sevilla, quedándose con el tablero y las piezas del juego de ajedrez. La realidad es más prosaica, y el sitio no se levantó hasta que Al-mutamid no acordó pagar un cuantioso tributo a Alfonso VI.
Al-mutamid conoce a Rummaykiya
Al-mutamid e Ibn 'Ammar solían salir disfrazados a pasear por un lugar llamado la pradera de plata, posiblemente en la zona de confluencia del Tagarete y el Guadalquivir. El viento rizaba el agua y Al-mutamid improvisó un verso:
La brisa convierte el agua una cota de mallas.
La costumbre era que el acompañante debía continuar el poema, en el mismo metro y con idéntica rima, pero en aquel momento no le llegó la inspiración a Ibn 'Ammar; entonces, una voz de mujer lo hizo:
¡Qué armadura para el combate si quedara helada!
Sorprendido Al-mutamid, buscó la voz y dirigiéndose al sitio encontró a Rummaykiya, esclava de un arriero, quedando prendado de su belleza. La llevó a su palacio y la hizo su esposa, adoptando desde aquel momento el nombre de Itimad.
Luego de una época de esplendor en cuanto a su reinado, llegó a tener que pedir ayuda a los almorávides para luchar contra los cristianos. Los almorávides vinieron, lucharon contra los cristianos y, ya de paso, se quedaron con todo. Incluido su reino. Al-Mutamid fue depuesto por el emir almorávide en 1090 y desterrado a África. Encadenado junto a su familia, tuvo que embarcar en el Guadalquivir, camino del destierro en África. Con Rummaykiya andrajosa, su hija vendida como esclava y sus familiares en la calle, Al-Mutamid escribió sus mejores poemas al tiempo ido, a la belleza gozada y perdida, a sus cadenas y a los cuervos de Agmat, evocando los olivares sevillanos y sus palacios. Allí murió, un día de otoño de 1095. Vive en sus versos. Su historia es su leyenda.
Algunos poemas de Al-mutamid
En sueños
En sueños tu imagen presentó a la mía, mejilla y pecho;
Recogí la rosa y mordí la manzana;
Me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento:
Me pareció que sentía el olor a sándalo.
¡Ojalá quisiera visitarme cuando estoy despierto…!
Pero entre nosotros pende el velo de la separación:
¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros,
por qué no se aleja la desgracia?
El copero, la copa y el vino
Apareció, exhalando aromas de sándalo,
Al doblar la cintura por el esbelto talle,
¡Cuántas veces me sirvió, aquella oscura noche,
en agua cristalizada, rosas líquidas!
Este lo compuso estando preso en África
Yo era amigo del rocío, señor de la indulgencia,
Amado de las almas y de los espíritus;
Mi diestra regalaba el día de los dones,
Y mataba, el día del combate;
Mi izquierda sujetaba todas las riendas que dominaban
A los corceles en los campos de batalla.
Hoy soy rehén, de la cadena y de la pobreza
Apresado, con las alas rotas.