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jueves, 19 de abril de 2012

EL SIGUIRIYERO EN LA SAETA

Dedicado a Concha Percio

            Y como pasaron los días señalaítos –ay, dolor- y como impregnaron este alma indiferente a los eventos culturales, deportivos y hasta sentimentales cuando llegan esas fechas, y a pesar de las lluvias y de que no salieron todas, pero salieron muchas, y de que se ha vivido lo que se ha podido pero no como se hubiera querido, pues eso, que también ha estado uno en la calle y ha vibrado, sentido y hasta escuchado alguna que otra saeta, unas, dignas, otras, buenas y alguna elegante y correcta.

            La saeta no aportó nada al flamenco, sino que se alimentó de él. Era plana y se modeló en el cante, adoptó sus reglas y sobrevivió; de canto de salmodia anodino y runruneante  pasó a ser rico, brillante, agradecido, y comenzó a circular en el tiempo de pasión como uno de los palos. Nada más lejos de la realidad; en plata, la saeta podría considerarse una sanguijuela.

            Cuando se acomete una saeta por siguiriya (esto es para explicarlo en otro trance y abarcaría alguna página que otra), se tiene uno que meter en los cantes madres, en sus términos, sus marcas… pensar en sus formas, en definitiva. El siguiriyero es melismático, sinuoso, atormentado, capaz de aplicar a una saeta la práctica habitual de su arte y sorprender con su contenido flamenco. Resulta curioso comprobar cómo gente que habitualmente no canta flamenco emprende con cierta facilidad una saeta, la empieza, la termina y deja por medio algunas trazas de arte. Son gente que ha arrimado el oído al altavoz, una y otra vez, como antes se pegaban al cantaor en una candela o en una taberna, pero no suelen aportar nada propio a la interpretación. Al siguiriyero se le conoce cuando dice el primer ¡ay! y se sabe o se adivina lo que viene a continuación, dependiendo de la calidad de cada cual. No suele hacer el macho o el cambio a martinete –remate-, eso dulcifica mucho y alarga excesivamente el cante, y la saeta es un dardo –de ahí su nombre- que hay que lanzar y salir andando, y no recrear ni recrearse en ella. La gente, además, lo agradece.

            En los balcones, en las calles, se escuchan saetas que son siguiriya pura, y eso da un indicativo de que allí hay un flamenco. Las versiones “light” de la misma son acompañadas y almibaradas con escalas que llevan embutidas insólitas octavas y son más interpretadas en exaltaciones y pregones, en los que yo también me meto –o me meten- pues sarna con gusto no pica. Ahí se encuentran, si no las mejores, si las que tienen mejores letras, aunque se olviden en algunas de lo sagrado de su contenido y se incluyan extrañas adjetivaciones sobre todo en las dedicadas a la belleza de nuestras dolorosas.

            En fin, la saeta por siguiriya tiene muchas variantes, muchas formas, tantas como intérpretes. Mi opinión es que cuando un siguiriyero canta una saeta podemos asistir a un acontecimiento sorprendente. Lo malo es cuando un saetero quiere meterse a siguiriyero. Cada uno a lo suyo.

1 comentario:

  1. Desde mi corto entender en este palo del Flamenco, totalmente de acuerdo, es más me parece que desde hace unos años se están ejecutando saetas demasiado largas y, creo que la saeta debe tener una medida entre justa y sencilla.

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