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viernes, 1 de junio de 2012

COSAS QUE PASAN

         Los vi pasar y no dudé en salir, cámara en ristre, para perpetuar el momento. Me pareció tan gracioso, tan poco visto, tan surrealista el cuadro que me acerqué con el dedo puesto en el gatillo. El perro iba sentado en la silla de ruedas, con la radio sonando y con ese gesto tan tranquilo y como pasando de todo. Una monería. La gitana buscaba en los contenedores, quizá su destino, a lo mejor todo lo bueno que la vida le había negado y que no se resistía a dejar de buscar. Una familia, un hogar, tal vez la planta de un gitano con patillas de hacha y mascota negra, con una varita de bambú forrada de piel, con flecos y punta de metal, que el azar le arrebató en aquel hospital aquella noche de aquel invierno. Pero los contenedores solo ofrecen historias tristes, lanzazos con dolor de perpetuidad que iba soportando como podía. En esto, vine yo a llamarla: ¡Prima!
         Dejó de mirar el fondo del contenedor y me lanzó los dardos de sus ojos negros, hizo un ademan de extrañeza y con otro gesto me hizo una pregunta silente. Yo le señalé al perrito y le mostré la cámara, presta a disparar. Se puso a menear la cabeza, que no, que no, coño, que no. En un momento dado, llegó a alzar el palo con el que movía los desperdicios. De ninguna manera quería que me llevara ni siquiera la imagen de su perro dentro de la tarjeta de memoria.
         Pero yo no pude resistirme, me volví hacia la silla, tiré mi foto y me dispuse a recibir la tarascada. No llegó; empuñó los mangos de la silla, la empujó y se fue con la música (nunca mejor dicho) y el perro a otra parte, a otras aceras, a otros contenedores, a otros ámbitos donde hallar sentido y cordura a todo lo que sucede. Y si ya es difícil para la gitana, fíjese usted para nosotros, sedentarios habitantes del reino de lo insulso, moradores impenitentes del lugar donde nunca pasa nada.
         Yo los seguí con la vista hasta que ella se volvió, repitiendo aquella mirada de volcán al rojo. Esperé una peineta; sin embargo, levantó su palo de remover conciencias y me lo mostró. ¡¡¡Mala fú te comas!!! Dijo, antes de girar en la siguiente esquina, mientras yo acariciaba la cámara, seguro de haber captado un momento único, maravilloso.
         ¿Cuándo los volveré a ver de nuevo? ¿Seguirá gustándole la música al perrito? ¿Estará mejorcito de las patas? ¿Habrá dado ella con su sino en algún contenedor? Muchas preguntas, muy buena suerte. Este es el resultado. El caballero que pasaba por allí en ese momento, y que estaba tan asombrado como un servidor, sabrá perdonarme. Si me lo comunica, retiraré la foto. Mientras, gocemos de ella. Pocas veces se ven cosas como esta por las calles de Serva. Y a este paso, menos se van a ver.

José Luis Tirado Fernández

2 comentarios:

  1. Jajajaja, artista, que eres un artista. Estos son los detalles que ponen un poco de chispa en nuestras vidas.

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  2. Querido Jose Luis,eso es VIDA,y tu has sabido retratarla,como siempre y desde otro angulo de tu arte

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