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miércoles, 16 de enero de 2013

PICO QUE PICO


         Esta historia me la contó mi abuela, de pequeño. Es un cuento simple, sin muchas pretensiones literarias, pero que resume en muy pocas líneas la infalibilidad del sino, el ineludible camino que el hombre sigue desde que nace hasta que muere, y que algunos intentan alterar sin éxito; para otros, en cambio, es razonable aceptar sin lamentarse y con paciencia, la inevitable aventura de vivir, incluso la mala suerte.

         Un hombre adinerado solía pasear por sus tierras de labor, montado en su caballo, ricamente vestido y luciendo en sus manos y en su cuello oros y brillantes, distintivo de su posición y riquezas. Visitaba la besana y contemplaba laborar a sus trabajadores, aunque jamás se identificó con ellos como el amo, ni ellos le habían visto nunca, pues para esos menesteres tenia buenos administradores.

         Una tarde, durante uno de sus paseos, observó cómo uno de los jornaleros que abría la tierra con una azada tenía la cara cubierta de lágrimas, y decidió acercarse para preguntarle por la razón de su desdicha. No le dijo quién era, y desde su caballo recibió el dolor que aquel hombre hospedaba en su alma, y que le acuchillaban el ánimo, cuando éste desahogó su angustia confesándole que tenía una numerosas prole, la cual se mantenía sólo con el pan que él mismo ganaba trabajando en el campo, su mujer enferma y uno de sus hijos paralítico de nacimiento.

         Grande el corazón del caballero, y de gran largueza para con sus semejantes, urdió un plan para ayudar al labriego en  sus penalidades. Permaneció junto a su tajo hasta que llegó la hora de dar de mano y le vio abandonar la faena y alejarse, después de despedirse. Volvió al lugar de noche con bolsa llena de monedas de oro, con lo que el hombre podría salir de sus pobres circunstancias. La enterró en el lugar en que al siguiente día su trabajador volvería a cavar y se fue a su hogar con la sensación de haber remediado su sufrimiento y el de su familia.

          Pero el destino quiso que el hombre enfermara aquella noche y al día siguiente estaba postrado en la cama e imposibilitado para la labor. Y también sentenció el destino que otro jornalero ocupara su puesto y hallara aquella bolsa que tanta miseria podía llevarse.

         Volvió a pasear el caballero por su propiedad cuando pudo ver al desdichado cerca del mismo sitio que en la anterior ocasión y se le acercó nuevamente. Le preguntó por su salud y por su familia. Después de contestarle, el hombre relató al caballero lo sucedido y la mala suerte que le había asaltado. Luego de despedirse, siguió dando labor a la tierra, mientras repetía sin parar:

“Pico que pico, que el que nace pa ´pobre, no pué ser rico.”

1 comentario:

  1. Me parece muy sentencioso este cuento de tu abuela. La mía contaba historias parecidas: Quien nace lechón...muere marrano, y cosas así. Creo que el acontecer de las personas no depende del sino o del destino...Pero aquello eran otros tiempos.
    Recibe un cordial saludo.

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