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martes, 3 de septiembre de 2013

HEREJIA, MI PADRE Y EL NAIPE QUE NUNCA EXISTIÓ

Para Ramón Gómez del Moral


            Esta historia viene de lejos, de un tiempo en el que comer era un hecho fortuito y, por provocar esa posibilidad, se hacían cosas asombrosas. Llenar el buche era un listón cuyo desbordamiento era el goce y la satisfacción del ansia de a veces, varios días.
            El hambre le ha dado tantas páginas a las letras como golpes dan las olas en las rocas una noche de tormenta. Y cuántas picardías ha levantado el hambre. Desde las uvas de Lázaro prosiguieron la estela y rondaron, husmeando con las de Caín los pucheros que hierven  tantos miles de famélicos; que el cuerpo de la literatura no tendría esqueleto si  sus hijos no hubieran tenido la oportunidad de narrar sus cuitas. Desde antiguo, hasta el siglo de oro, hasta las hambrunas provocadas por los conflictos bélicos, hasta la posguerra de los cuarenta en España, cuántas líneas, cuánta tinta, cuántas lágrimas. Y lo curioso es que siempre nos lo hemos tirado a risa.

Herejía en la cocinilla de mi madre. Era muy aficionado a los guisos, incluso tenía una receta de arroz con tomate y cuando nos reuníamos para la fiesta, se encargaba él personalmente de hacer la comida. Es curioso comprobar cómo las cocinas en aquel tiempo tenían cerradura, porque eran accesibles desde el patio del corral y había que defenderlas. Podemos ver la llave puesta. Y es que la comida en aquel tiempo era una cosa muy seria.

SE VENDEN PASTELES

            Los trenes de aquella época no eran muy cómodos, asientos de madera, traqueteo, carbonilla, pero era lo que había y la única forma de llegar a los pueblos un poco lejanos a la urbe, ya que a los cercanos se llegaba fácilmente en bicicleta. Nos referimos a los principios de los años cincuenta, cuando España comenzaba a salir de las hambrunas a que fue sometida por la autarquía del franquismo, fechas que supusieron la secuela de aquel sin sentido. En un tiempo en el que abundaban más los piojos que los garbanzos, no debe resultar inverosímil que un simple pastel fuera asunto de los sueños de millones de españoles
            Nunca me contaron dónde compraban los pasteles, pero yo supongo que en los mismos pueblos en que los vendían. Usaban canastos de caña al estilo de los que usaba Emilio el de los mariscos. Herejía me contaba cómo iban los dos un buen día cargados con dos canastos llenos de pasteles; mientras él pedaleaba, mi padre iba detrás en  el trasportín, hasta que el cansancio le hizo quedarse dormido. Cuando se dio cuenta, frenó, comprobando que había dejado caer por el camino la mercancía. Además de vender, canasto en mano, por las casetas, organizaban rifas a la hora de más afluencia de público, en las que el premio era el canasto entero. Iban vendiendo participaciones en forma de cartas de la baraja española, para, finalmente, proceder al corte y ¿entregar el premio? Hasta ahí podía llegar la broma. El naipe premiado jamás había sido vendido. Esos pasteles eran vueltos a rifar, o se vendían en la próxima feria. Cuando se ponían duros, los sumergían en agua con azúcar, los oreaban y vuelta a empezar. Tiempos.

En esta, de mediados de los cincuenta, está mi tío Juan, en el centro, en la feria de Benacazón. Detrás de ellos, puede leerse: "Pasteles a 1´00 peseta"

TE CAMBIO UNA SOTA POR UNA BULERIA

            El de las cartas era mi padre. Siempre las dominó a la maravilla, y no precisamente eran cartas de amor. Lo he visto en la escalerilla, siendo yo pequeño, ir  desplumando a varios golfillos de la plazuela, hasta que de uno en uno, se iban retirando. Durante sus visitas a los pueblos para buscarse la vida, solían también jugar partidas de cartas, con apuestas monetarias, claro que sí. Su juego favorito era el giley, que permite una serie de rondas de envite, hecho que permite a los más aventajados “meter” en apuestas sin interés a los demás, para ir minando poco a poco sus bolsas. También hacían un juego al que ellos llamaban el “cané”, y que se jugaba mucho en la cava de los gitanos, pero ahí no llego yo; ni siquiera sé si es un juego de envite, aunque supongo que sí. Me contaban los mayores de mis mayores, es decir, de ellos mismos, que se entendían no sólo con mirarse, sino en la forma en que respiraba el otro en cada una de las situaciones que iban viviendo. Herejía intentó sin éxito enseñar bailar a mi padre; de lo que estoy seguro, eso sí, es que José sí aprovechó las enseñanzas lúdicas de su amigo.
            Una noche, tras una buena venta y la relajación propia del deber cumplido, entablaron en una caseta una partida con un gitano que también buscaba la vida de feria en feria, pero la carta que le tenía que venir al caló nunca llegaba –para eso estaba allí mi padre- y el final fue un “alégrame el día” en el  cual Herejía metió a su “primo” de cabeza dentro de un barril de agua que allí había, desatendiendo los consejos de mi bato que intentó, o eso me dijo, evitarlo. Incluso le ayudó a salir, impidiendo que se ahogase. Tampoco sé si se lo agradeció, aunque presumo que no. Otro que se quedó buscando el naipe. Y mojado.

José Luis Tirado Fernández

4 comentarios:

  1. !Cuantas historias,cuantas vivencias,cuantos recuerdos se remueven ante tus escritos. Yo tuve la suerte de vivir en un corral Calle Imperial 41,convertido actualmente en aprtamentos de cierto lujo.
    Cierro los ojos y veo aquel patio,y el corredor arriba lleno de puertecitas y cada una de ellas era una casa,donde vivian toda una familia. La cocina era comun,pero yo recuerdo que habia una gran hermandad . Y algo que me inicio al amor a la musica,era el coro de campanilleros que en el patio ensayaba,mientras las vecinas repasaban la ropa,remendaban y se intercambiaban los avios,y nosotros los niños nos daban una botella o un almirez para hacer coro co ellos. Bueno aquellos recuerdos los tengo vivos.y esas vivencias forman parte de mi vida.

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  2. Un pasaje de tu polifacética vida bien reseñado. Como es tu costumbre poniendo los cinco sentidos. A través de tu relato oigo el corretear de los 'chaveas', veo las angustias de los que no tienen qué llevarse a la boca, huelo y saboreo el 'socarrat' del arroz con tomate, al tiempo que pellizco al pan recién horneado.

    Que me dediques esta entrada, José Luis, es un honor que no merezco. Gracias.

    Sigue fiel a tí mismo: continúa practicando la afabilidad, la sencillez, la bondad y la honradez en el carácter -y en el comportamiento-; a esto se le llama bonhomía.

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  3. Jose Luis, te acuerdas de las algarrobas que comiamos. Y de la lecche en polvo? Y cuando nos llevaron a las niñas de los colegios con la banderita a ver pasar a Eva Peron? Nos hiccieron creer que esa sra, acabaria con el hambre que habia
    Por esa y tantas cosas,ahora hemos de saber valorar lo que tenemos,y por supuesto,somos la generacion afortunada,porque fueron nuestros padres los sariicados para que muchos pudiesemos estudiar y tener otra vida , de los pueblos,de las alpargatas han salido personajes ilustres en todos los campos,medicina,ciencia,etc
    Solia decir mi marido que los que estudiaban de familias humildes,sobresalian,la de los ricos la mayoria se hicieron unos inutiles. Por eso vemos tantos inutiles ahora en poitica,en justicia etc etc, la mayoria eran hijos de papa
    !Bienaventurados los que se hicieron a si mismo,y no los que llegaron arriba por el empujon y el dedazo

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  4. Compartes tus vivencias con enorme sentimiento. reflejas una época que es todo un valioso testimonio histórico y lo haces con una sencillez y cariño que sólo me resta decirte claro y alto:

    ¡¡¡GRACIA!!!!

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