La
Virgen María, encinta y a punto de partir de viaje a Belén de Judea, sueña que
ya tiene a su niño entre los brazos.
Dice
a Dios sus oraciones
de
noche, cuando se acuesta;
antes de cerrar los ojos
antes de cerrar los ojos
a
su bondad se encomienda
y
El le da sus bendiciones
desde
su atalaya excelsa,
porque
lleva en las entrañas
un
viril de vida eterna.
En
un rincón de la estancia
José
duerme a pierna suelta
para
levantarse pronto
que
un largo viaje espera;
dio
de comer al borrico,
preparó
viandas frescas
y
dos pellejos de agua
por
si la calor aprieta,
que
el invierno admite a veces
los
rigores de esta tierra.
Mientras,
Maria, dormida,
campiñas
de raso sueña
y
al verde de su capote
extiende
ilusiones nuevas;
en
lo mejor de sus sueños,
extrañas
luces la inquietan
y
mira por la ventana
guiada por la extrañeza.
Los
faros del universo
han
venido a su presencia
y
alumbran la majestad
y el garbo
de su silueta
astros,
planetas, luceros,
y
todas… todas las estrellas
bajaron
a su morada,
abandonaron
su estela
dejando
el hueco en el cielo
y
se acercaron a verla;
pero
la estrella de Dios,
la
que a los magos orienta,
la
que señala el camino,
quiso
estar más cerca de ella
y
vino hasta su brocal
a
iluminar su belleza.
La
estrella bebe en el pozo…
Maria
con gran sorpresa
acude
fervientemente,
se
sube sobre una piedra
y
se asoma como puede
porque
el vientre no la deja.
Cuelga
del tul de su velo
un
canasto de varetas
y lo desliza hasta el fondo
a
ver si puede cogerla.
Hasta
arriba lo levanta,
pero
no viene la estrella…
sino
un colosal prodigio
que
boquiabierta la deja…
Allí…
se le presenta la vida,
se
le aparece la prenda
ansiada
de sus amores,
el
don que le prometiera
el
Arcángel San Gabriel,
anuncio
de su grandeza,
un
querubín de hermosura
de rizada cabellera
y
los ojos como un cielo
de
dulzura marinera.
Ella
le coge en sus brazos
y
con ternura le besa,
él
sonríe y le dedica
la
miel de su boca fresca,
con
cuatro dientes que asoman
jazmines
de primavera,
le
va devolviendo besos
como
caricias de menta.
Ella
retoza en el patio
y
con su cachorro juega,
caballito
al trote largo,
al
corro de la morera…
vivan
los guardias civiles
que
van por la carretera…
al
colmo de la alegría
con
cinco lobitos llega,
y
como no puede hacerle
la
sillita de la reina,
le
brinda para mecerlo
el
columpio de sus trenzas.
Ella
y su niño en el patio
colmados
de dicha plena,
¡Qué
maravilla de cuadro
y
qué estampa más risueña!
¡Qué
sueño tan prodigioso,
qué
fantástica quimera!
Pero,
ay, dolor, poco duran
esas
hermosas escenas,
porque
los sueños son sueños,
acaban
igual que empiezan,
y
pasan a ser recuerdos
cuando
uno se despierta.
¡Maria,
que ya es la hora,
Maria,
Maria, despierta!
Vaya
por Dios, qué oportuno
su
marido la desvela.
Tiene
el borrico cargado
y
la está esperando fuera,
para
ir a empadronarse
a
Belén, porque es su tierra.
Ya
gozará de su niño
pronto,
nada más que vuelvan
y llenará su carita
de besos de madre nueva;
ya jugará con los rizos
de su bendita cabeza,
a disfrutar
su perfume
de florida rosaleda
y acariciará la amable
serenidad de su seda.
Mañana será otro día
y cuando acabe el sendero
mantendrá el goce certero
del sol de su compañía,
¡Qué
suerte, tienes, María,
que
el Señor, a su manera,
encontró
la verdadera
concesión
de su cariño…
¡No
te impacientes, que el niño,
nacerá
cuando Él lo quiera!
José Luis Tirado Fernández