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domingo, 29 de diciembre de 2013

EL SUEÑO DE MARÍA

La Virgen María, encinta y a punto de partir de viaje a Belén de Judea, sueña que ya tiene a su niño entre los brazos.


Dice a Dios sus oraciones
de noche, cuando se acuesta;
antes de cerrar los ojos
a su bondad se encomienda
y El le da sus bendiciones
desde su atalaya excelsa,
porque lleva en las entrañas
un viril de vida eterna.

En un rincón de la estancia
José duerme a pierna suelta
para levantarse pronto
que un largo viaje espera;
dio de comer al borrico,
preparó viandas frescas
y dos pellejos de agua
por si la calor aprieta,
que el invierno admite a veces
los rigores de esta tierra.

Mientras, Maria, dormida,
campiñas de raso sueña
y al verde de su capote
extiende ilusiones nuevas;
en lo mejor de sus sueños,
extrañas luces la inquietan
y mira por la ventana
guiada  por la extrañeza.
Los faros del universo
han venido a su presencia
y alumbran la majestad
y el  garbo de su silueta
astros, planetas, luceros,
y todas… todas las estrellas
bajaron a su morada,
abandonaron su estela
dejando el  hueco en el cielo
y se acercaron a verla;
pero la estrella de Dios,
la que a los magos orienta,
la que señala el camino,
quiso estar más cerca de ella
y vino hasta su brocal
a iluminar su belleza.

La estrella bebe en el  pozo…
Maria con gran sorpresa
acude fervientemente,
se sube sobre una piedra
y se asoma como puede
porque el vientre no la deja.
Cuelga del tul de su velo
un canasto de varetas
 y lo desliza hasta el fondo
a ver si puede cogerla.

Hasta arriba lo levanta,
pero no viene la estrella…
sino un colosal prodigio
que boquiabierta la deja…
Allí… se le presenta la vida,
se le aparece la prenda
ansiada de sus amores,
el don que le prometiera
el Arcángel San Gabriel,
anuncio de su grandeza,
un querubín de hermosura
 de rizada cabellera
y los ojos como un cielo
de dulzura marinera.

Ella le coge en sus brazos
y con ternura  le besa,
él  sonríe y le dedica
la miel de su boca fresca,
con cuatro dientes que asoman
jazmines de primavera,
le va devolviendo besos
como caricias de menta.

Ella retoza en el patio
y con su cachorro juega,
caballito al trote largo,
al corro de la morera…
vivan los guardias civiles
que van por la carretera…
al colmo de la alegría
con cinco lobitos llega,
y como no puede hacerle
la sillita de la reina,
le brinda para mecerlo
el columpio de sus trenzas.

Ella y su niño en el patio
colmados de dicha plena,
¡Qué maravilla de cuadro
y qué estampa más risueña!
¡Qué sueño tan prodigioso,
qué fantástica quimera!
Pero, ay, dolor, poco duran
esas hermosas escenas,
porque los sueños son sueños,
acaban igual que empiezan,
y pasan a ser recuerdos
cuando uno se despierta.

¡Maria, que ya es la hora,
Maria, Maria, despierta!
Vaya por Dios, qué oportuno
su marido la desvela.
Tiene el borrico cargado
y la está esperando fuera,
para ir a empadronarse
a Belén, porque es su tierra.

Ya gozará de su niño
pronto, nada más que vuelvan
y llenará su carita
de besos de madre nueva;
ya jugará con los rizos
de su bendita cabeza,
 a disfrutar su perfume
de florida rosaleda
y acariciará la amable
serenidad de su seda.

Mañana será otro día
y cuando acabe el sendero
mantendrá el goce certero
del sol de su compañía,
¡Qué suerte, tienes, María,
que el Señor, a su manera,
encontró la verdadera
concesión de su cariño…
¡No te impacientes, que el  niño,
nacerá cuando Él lo quiera!     

José Luis Tirado Fernández 

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