Marca la hora el campanario. Se derraman
por los vanos de los vetustos muros estas desacostumbradas luces, meciendo extraños
perfiles, labrando contornos que trastornan el equilibrio acostumbrado de tantos
Miércoles Santos y ofreciendo en singular perspectiva charol de altares, cegador
ojo de buey, ascua de candelería, luz de luz, Dios verdadero por la luz de los
siglos. ¿Quién da más luz?
Se advierten nervios de última
hora, trasiegan varas, insignias, arrugan sus túnicas los nazarenos sentados en
los bancos que quedan libres, pasan a toda prisa monaguillos, portando canastos
negros, avientan los mayores sus carbones en los incensarios, buscan su sitio los
rezagados, anhelan la salida los prebostes, aprieta el calor. Se palpa el miedo
a que algo salga mal, pero este templo fue y sigue siendo centinela del orden,
a fuerza de años y de muchos miércoles de emociones y entusiasmos. El, desde su
atalaya, donde todo lo ve, todo lo sufre, todo lo consiente, carga su cruz humildemente,
y también, por qué no, desea con nosotros hermosear la calle y repartir misericordia.
Arden las llamas en seda de su
escudo, las suaviza la caricia de su mano. Ella, en la tibieza de su piel, también
alumbra y sostiene este empeño. Nazarena. Es, sin haber hecho la primera comunión,
quien ofrece el testimonio más sincero, más fervoroso, más bello, en el minúsculo
cirio de su fe. Calcetines y guantes blancos, moño alto, sonrisa. Si hermosos los
bordados, más su cara. Si primoroso el
exorno, la más perfecta flor no la iguala. Si limpia va la plata, más su alma.
Jamás hubo tanta ilusión contenida en un corazón tan pequeño.
A la calle, por fin. Barrio
milenario; el solar, el viejo solar que custodia la franquicia de lo nuestro,
se abre para que al cabo de ciento cincuenta años lo ocupemos de nuevo. Con estos
insólitos acentos puestos sobre las páginas de nuestra historia, se me antoja ser
testigo de hechos importantes. Baños de la Reina mora, sol alto, avanza el
calvario de nuestros amores hasta quedar anclado a los adoquines, delante del antiguo
Convento casa grande del Carmen. Aquí debería sonar una saeta ¿A alguien se le
habrá ocurrido?
Siglo y medio de grandeza…
Convento viejo del Carmen,
bendita sea tu puerta
por donde salió mi Cristo
el miércoles de tinieblas.
Calle Goles, barrio, barrio,
barrio. Se abren las puertas y asoman caras conocidas, de siempre, de toda la
vida. La Hermandad conquista, vuelve a seducir a su pueblo. El cuchillo de la
memoria rasga las cortinas del olvido y afloran viejos momentos, vivencias,
claras señales de vida, de lo pasado, de lo sentido. Hoy estrenamos palio, pero
yo, en este barrio, no veo más palio que el triunfo de su cielo sobre nuestras
devociones.
José Luis Tirado Fernández