El flamenco es un arte y pertenece a los artistas. Lo demás, es un exudado de su propia condición.

domingo, 20 de abril de 2014

MIÉRCOLES SANTO

                Marca la hora el campanario. Se derraman por los vanos de los vetustos muros estas desacostumbradas luces, meciendo extraños perfiles, labrando contornos que trastornan el equilibrio acostumbrado de tantos Miércoles Santos y ofreciendo en singular perspectiva charol de altares, cegador ojo de buey, ascua de candelería, luz de luz, Dios verdadero por la luz de los siglos.  ¿Quién da más luz?
                Se advierten nervios de última hora, trasiegan varas, insignias, arrugan sus túnicas los nazarenos sentados en los bancos que quedan libres, pasan a toda prisa monaguillos, portando canastos negros, avientan los mayores sus carbones en los incensarios, buscan su sitio los rezagados, anhelan la salida los prebostes, aprieta el calor. Se palpa el miedo a que algo salga mal, pero este templo fue y sigue siendo centinela del orden, a fuerza de años y de muchos miércoles de emociones y entusiasmos. El, desde su atalaya, donde todo lo ve, todo lo sufre, todo lo consiente, carga su cruz humildemente, y también, por qué no, desea con nosotros hermosear la calle y repartir misericordia.
                Arden las llamas en seda de su escudo, las suaviza la caricia de su mano. Ella, en la tibieza de su piel, también alumbra y sostiene este empeño. Nazarena. Es, sin haber hecho la primera comunión, quien ofrece el testimonio más sincero, más fervoroso, más bello, en el minúsculo cirio de su fe. Calcetines y guantes blancos, moño alto, sonrisa. Si hermosos los bordados, más su cara. Si  primoroso el exorno, la más perfecta flor no la iguala. Si limpia va la plata, más su alma. Jamás hubo tanta ilusión contenida en un corazón tan pequeño.
                A la calle, por fin. Barrio milenario; el solar, el viejo solar que custodia la franquicia de lo nuestro, se abre para que al cabo de ciento cincuenta años lo ocupemos de nuevo. Con estos insólitos acentos puestos sobre las páginas de nuestra historia, se me antoja ser testigo de hechos importantes. Baños de la Reina mora, sol alto, avanza el calvario de nuestros amores hasta quedar anclado a los adoquines, delante del antiguo Convento casa grande del Carmen. Aquí debería sonar una saeta ¿A alguien se le habrá ocurrido?

Siglo y medio de grandeza…
Convento viejo del Carmen,
bendita sea tu puerta
por donde salió mi Cristo
el miércoles de tinieblas.

                Calle Goles, barrio, barrio, barrio. Se abren las puertas y asoman caras conocidas, de siempre, de toda la vida. La Hermandad conquista, vuelve a seducir a su pueblo. El cuchillo de la memoria rasga las cortinas del olvido y afloran viejos momentos, vivencias, claras señales de vida, de lo pasado, de lo sentido. Hoy estrenamos palio, pero yo, en este barrio, no veo más palio que el triunfo de su cielo sobre nuestras devociones.

José Luis Tirado Fernández



viernes, 18 de abril de 2014

LA SAETA, un apunte poético y musical


                Hace cien años que Don Antonio Machado escribió el poema "La saeta", incluido en “Campos de Castilla”, pero que originalmente apareció publicado en “Mundial Magazine” dentro de un conjunto titulado “Semana Santa en Sevilla”. No tengo nada que descubrir sobre la talla del poeta sevillano, aunque la propagación de esa letra, incluyendo una saeta popular al principio, que también Don Antonio acomodó a su credo, cambiando la tercera estrofa, fue extraordinaria a partir de que el cantante catalán Joan Manuel Serrat la musicara, convirtiéndola en una canción. Juan José Fernández Trevijano, en El Correo de Andalucía, hizo hace unos días un esbozo del hecho:

                        <<Serrat solía llevar siempre encima un libro de Machado. Hacia 1967, se hallaba grabando uno de sus discos en catalán en un estudio barcelonés cuando le surgió una idea para La saeta. «Le dije al técnico que pusiera una cinta y canté esos versos con la melodía que se me acababa de ocurrir. Una rareza, porque la inspiración no me suele visitar en los estudios». >>

                Cuando yo era niño, recuerdo que, a fuerza de escuchar la melodía por la radio, la gente la tatareaba por la calle. Los chavales, que nos impregnamos a toda velocidad de las cosas nuevas, la cantábamos a coro en el patio del instituto, y después fue ampliamente versionada, incluso aflamencada por Camarón a su estilo y que a mí personalmente no me dice nada.
                Don Antonio Burgos, en una reseña de sus “recuadros”, nos recuerda, sobre el contenido del poema, la escasa afición del gran poeta por nuestra Semana Santa, confundiendo al Cristo de los Gitanos con un crucificado y dejando entrever una crítica sutil hacia nuestras aficiones iconográficas:

                <<¿Qué más Sevilla hay en la obra de Machado? ¿La saeta, dice usted, que hasta la tocan las bandas de cornetas y tambores? Pero esa saeta que tocan no es la de Machado: es la de Serrat, el máximo divulgador de sus poemas. Esa saeta, en efecto, habla del Cristo de los Gitanos. ¿Pero de qué Cristo y de qué Gitanos? ¿De los de la calle Verónica? ¿Del Señor de la Salud? Lo dudo. Debe de ser el Cristo de los Gitanos de otro lugar de Andalucía. Machado habla de una imagen procesional que no es de aquí: "Oh, la saeta, el cantar/al Cristo de los gitanos/siempre con sangre en las manos, /siempre por desenclavar". Machado habla de un Crucificado, no de un Nazareno. No puede ser el Señor de la Salud de Los Gitanos de ninguna manera. Y si es por el "anda pidiendo escaleras/para subir a la cruz", me pido la saeta de Machado para el Cristo de la Salud, sí, pero el de La Carretería, el del misterio de las Tres Necesidades de la Virgen de la Luz. Pero la saeta de Machado, en el fondo, implica un profundo desprecio a Sevilla y a su Semana Santa, y nadie lo ha dicho. A Machado no le gustan nuestros Cristos: ni nuestros Nazarenos con la cruz al hombro, ni nuestros Crucificados clavados en ella. Oigan, si les dejan las cornetas y los tambores de la versión serratiana: "¡Oh, no eres tú mi cantar, /no puedo cantar, ni quiero/a este Jesús del madero/sino al que anduvo en la mar!". "No puedo cantar ni quiero"... ¿Lo han leído bien? La saeta de Machado es contra la Semana Santa, Bueno, pues a este texto donde el poeta se declara objetor de Semana Santa se parte la gente las manos aplaudiéndolo cuando lo toca el corneterío con música de Serrat, por aquello del izquierdo por delante…>>

                El poema “La saeta” de Machado, es una maravilla poética. La canción de Serrat edificada sobre el mismo, es una hermosa melodía, pero no pasa de ser un éxito de los cuarenta principales. Las versiones como marcha procesional sobre esa canción son discretas y forzadas de compás y no constituyen ningún himno de nada, porque el himno de la Semana Santa de Sevilla lo hizo suyo el pueblo de Sevilla hace muchos años y no hace falta que lo nombre porque el que chanela algo de esto ya sabe al que me refiero. El que quiera entender que entienda. El que quiera escuchar que escuche. Lo que quiera.


José Luis Tirado Fernández

jueves, 3 de abril de 2014

LA LLUVIA Y EL NIÑO



Amanece el Jueves Santo,
alba de nubes inciertas;
el lienzo del cielo, triste,
las alturas cenicientas,
y sus sutiles encajes
son cortinas pasajeras
que deposita el destino
donde el viento se las lleva.

Amanece el Jueves Santo
y cuando el niño despierta,
se asoma por la ventana
y se lo come la pena…
todo el año está esperando
deseando que amanezca
 un jueves de sol radiante
y… mira lo que se encuentra.

Está llorando San Pedro
y por  más que el niño reza
sigue el apóstol regando
los campos y las cosechas,
que bien merecido tiene
el labrador su riqueza,
y que remedien las nubes
la sequía de la tierra,
y que se vistan de verde
las anchuras de su hacienda,
y que bendigan los cielos
 las plantaciones aquellas,
que subsistan todo el año
con este favor  que llega…
pero el llanto de este niño,
¿con qué pañuelo se seca?
Con las aguas de tu llanto
las campiñas reverdean,
satisfacen los arroyos
y remozan las riberas.
Se agradecen y se aplauden,
son lágrimas que consuelan:
las lágrimas de este niño
son lágrimas verdaderas.

Están sedientos los campos,
que llueva,  madre, que llueva,
pero que llueva el domingo,
cuando pasen estas fechas,
que se llenen los pantanos,
y que caigan cien tormentas,
son como el oro molio,
son agradecidas cuentas,
pero explícale a este niño
para qué sirvió la espera
si no saldrá su misterio
con su medida cadencia,
ni acompasara su metro
con tambores y cornetas,
ni la Virgen bajo palio
perfumará la alameda,
porque no llevará incienso
ni flores que la embellezcan,
ni trasminará el aroma
de la bruma de su cera,
ni desgastará adoquines
la alpargata costalera,
ni  habrá gente en los balcones,
ni se escucharán saetas.
No volverán las insignias
 tradicionales y añejas,
ni vendrá la cruz de guía
abriendo la callejuela,
ni ofrecerá el estandarte
sus hilvanes y sus hebras,
ni encenderán los faroles
los dogmas de la pureza,
ni retorcerán su lienzo
el guion ni la bandera,
ni engalanarán sus filas
varas ni libro de reglas…
y la tradición de siempre,
pondrá en la calle la ausencia
y se come el aguacero
los ciclos y las secuencias
 de muchos siglos de culto
con Sevilla por enseña.

El niño espera el deleite
que tú, San Pedro, le niegas;
el niño suplica a Dios
que llegue la ansiada fecha…
y mira tras los visillos
la humedad en las aceras
y cómo se lleva el tiempo
su ilusión y sus quimeras;
se lleva su confianza,
se lleva la luna llena
y prendida en sus entrañas
lleva luceros y estrellas,
y se lleva su alegría,
y otras cosas también lleva:
se lleva  su sueño en flor,
y sus primera promesas,
el asiento de su fe,
y el timón de su creencia,
y al hilo de estos sucesos,
y otros que no debieran,
está esperando en su palio
la luminaria más bella,
amparada entre varales,
sitiada de flores frescas
que ambicionan su fragancia
y el olor de su pureza.

El fue contando los días
para que Marzo volviera
y vestir de nazareno
como su padre lo hiciera,
con el júbilo en el alma,
su túnica blanca y negra,
que está lavada y planchada
y  colgada de su percha
con la ilusión de su madre
y  de la familia entera.

Bellos antifaz y escudo,
fino cíngulo de seda,
seguirá esperando el niño
salir de la calle Feria,
ver el palio deslumbrante
que a  la señora pasea,
y cómo sobre la plata
los rosarios tintinean,
y se acercan sus gladiolos
a la ventanita aquella
donde se apaga la vida
de una niña que está enferma.

Ya no pasas, madre mía,
que la lluvia no te deja,
no vas a posar tus ojos
sobre ese hogar de tristeza,
donde ésta pálida rosa
el sol de tu cara espera;
esa flor que se complace
con el don de tu presencia,
la merced de tu ternura
y de tu amor sin  reservas,
y solo siente alegría
ese jueves que tú llegas.

¡Cuánto esplendor de este día
los sevillanos recuerdan,
qué dolor de aquellos cielos,
qué pena que no volvieran!
y qué lástima del niño
que estrena ilusiones nuevas
y que sufrió en un mal sueño
del fracaso y su crudeza;
aprenderá, bien seguro,
que Dios es quien da la seña
y que no hay nada en el mundo
que impida lo que El resuelva…

Y como Dios está arriba
y Dios es cofrade y poeta,
este jueves sus renglones
trazó con líneas derechas,
y amaneció el firmamento
limpio como la patena…
el sol, en todo lo alto,
la brisa se tornó queda,
volaron los gorriones,
se pararon las veletas,
se disiparon las nubes
y brillaron por su ausencia,
ganó la luz la batalla,
el vendaval dio la vuelta
y el Señor le dio a Sevilla
sus bendiciones inmensas….

Amanece el Jueves Santo…
despierta, niño, despierta,
la gloria de la pasión
esta llamando a tu puerta
para ofrecerte el regalo
de este gozo que se acerca;
no te dará la amargura
del dolor de la experiencia,
ya te lo dará la vida
cuando tú vengas  de vuelta…
viene a poner en tu savia
fundamentos de certeza,
cuando sostengas tu cirio
con la fe de tu firmeza
y des a los cuatro vientos
el clamor de tus creencias…
cuando te ajustes la capa
y sobre tus carnes sientas
el orgullo sevillano
 por las tradiciones viejas
que dejaron nuestros padres
como principal herencia:
¡¡¡ser nazareno en Sevilla,
la mejor de las riquezas!!!

El niño sigue soñando
las emociones auténticas,
las que su pueblo le otorga
cuando llegan esta fechas,
y a sus entrañas acuden
recuerdos que dejan huella,
momentos de la memoria
que hieren cuando regresan,
que entran en lo más adentro
y dejan su  marca impresa.

Pero ha terminado el sueño…
despierta, niño, despierta,
que donde el sueño termina,
tu felicidad comienza…
amanece el jueves santo,
despierta, niño, despierta,
que el  sol llama a tu ventana

¡¡¡y luce la primavera!!!