Este año la recibí en la Magdalena. No sé si entró por el costero izquierdo o por su contrario. Supe que en mi tierra se puede oler la luz y concederse uno mismo ese derecho. Venían en sus rayos voces de añoranza y de recuerdo. Fue un golpe eléctrico, un fogonazo intenso y cegador.
Me hizo cambiar el paso, regresar a donde siempre, asomarme a los balcones del sueño.
Fui consciente entonces de lo imperceptible, y maduré los pasos para hacerlos leves, suaves y pausados, para no dañar un segundo de tan descomunal momento.
Y volví atrás a recuperar ese tiempo, a ese noviciado que nunca debemos renunciar, y volver a andar los viejos caminos; así supe quien soy o quien quiero ser, en esa enseñanza, en esa forma ineludible de entenderlo.
Pasé otra vez por su sendero, mágica proporción del amor y su universo. Y viví de nuevo lo amado.
Volver a tu morada, saber de Ti
Complacerme en tu color, tu mirada, tu bramante, ser nuevamente el niño que iba a verte a San Antonio, y ser feliz de nuevo.
Si la belleza está en los ojos de quien mira, la poesía está en el corazón de quien la siente. Creo saber por dónde, y por dónde no. Mi tiempo no ha pasado y me siento libre. Creo saber porqué, y porqué sigo insistiendo. Y creo que hallaré más luz allá donde la adivino. Lento. Y mi dolor es también entender que existe gente que no sabe de qué va la primavera.