Esta
entrada, la anterior y las posibles venideras, no pretenden ser un reportaje
fotográfico ni un reporte comparativo entre nuestras visitas a Moguer en dos
épocas distintas, más bien pretenden ser un acercamiento al poeta, en primer
lugar, a sus pagos y a su obra, con un sentimental acercamiento a Platero como raíz
principal de la aproximación que todos hemos tenido hacia Juan Ramón y su mundo.
Llegados
a la plaza del Marqués, contemplamos el monumento a Zenobia, bronce sobre una
base de travertino, que contiene algunos símbolos dignos de destacar. Es obra
de tres artistas, José Luis Rosado, Javier Diez, y Pablo Vallejo.
Sólo tú, mujer mía, puedes ser tranquila estrella de mi tarde, estrella inquieta de mi amanecer |
De esbeltísima figura, sostiene sobre su brazo
las obras completas de Rabindranath Tagore, autor hindú que Zenobia tradujo;
además, su madre también nació en la India, por lo que su conocimiento del
idioma y los autores ingleses fueron factores determinantes de su trabajo. Tiene
a sus pies una maleta, símbolo de la mujer viajera y universal, que emprendía
cualquier actividad que le proporcionara la estabilidad económica y así hacer
que Juan Ramón se dedicara en cuerpo y alma a su obra. Alquilaba pisos, los
decoraba y los realquilaba a insignes inquilinos, creó una empresa de artesanía
y antigüedades en Madrid, con una sucursal en Filadelfia, a donde exportaba
arte y libros, así como una intensa actividad intelectual, abandonó la
escritura, aunque mantuvo un diario. Fue profesora en las
Universidades de Maryland y Puerto Rico.
En la misma plaza del Marqués, un azulejo
recuerda que
"Era
negro, con tornasoles granas, verdes y azules, todo de
plata, como los escarabajos y los cuervos. En sus ojos nuevos
rojeaba a veces un fuego vivo, como en el puchero de Ramona, la
castañera de la plaza del Marqués. ¡ Repiqueteo de su trote corto,
cuando de la Friseta de arena, entraba, campeador, por los
adoquines de la calle Nueva ! ¡ Qué ágil, qué nervioso, qué agudo
fue, con su cabeza pequeña y sus remos finos !"
plata, como los escarabajos y los cuervos. En sus ojos nuevos
rojeaba a veces un fuego vivo, como en el puchero de Ramona, la
castañera de la plaza del Marqués. ¡ Repiqueteo de su trote corto,
cuando de la Friseta de arena, entraba, campeador, por los
adoquines de la calle Nueva ! ¡ Qué ágil, qué nervioso, qué agudo
fue, con su cabeza pequeña y sus remos finos !"
Platero y
yo, - XV - EL POTRO CASTRADO
Allí, lo único que rojea ahora son los
indicadores de tráfico y la señal de prohibido aparcar.
Entramos
en la casa del poeta, donde vivió hasta los veinte años, 1900, en que murió su
padre y se marchó a Madrid, la vimos un poco más blanca que en 1980. A pesar
del cenizo del cielo, la casa lucía más lozana, igual de auténtica, pero era
evidente la huella de la restauración a que había sido sometida entre 2001 y
2007, y que tuvo que ser complicada, ya que la madera había sido atacada de
carcoma, desde las vigas hasta los marcos de puertas y ventanas.
La
planta de la casa es típicamente romana: el patio, y alrededor todo lo demás.
En el centro, el aljibe y su brocal, donde se asoman los niños y los mayores a
ver el agua limpia de su fondo. Ahora le han puesto un cristal. Arriba, la
montera de cristales de colores; enfrente la presencia de Juan Ramón hecha
retrato, serio, joven, con su personalidad fijada en el semblante, como sólo
Sorolla era capaz de hacerlo. A la derecha, el acceso al corral, con cristales,
también de colores; a la izquierda, la amplia escalera que accede a la primera
planta. Hay una instalación eléctrica a la antigua usanza, como debió tenerla
la casa en tiempos, no funciona por motivos de normativa, aunque por debajo
corre otra que es la buena.
En
principio, y llegada la hora de la visita, nos pusieron un documental, que
claro, en la primera visita no existía, en una habitación que han acondicionado
como sala de proyecciones y en la que estaba, en 1980, la biblioteca. Allí, en
vitrinas, un recorrido por la vida y obra del poeta, desde la primera edición
de “Platero y yo”
hasta el telegrama donde le comunicaban que
había sido distinguido con el premio nobel de literatura
En
la primera planta, su despacho, con su máquina de escribir (él solía escribir a
mano con una letra muy particular) y su atril. La solería, que puede apreciarse
en esta foto, es casi por entero original, en las dos plantas. Los muebles pertenecen
al piso que Juan Ramón y Zenobia tenían en Madrid, y que fue asaltado y
expoliado durante la guerra civil.
En
el dormitorio hay muebles también traídos de Madrid, en una vitrina pueden
verse el ajuar de la boda de Juan Ramón y Zenobia, celebrado en Nueva York, en
la iglesia católica de St. Stephen. El certificado de matrimonio, los
pasaportes, un abanico, los zapatos de raso de novia de ella y una vieja cámara
Kodak con su manual de instrucciones.
En
este aposento se muestran también una vieja maleta con etiquetas de distintos
destinos, y un cuadro que Juan Ramón pintó en Sevilla, durante su etapa de
aprendizaje de pintura, del Cachorro, el Cristo trianero.
En
1980 no estaba colgado allí, sino en una habitación dedicada hoy a Zenobia,
donde además de fotos de su familia, enseres personales, recuerdos de su
tienda, se encuentra esta vitrina, donde se muestran un jarrón de Talavera y un
atrevido –para aquella época- corpiño de lentejuelas.
En
el corral, un poco distinto al que conocimos, la escultura en bronce de
Platero, que antes estuvo en un pedestal y ahora, al alcance de los niños.
Y también dos azulejos con poemas de Juan Ramón
José Luis Tirado Fernández