En este blog no cabe la crítica.
Si El Pele lo hubiera hecho mal, yo no estaría escribiendo estas líneas, que
son sólo de alabanza. ¿Estamos? Vámonos.
Manuel es un caracolero confeso.
Comenzó con unos aires inspirados en su modelo. Preguntaba por Salomé, quería
saber si al final había llegado; ignoro si se presentó al final, pero no pude
ver a la nieta de Caracol y Arturo. Se hubiera elevado en el aire, seguro, cuando iba marcando, en una genial interpretación, minúsculas fracciones de tono como sólo
las daba el de la Alameda.
Este tío está acabando con conceptos
que hemos heredado y con formas que hemos recibido, algunas sagradas, digo que
las está mejorando y ensalzando, porque las siguiriyas que le escuché y que
pude cazar con mi grabadora, fueron un compendio de cante grande e irrepetible,
pero a la vez, muy personal, que regenera cosas que los flamencos tenemos
demasiado establecidas. Tuvo un momento de algidez que el público agradeció, por
Cagancho, esa difícil montaña que, a pesar de su dificultad, escala. Esos
tercios que parecen caerse pero que Manuel rescata y vuelve a subir y que se
empeñan en volver a hundirse y que él vuelve a rescatar, hasta confluir en un
hermoso monumento sonoro a la Cava.
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Mis fotos son muy malas, esto es un ejemplo |
Me niego a creer la edad que
tiene el Güito. Hizo una exhibición de compás y de unas facultades que para un
hombre con esos años parecen fuera del alcance físico. El Pele ya había
declarado el privilegio de tener su colaboración en su recital, pero su baile
nos transportó más allá de la sala Turina, a las tarimas del paraíso.
Volvió Manuel con una soleá por bulería, acaracolando
de nuevo las formas y reivindicando estilo, de manera que pudimos apreciar el
techo de este gitano cordobés que no cree en los duendes, sino en los estados de ánimos. Ayer por lo visto y oído,
lo tenía en condiciones óptimas.
Tras unas malagueñas de ensueño,
entró al fin por soleá, empezando de una manera lánguida y desvanecida a bordar
letras geniales y ocurrentes como
Se acostumbra el gorrión
al ruido de los coches
y no me acostumbro yo.
para seguir destilando Alcalá, por
derecho y en alto, como un águila constructora enseñoreada de los cielos de
Sevilla, cantaba
Desperté y la vi,
como estaba soñando conmigo
la dejé dormir
el público se enfervorizó entonces, y El Pele parecía
crecerse con el aliento de gente tan docta en flamenquerías. Anteriormente, había
establecido un diálogo con un aficionado trianero que estaba sentado en los asientos
de atrás del patio. Este le agradecía su buen hacer: “Así hay que cantar aquí,
por derecho, como lo has hecho tú”. Manuel respondía: “cantar aquí es como torear
en la Maestranza, me siento un Curro
Romero un Domingo de Resurrección”.
La cosa parecía terminar por
alegrías, que comenzó recitando:
Mi abuelo tuvo una barca
de madera de ciruelo
la soltamos en la playa,
donde se divisa el cielo…
se metió, cómo no por tierras
cordobesas, pregúntale al platero, abandonando el micrófono y lanzándonos la
potencia de su voz, como nunca, fresca, sana, impagable, pero cuando había
recibido el aplauso final, y por sorpresa, volvió a colocarse en el centro del
proscenio y nos regaló unas tonás afinadas como sólo puede hacerlas El Pele.
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Así cantó El Pele por toná |
Yo no entiendo de astros, ni de
su influencia sobre las capacidades humanas, pero el ensueño que viví esta
noche estaba concebido por algo sobrenatural.
Tampoco sé de espíritus, pero
algo flotaba en el ambiente. Demasiado para aquel que no cree en los duendes.
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Buen final para una noche grande |
José Luis Tirado Fernández