Llega la segunda entrega de “La pluma negra”, seudónimo que utiliza este muchacho de quien me precio de llamarme amigo, y que como ya os indiqué en su anterior aportación, pertenece a Faisem (Fundación Pública Andaluza para la Integración Social de Personas con Enfermedad Mental) y vive en uno de los pisos tutelados por esta entidad. Colabora con la unidad de rehabilitación salud mental (URSM Virgen Macarena) y en su blog podéis encontrar más cosas de la que escribe.
Este es su relato navideño.
El tito Pedro y los mantecados
La tienda, que ostentaba en su toldo azul un nombre familiar “Casa Pedro”, ofrecía durante todo el año un aspecto de dinámica armonía entre todos los productos de alimentación que la llenaban de colores y formas diversas. Parecía que cada elemento estaba en su sitio para darle una esencia especial al ambiente. Las cajas de leche entraban en una sincronía jugando con los batidos de sabores cada uno de un color, rosa, amarillo y chocolate. Las latas de atún, celestes y verdes hacia lo propio con las de conservas que traían paisajes de mares del norte o barcos realizando la almadraba. Las galletas bailaban al ritmo de las cajas de postres y dulces bajo el manto de la Virgen de la Consolación. Todo tenía un sentido en lo que en un principio podía parecer disparatado.
Claro que cuando llegaba la navidad, las guirnaldas y las cintas lo que hacían era aumentar la belleza pictórica que tenía el local. Las galletas y los dulces tenían a sus pies unas cintas de variados matices que adornaban de gala a mostachones, petit-suisse y cortadillos. Las latas de melva y las de conservas tenían cintas de purpurina plateadas que las engalanaban. Del techo colgaba una campana de charol de diferentes colores de dorados y en el escaparate un nacimiento estaba rodeado por cantidades ingentes de mantecados a granel, de bombones crujientes, de bolsas de dátiles dulces y de decenas de productos que sólo se ven estos días por los comercios y que esperamos cada año para saborear. Un pequeño árbol de navidad parpadeaba en lo alto del mostrador de la chacina y en el cristal de la vitrina del pan se podía leer un letrero escrito con polvos de copos de nieve que decía “Felices Fiestas”.
Estas fiestas los que más disfrutan son los niños y nosotros teníamos en casa dos pequeñajas, Laura y Susana
Las niñas llegaban andando junto a la madre, a paso destartalado, calle abajo, muy pegadas a ella, una tirándole del pantalón. Las recuerdo a las dos como si fueran muñecas. Una con su bicicleta y la otra con el carrito de juguete. Parecían hermanas gemelas porque las dos iban vestidas iguales, de carnes rollizas y con el mismo corte de pelo. Ya tenían cuatro y cinco años.
Al llegar a la tienda se estorbaban una a otra al intentar entrar detrás del mostrador. Allí nos daban un beso a mí y a mi padre, el tito Pedro se le notaba la pasión que despertaban las dos criaturas en él. Le gustaba verlas disfrutar y en aquellas fechas como más disfrutaban era comiendo mantecados. Eran dos glotonas. La madre decía que no les diera que se iban a poner malas de tanto comer, que ya habían merendado, que no se explicaba como tenían hambre. Mi padre no le hacía caso y les daba un mantecado casero o un alfajor que era lo que más le gustaba. Ellas lo agradecían con una sonrisa. Después le preparaba una bolsa con dos o tres más. Se sentaban en el poyete del escaparate a comerse los mantecados. Todos nos salíamos fuera para verlas como se los comían. Era un espectáculo. Las niñas disfrutaban comiéndoselos y nosotros disfrutábamos viéndolas como se los comían.
Tengo muchos recuerdos de la navidad que son imborrables; mi padre haciendo Agua de Sevilla, el último beso que le di a mi madre en fin de año, la cena de los mejillones, y algunos recuerdos más, pero sin duda el más tierno y el que recuerdo con más cariño y ternura es vernos a todos mirando a mis dos primitas sentadas en el poyete y a mi padre con una gran sonrisa dándoles un mantecado que ellas cogían con placer.
Para Laura y Susana
La pluma negra 07/10/11