El flamenco es un arte y pertenece a los artistas. Lo demás, es un exudado de su propia condición.

LA VOZ DEL ECO

            Mi amigo es de fiar. No lo digo por conocerle desde niño, o por no haber recibido nunca una tarascada suya; mejor me dejo llevar de mi sexto sentido, ese del que presumo en público y que tan buenos resultados me da. Hoy los vientos han soplado con fuerza; las hojas disputaban tirabuzones en la plaza antes de que la lluvia las mandara a tierra. He vuelto a verle. Miércoles tarde y de nuevo a verle.



            Los santos de las paredes no le ayudan, no hace ni por  mirarlos; hace mucho tiempo que mi amigo dejó de elevarles oraciones. Vengo y le doy uno de mis cordiales cachetes; aún creo que cualquier día uno de ellos servirá de algo y espoleará sus centros, como una sacudida mágica que hará que todo vuelva al carril. Sentado a su frente, le cuento las últimas; me mira con ojos de párvulo y en ellos vuelvo a afirmar mi teoría: mi amigo es de fiar. Mire usted si no. A ver quién me aguanta toda una tarde. Toda una tarde de miércoles.

            Mi amigo siempre me escucha. ¿Me escucha? A veces canta. Un desabrido y monótono runruneo emerge de su  garganta  y  en una sola sílaba repetida insistentemente emite todo el arte de que es capaz. Con servilletas de papel seco un hilillo de baba que escapa por sus comisuras, mientras rememoro algunas travesuras de juventud y como siempre, o como cada vez que yo deseo que suceda,  mi amigo parece reaccionar anímicamente a  mis comentarios. ¿Verdad? Cualquier tarde de miércoles.

Y no es que le hayamos dado la espalda a la vida; soñamos, él en lo suyo y yo en lo mío con mejores tiempos. Y como antiguos revolucionarios nos dejamos barbas sin recortar y nos saludamos a la manera republicana, cuando pongo su mano izquierda sobre mi derecha y suavemente las zarandeo arriba y abajo. Algunas  tardes de miércoles le afeito con maquinilla eléctrica y le devuelvo su aspecto de profesional liberal. Aparecen bajo el rasurado fláccidas huellas del tiempo. “Te se” está poniendo cara de señora, mamón.

            Laura me sirve café y vuelvo a desairarle los dulces; templo el ambiente para acudir a asuntos más trascendentes. La consulta fiscal es obligada, papeles, impuestos, enredos, monserga. Le sigo teniendo como el mejor; digo que es el número uno, le cuento, le insisto. Planteo un dilema y yo mismo lo resuelvo. Y me mira. Me voy de aquí con la impresión de haber salido de un atolladero; es enfrente de él donde las decisiones son más claras, los problemas menos asombrosos y su silente consejo simplifica lo absurdo, lo necio. Algunas tardes me arrastra el entusiasmo y termino siendo avisado de la hora por su mujer. Pero las tardes de miércoles dejaron de antojárseme largas o cortas en otro tiempo.

            Suenan tambores y cornetas del Carmen y evoco con mi amigo largas tardes noches de caminatas en busca de palios y misterios, de empujones, bullas, de incómodas cervezas con tapa en las ansiadas paraditas. Mi amigo sigue soñando. Recrea un Cristo manierista de barba partida y mirada al cielo, tan lejano como un ensueño, una pálida señora de saya y manto de terciopelo grana, tocada de bordados del XVIII y mirada de madre joven. Nos llaman. Se han pasado toda nuestra vida llamándonos; ahora me llaman a mí a la redención, a él para tenerle. Creo que él está preparado; yo no.

            Mi amigo es un vacilón. Esta tarde de miércoles le he leído a Celaya, le he peinado hacia atrás estilo Lorca y he visto surcar su cara una pequeña lágrima, hilo sugerente y enternecedor que atenta contra las opiniones de la ciencia. ¿Siempre atrás? Jamás. Sólo la muerte es el fin de la esperanza. Hoy le he traído un viejo disco y le he bailado al ritmo cubano y sabrosón de Carlos Puebla y los Tradicionales. Al verme, mi amigo, ha seguido impávido, sereno, inasequible. Me he sentido un payaso. ¿Sólo una lágrima, nada más, sólo una? ¿A qué te bailo yo, sabiendo lo desagradecido que eres? Sabiendo lo desagradecida que es la existencia... Sigamos con la poesía. He llorado yo, sí, al llegar al “Cuando ya nada se espera personalmente exaltante...” Hay tardes de miércoles que no deberían existir. Pero mi amigo no es una dolorosa espina; es mi amigo. Y creo que me necesita. Creo que le necesito.

            Mi amigo y yo pasamos muchos ratos en silencio; de vez en cuando me levanto a mirar las muchachas al balcón y vuelvo con el diario en la mano. Su horóscopo no le dice nada: “Tendrá usted un día un poco agitado, nuevos sucesos le proporcionarán horas de aventura que ni por asomo se espera. Haga un poco de deporte”.  A mí tampoco. Silencio.  Asegura el refrán que no existe amistad si el silencio entre dos no se hace ameno. ¿O era una frase célebre? ¿O lapidaria? O a lo mejor no era de esa manera. Mi amigo tampoco lo recuerda. Esto de la amistad es cosa de tontos. De julais, de trasnochados, mejor... de locos, sí, de locos. Reprimo las ganas de soltarle un tremendo bofetón, a ver si así crece ya de una vez y me da o quita la razón. Tanto cuento, hombre, tanto cuento.

            Algunas tardes de miércoles mi amigo emboca en una tos boba que comienza muy suavemente y que parece querer arrastrarle por el tobogán de la asfixia. Los golpecitos en la espalda se convierten a menudo en crueles sobas, hasta que Laura repara y entra en la sala; entonces deserto hasta que todo ha pasado. Muchas veces he mirado al cielo rogando que ésa fuera la última. ¿Significaría eso su descanso? Mi ética se quebranta con los años. Pero la muerte pasa por cualquier rincón, duerme en los cajones, anida en los pasillos, al alcance de cualquiera. Los pasos de una mujer descalza en el silencio de la noche. Suenan a hueso; son hueso, pura osamenta. La llamada de unos nudillos a la puerta del urinario cuando uno se está aliviando. Son hueso y suenan a hueso. ¿Será la parca quien llama o uno que se está meando? Un día de estos.

            Mi amigo y yo dejamos abierto el balcón algunas tardes de miércoles en las que el calor se hace público; huele a geranio tronchado y los helechos parecen evaporar a la vista el agua del riego. Algunos granos de alpiste de la jaula de los canarios han caído en tierra sobre los tiestos, se han aferrado a ella y han impuesto el verdor de sus tallos, finas varillas de alambre esmeralda, al mate azabache del mantillo. Mi vida es un grano de alpiste que germina en la maceta de una esperanza, un garfio prendido en la ilusión de lo imposible. Melón. Ya es tiempo de melón y corto finas tajadas a mi gusto; le ofrezco y no contesta. Canta el grillo. Mi amigo nunca me contesta. A su pesar seguiré viniendo las tardes de miércoles a darle la tabarra; que se aguante.

Epitafio.

            Los años me han convencido de todo cuanto afirmo, pero tendría que ser un poco más condescendiente con mi amigo; no le perdono su última jugada. Con la razón en la mano... ¿Quién me ha perdonado tantas veces? ¿Quién creyó tantas veces en el honrado proceder del camarada? Pero no me ha hecho caso, por enésima vez no atendió mis avisos... y se marchó, tal vez con la dama blanca de boquita sonrosada, la del puñal en el pecho y los tocados de encaje, con ella y con el hijo, ese que promulga la hermandad entre los humanos.

             ¿Quién me ha visto, acudiendo cada tarde de miércoles a su recuerdo? Me siento mal, agotado, cansado de traerle ramilletes de flores pequeñas y amarillas, delicados jaramagos de los tejados de nuestra niñez, que mi amigo me arrojaría a la cara si estuviera vivo. Mi amigo ya no existe. El corazón ya no existe; se fue una tarde de miércoles cuando le acompañaba. Cuánto daría por seguir contándole historias surrealistas, cantándole siguiriyas por lo bajini, insultándole o limpiándole los mocos y.. ¡Qué más da! La amistad no tiene vuelta atrás. Ni se improvisa una tarde de miércoles.