Los
vientos que soplan han dejado al descubierto formas nuevas de actitudes y conductas de gentes que, sin brújula y perdidas
en el océano proceloso que es este ámbito al que se ha venido en llamar estado
del bienestar, naufragan sin saber a ciencia cierta qué son, para qué vinieron
y a santo de qué. Los “ninis”, a los que, en mi opinión, tan acertadamente han
bautizado los medios, son gente que no ha trabajado nunca, que no va a trabajar
en un futuro y que, aunque a usted le parezca increíble, les importa un pimiento. Podríamos definir su
oficio como la no-actividad: hablando de oficios, ese es el tema de esta
entrada, en la que intentaremos desmenuzar causas y posibles efectos de este monstruo
que no para de crecer y que inunda calles, plazas, pero sobre todo parques y centros
comerciales.
Posibles causas del fenómeno
A
los ya detallados por estudios sociales y amparándome en la página de información
enciclopédica Wikipedia, en la que siempre o casi siempre hallo las
matizaciones que ando buscando, me gustaría ampliar con una teoría personal el
contexto de este fenómeno que viene a agravar la no ya maltrecha, como se suele
decir, sino la maltratada economía nacional y mundial. Y maltratada por todos,
desde los que detentan en la cúpula el manejo de los grandes capitales, hasta la parte más baja
de la pirámide, un buen número de mano de obra disponible y que está dispuesta
a trabajar según en qué términos y cobrando según qué sueldo, como si en
momentos como éste no fuera un lujo ponerse a escoger un puesto de trabajo,
pasando por los gobiernos de turno, que van haciendo mejores a sus antecesores
según van llegando.
En
esta teoría que contempla como todos los anteriores el abandono de la escuela a
edades más que tempranas –vivimos, recordémoslo, en el siglo XXI-, la falta de
atención familiar, que esa sí que tiene guasa morena… el padre, que aprendió
desde muy pronto que para que el niño no llorara lo mejor era darle lo que pedía,
y acceder a sus deseos a la más mínima insinuación, que para eso es mi “churra de oro”, está pagando con
llantos ahora las amenazas, vejaciones o incluso calladas e intimas agresiones
que un cabrón que él mismo ha creado,-el sueño de la razón-, de uno noventa de
altura y cien kilos de peso, le obsequia como pago a esos desvelos. Pero el
error fue ceder en el momento equivocado y hacer lo más cómodo y fácil. Hay que
luchar por enderezar el árbol y sembrar para recoger. No hay otra manera. Ahora
tiene bajo su techo un bicho que, si tienes medios para darle, te los exige, y
si no, sale a la calle y los toma por la fuerza. ¿Mi niño? Mi niño es incapaz
de eso… y es que las prisiones, mi amigo, están llenas de inocentes. Y si no,
pregunte usted en el patio. Tú, ¿qué has hecho? Yo… ná.
Aprender para trabajar
Lo
cuenta con mucho desparpajo mi amigo Paco, en figuras sorprendentes y muy
expresivas, pero ahí es donde yo también creo que radica el meollo, y si no,
díganme ustedes. El maestro acogía al aprendiz y le daba de comer. Así de
simple. ¿Así de simple o así de grande? Un par de generaciones atrás el trato era
muy escueto. Usted llevaba a su hijo, al que no tenía posibilidades de darle
estudios, cosa que hoy es más asequible y a la que tiene más accesibilidad la
clase trabajadora, aunque Rajoy se empeñe en lo contrario, al taller de carpintería,
cerrajería, artesanado, etc., y el maestro le asignaba una paguita semanal con
la que no le llegaba al niño ni para calcetines y le daba, eso sí, sustento
diario.
Un
padre con la mentalidad “modelna”, de los citados anteriormente, actúa en
consecuencia: “eso se lo mete usted en los huevos, a mi niño no le falta un
plato de “comía” en casa”. También los había, claro, en aquel entonces. El
padre se llevaba al niño, lo metía en casa y plantaba el germen de ese leviatán
que con el tiempo se convertiría en el calvario de su vida. El otro, el que “tragaba”,
se quedaba en el taller. Asimilaba el hábito de unos horarios, las normas internas,
el orden, la limpieza, las pautas de convivencia y respeto para con sus
compañeros, la experiencia práctica que en el futuro le llevarían a trabajar en
una empresa, a seguir en la misma o a establecerse por su cuenta y crear otros
puestos de trabajo y/o aprendizaje para eso, para profesionales cualificados,
que eso es lo que les falta a las empresas, que son al fin y a la postre, las
creadoras de empleo. Ni el Gobierno, ni la iglesia, ni los sindicatos, ni los
partidos, ni la madre que los parió crean los empleos; lo hacen las empresas,
medianas, pequeñas, grandes o como sean, que invierten, arriesgan su capital y
sus bienes y que unas veces triunfan y otras se van a la mierda, y que cotizan
por sus trabajadores y pagan sus impuestos. Y no hay nada más, ni hay que
buscar los tres pies al gato. Lo que está pasando es que hay carencia de gente
que se atreva a invertir, a exponer, e instituciones que las ayuden a fomentar
los puestos de aprendizaje para poco a poco dar salida a los sin adiestramiento,
que eso es lo que sobra, millones de jóvenes
que no trabajan porque carecen de oficio, y que buscan alternativa en puestos
en los que no se requiere formación, y que, por lo tanto, están mal pagados y
suelen ser de economía sumergida e ilegales.
Aprendices de antaño
El
primer día que el aprendiz entraba a trabajar, por lo general, le asignaban las
tareas que no quería nadie en el taller; si era de carpintería, a lijar, claro ¿Hasta
cuándo, maestro? …hasta que huela a ajos…
José LuisTirado Fernández