Muere mayo y concede en las alturas
al sino caluroso del verano
-rabioso Febo en sus temperaturas-
el cetro del sofoco y el secano.
Nácar triste, promesa de sosiego,
pleamares amarillas, donde el grano
doblega el tallo, inclinación que luego
va endulzando el ocaso de la espiga
que cede por el peso de su ego.
que cede por el peso de su ego.
Hiere mal este cíclope, atosiga,
tiempo de anticiclón y de azotea,
barreno de pasión que desperdiga
ese blanco jazmín en flor, que ondea
al viento el jaspe de su plata fina.
Bellísimo blasón de su presea,
bandera elemental de su doctrina,
encanto y alegría de su huerta,
frescura de la parra, marquesina
que adorna la esmeralda de su puerta.
Se vela en su color la vara verde
y Pandora del
sueño se despierta;
brutal esta canícula que muerde
al uso peculiar de su maldad
y exige al
hemisferio que recuerde
cuatro desgracias de la humanidad,
a saber, por este orden de querencia,
hambre, sed, frío,
tristeza y soledad.
¿Quién puede recibir mejor herencia?
¿MUERE MAYO?
Muere mayo y en las fuentes del olvido
menudos gorriones al nidal
regresan, después de haber bebido.
El gato ansía, tras las ramas del rosal
jugoso almuerzo, y como buen bandido
procura el desahogo de su mal,
no mantener las tapas del sentido
pendientes del rugido abdominal.
Feliz perseguidor el que consiga
en lance afortunado acomodarse
los pájaros a salvo en su barriga.
No es pecado mortal alimentarse,
porque aquel que disfrute buena vista
dará cuenta de aquel que se despista.
José
Luis Tirado Fernández