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viernes, 11 de julio de 2014

DISEÑO DE UNA JUERGA


                Ya nadie canta en los bares. A menudo cojo la sonanta, cuando tengo poca gente, y doy liberación a mis padecimientos; melancolía unas veces, dolor de riñones otras, las más el hueco en el cajón de la registradora, me motivan a soltar el aire que se me encona en el pecho. Esta mañana, una señora de La Puebla de Cazalla, uno de los pueblos más flamencos y cabales de España, me preguntaba, al ver los agradecimientos que tengo aquí colgados, si yo era cantaor. -¡Más quisiera yo, señora. Aficionaíto y de los discretos. Mientras que ella y su hija acababan el desayuno, me fui a mi rincón y me dio por ahí, sí, por un fandango del Carbonerillo por bulería. Tenía ganas. Un cliente que tomaba café me hizo compás con los nudillos y creamos, en un momento, una escena de las antiguas, de las de toda la vida, pero a la vez una rareza. Un cante en un bar. La gente que pasaba por la calle se paraba en medio de la acera y miraba. Algo extraño sucedía; había cante dentro de un bar. Tristemente, se suele repetir la misma circunstancia. Me sorprendió gratamente que las dos mujeres, al acabar el cante, rompieran en aplausos; el corazoncito se me colmó y se lo dediqué a ellas y a su pueblo.
                Ella, la embarnizá, tiene treinta y siete ferias. Está llena de polvo, de grasa, de salpicones de vino y cerveza, y luce unas grietas en los ensambles a consecuencia de las humedades que debo reparar con urgencia. Pero suena, acompaña y consuela. Me gustaría conocerla mejor, moverme por su mástil con soltura, llegar al final de sus escalas con brillo, no distraer su compás un segundo, alzarla al final como un trofeo. Pero soy un negao.
                Volviendo al meollo del tema, y haciendo examen frío y objetivo, es, me parece… bueno, que el flamenco está así, de esta forma, que sólo vive en las academias, las peñas y en las asociaciones que se preocupan de su enaltecimiento, mantenimiento e idealización, y que sólo quedamos cuatro que lo hemos mamado en casa, en la calle, con los amigos, en los bares, sí, en los bares y en las tabernas, pero que en realidad es o se está convirtiendo en un.. ¿Qué? ¿Reliquia, música étnica, un movimiento cultural que sólo interesa a japoneses y determinados intelectuales? No sé lo que es en este momento, pero que ha dejado de ser del pueblo, es seguro, porque eso de que la gente se admire de escucharlo dentro de un bar es una demostración elocuente. Y los aficionados, ¿dónde andan? A lo mejor refugiados en los nombrados círculos. Una endogamia muy particular. No soy un sociólogo del flamenco, ni me considero capaz de profundizar en el problema, pero me duele. Mucho.
                No estoy preparado por tanto, para montar una teoría digna del curso, discurso  y derrota que está adquiriendo nuestro arte, pero conocí un tiempo en el que la juerga en los bares era algo tan cotidiano y familiar, que algunos establecimientos, afectados de cierta elegancia –subjetiva- o categoría, colgaban el cartelito, ¿verdad, Agustín? de la maldición. Tiempo pasado. No creo que vuelva. Mientras, gocemos de los ratitos que el flamenco-amistad pueda ofrecernos, creo que pocos, muy pocos.
                Personalmente, y desde que murió mi amigo, estoy out. Hace mucho que no me divierto, y las risas de mis nietas son por ahora, sustento de mis días y esperanza en el futuro. Pero me gustaría, ya que estoy poco relacionado con la actualidad flamenca, pasar algún ratito de los de antes, de los cabales. Los campanilleros en época navideña, me consuelan también de esta hipocondría que me acomete. El verano es para las bicicletas, la primavera, incienso, música y flores, y el otoño, tristeza y penumbras grises. ¿Un deseo? que me ponga a cantar un día y que la gente pase por delante del bar y no se asombre. Y que si alguien sabe dónde y a qué hora puede surgir el duende, que me avise.
                 
Mientras, unas divagaciones al pelo.
Diseñe usted una juerga. Ponga una cruz en cualquiera de estas opciones, aquella que crea más asequible:

-Salga usted de noche y entre en los locales en los que  anuncian flamenco en los carteles. Intente participar.

-Cite usted a todos sus conocidos y propóngales una fiesta, con vino, comida y local. Si entre ellos no hay nadie capaz de arrancar una nota a un instrumento o tocar dignamente las palmas como mínimo, llame a un cuadro baratito. Los hay.

-Entre usted en un bar y coincida casualmente con varios aficionados a la hora justa y en momento adecuado. Si en el bar está puesto el cartelito, mejor.

José Luis Tirado Fernández

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6 comentarios:

  1. José Luis, es muy evidente que el famosito cartel hizo se desterrara de los Bares el cante. También influyó el que estuviera mal visto el con dos palmadas se llamara la atención al camarero para atender una mesa. No digamos el desaire el percibir un rasgueo de una bien templada guitarra hacia su 'tocaor'.
    A lo largo de dos, o tres generaciones, hemos vivido de espaldas a nuestras costumbres. Estaban 'mal vistas'. Solo las hemos hecho buenas a los 'guiris'.
    Así hemos ido paulatinamente perdiendo nuestra identidad popular. ¡Así nos va!

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  2. Así es, José Luis, hoy esa escuela ya no existe. Acabó con ella un letrero que proliferó por doquier. Un letrero que ya ni siquiera hay que colocar porque todo el mundo sabe que en los bares SE PROHIBE EL CANTE

    Yo, particularmente, le tomé un odio visceral al dichoso letrerito. Por eso dediqué a la pérdida y al letrero estos versos en el Pregón Flamenco de la Tertulia Cantes al Aire

    Qué penita de letrero,
    qué mala suerte la mía
    no tener ya ese venero
    del arte de Andalucía

    Por eso digo cien veces:
    maldito seas, letrero
    maldito seas con creces.
    La mano debió caérsele
    al que te escribió primero.

    Que antes de colocarlo
    debiera de haber pensado
    que cantar es lo primero
    que beben los trianeros
    y también los sevillanos

    ¿Dónde aprenderán ahora
    los niños, los jovencitos
    ese sagrado misterio,
    ese embrujo y ese rito
    del que se inicia en flamenco?

    Dónde llorará cantando,
    dónde quebrará sus penas
    la gente llana del pueblo
    si ya no tienen tabernas
    donde le dejen beberlo

    Por eso digo y repito
    lo que dije lo primero:
    que sea cien veces maldito
    ese maldito letrero.

    Un abrazo, y sábete que, aunque no suela comentar, estoy aquí simpre.

    Agustín Pérez

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    1. ¡Ay José Luis! Cuántos recuerdos entrañables me traes con tu sentido escrito. En la calle Feria, había diversas tabernas y cuando iba a por los "mandaos" a mi madre, pasaba por las más cercanas a mi casa: "Casa Serafín", donde frecuentana mi padre, Jesús de la Rosa, (del inolvidable conjunto "Triana"), y sus hermanos. "Bodeguita Páez", etc y era frecuente oír cantar, tocar y las palmas, con un arte enorme. Tampoco era raro que los muchachos, al regreso a sus casa, tocaban las palmas y cantaban por la calle, era un concepto de vida, me gustaba, imprimian carácter en el vecindario por aquellas calendas...

      Encuentro muy positivo estas entradas para que la memoria no se nos borre y que las nuevas generaciones entiendan lo que tuvimos y perdimos, a fin de aportar nuestro interés en que este tesoro emblemático se pueda ir recuperando. El blog es un "arma" de utilidad tan grande como influyente...
      Gracias una vez más....

      Magnifico y descriptivo poema de Agustín Pérez, te felicito por su profundo contenido. ¡Cuánta reflexión entraña!
      Enhorabuena. Hombre, Agustín, te animo a seguir participando, sería estupendo.

      Amistosamente.

      Mari Carmen.

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  3. Bueno, como siempre que te visito, sé apreciar el derroche de pasión que te genera tu querido Sevilla, y todo el Arte andaluz... no es para menos!! Adelante con tu buen hacer contado los sentimientos. Un abrazo amigo.

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  4. Y ¿ tú eres un negao de no saber sacarle todo su arte a la "embarnizá"? permíteme que dude de lo que dices. Yo pienso que a lo mejor a la "embarnizá" le gusta sentir las caricias e tus manos y se hace la remolona para que insistas. Magnífico artículo, amigo mío, te lo dice una negá del cante jondo. un abrazo, amigo.

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  5. Un artículo lleno de vivencias, que facilita el recordar a quienes tenían la suerte de aplaudir en aquellas cavas, peñas, bares y otros el cante flamenco era autorizado.
    Las líneas que escribe José Luis, son las que pueden orientar a los amantes del arte de Antonio Monge Rivero "El Planeta".
    Aquellos carteles que se vienen a la memoria, pero que muchos no sabían porque era perseguida su interpretación; cuando el ¡Cante jondo!, siempre fue una lagrima caída por unas mejillas de canela mojada, aquel ¡Cante jondo! que los entendidos, decían que era un nudo en la garganta, cuando se ahogaba la pena, en unos ojos negros como pieles o cueros; ¡Cante jondo!, que podría definirse como unos dientes de leche fresca, blanca como una luna exuberante luz. El ¡Cante jondo!, que era paladear a la Andalucía como si fuese un amargo vino de injusticia y que calmaba las penas.
    “Si se muere la guitarra/enterradla por el río/para que le toque el agua”.-

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