…he
estado esta mañana en el médico. - ¿Qué te ha dicho? Que si tengo pagado el
último recibo del Ocaso…
***
…y tengo ya tantos libros que no
me caben en las estanterías, así que tengo un problema, no sé si regalarlos o devolverlos…
***
…Por
favor, un café con leche. -¿Algún dulce, señora? –No… no como dulces, sólo los que
me regalan…
***
…me caso y me compro un piso
bajo en la calle Arroyo, viene la arriá y llega el agua al techo, me mudo a un
cuarto en la calle Sol, se pone mi hijo malo y el médico me dice que sin
ascensor, no sube, me mudo a un séptimo con ascensor y llega un terremoto que
me tembló hasta el bigote, estuve tres días durmiendo en el aeropuerto con mi
mujer y mis niños… la verdad es que ya no sé dónde irme a vivir…
***
…tan
guarra, tan guarra, que antes de lavarle la camisa al marido le compraba una
nueva…
***
…y
mientras que uno me afeitaba el compañero le decía que el perro es el animal
más listo de todos, y el otro que el gato, y así durante toda la faena. Al final, me
levanté y les dije a los dos barberos: ¡El animal más listo es el chivo, que se
deja la barba para no tratar con ustedes!
***
…¿Cuándo
le vas a poner las peras al cuarto a ese fanfarrón? – Déjalo que ande, que así le veo mejor la cojera…
Miquerido y más que admirado profesor Don Manuel
Filpo Cabanas, me remite un escrito, que por su calidad literaria, valor
sentimentaly legítima joya de las
vivencias de la Sevilla de aquellos años, reproduzco entera, sin retoques ni
adornos. No le hacen falta. Juzguen ustedes mismos.
El Almendro
<< Lo dijo
Antonio Machado: «Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo
despertar». Pues tu semblanza sobre El
Almendro, fotografía incluida, despertó muchos recuerdos de mi infancia y juventud.
El dormitorio de don Enrique y doña Rosalía pisaba el de mis padres, lugar de
mi nacimiento en un caluroso 24 de julio de 1940 en la calle Santa Ana, 18. En
muchas ocasiones mi madre esperaba la llegada de don Enrique para ofrecerle en
la planta primera una silla para que descansara, dada su obesidad. Lo vuelvo a
escuchar con su voz profunda tallada por el cante, entrecortada por el
esfuerzo: «Doña Mercedes, muchas gracias, estas escaleras cada día se vuelven
más altas… ¡qué bien me viene este descansito! Muchas gracias».
Solo la
familia Ortega tenía teléfono, el 27.0.12. No resulta necesario decir los
ofrecimientos para que lo usásemos. Ahora, cuando desde mi actual domicilio,
justo enfrente de la casa, observo los dos balcones, me aumentan las vivencias
de una querida familia envuelta, como tantas, en las muchas dificultades de una
posguerra que, aunque siempre indeseada, creaba unos lazos de sinceros afectos
próximos a un cariño sin paliativos.
Llegados
los fríos de diciembre, veo a doña Rosalía con toquilla y permanente sonrisa,
ojos negros, tez blanca, moño de pelo salido de un cuadro de Romero de Torres,
contrapunto de un marido con señorío y curtido en los ruedos de la vida. Cada
cual con sus rasgos apaciguaban algunas trifulcas entre los dos hijos varones:
Enrique, el mayor, rubio, funcionario destacado de Hacienda y Manolo, sano, de
generoso físico, pero algo tarambana. Rosa y Amalia eran dos bellezas
impresionantes. La primera, casada con el banderillero Antonio Almensilla, era
el prototipo de la mujer gitana andaluza, cariñosa, dicharachera. Le decía a mi
madre: «Mercedes, tu hijo crece para mejor: más guapo y buen mozo», entre mis
rubores adolescentes… La segunda no quedaba atrás, más dulcificados sus rasgos
pero de bondadoso trato. Amalia tuvo tres hijos; el mayor, Enrique Henares, abogado, dio un
Pregón de Semana Santa hace unos cuatro años.
¡Agua,
por favor, cerrad los grifos un ratito! Constituía una frase que resonaba en el
patinillo porque la presión no permitía que subiese a las plantas altas. Igual
las escaleras impregnadas con frecuencia
por los gratos olores de los platos que intercambiaban el grupo de los siete
vecinos. ¡Qué tiempos …!
«¡Señorita,
póngame con Jerez, sí, ya le llamé antes pero sigo sin línea… ¿Que no es posible? Por favor, hágalo…!». Expresiones
altisonantes que resonaban en la calle cuando don Enrique necesitaba hablar
para atar las representaciones vinícolas.
Ahora,
cuando uno se hace mayor sin saberlo, se activa una infancia dormida, preludio
del misterioso círculo vital. La familia de los Ortega y la del bajo, Heredia,
gitanas de porte y clase, contribuyeron a que entendiese la vida con sus
diferencias. Comprensión basada en algo fundamental: un profundo respeto que,
inevitablemente termina en afectos profundos.
Termino
con una disculpa. Tus trabajos —el adjetivo ‘magníficos’ lo encuentro
raquítico— me llegaban por eso que llaman Span. No sé de dónde saqué el
alarmismo de que los borrase sin abrir, y sin más. Hasta que no hace mucho me
dijeron que no pasaba nada. Entonces allí encontré algunos de tus sorprendentes
por estéticas, amenas, instructivas y elaboradas publicaciones.
Gracias
por tus envíos. Besos para tu mujer y parabienes para la familia.
Viene
a cuento porque en el "ligao", que es el tema a tratar en esta entrada, los tercios
tienen una importancia fundamental ya que lo que se liga cantando,
precisamente, son los tercios, modificando la estructura del cante, uniendo,
dos o más en algunos casos, o encadenando en un solo tercio toda una estrofa,
como en esta soleá del Zurraque que nos dejó Antonio el Arenero,
Si a ti te quiere tu mare
y
a mi me quiere la mía
y a ti te quiere de noche
y a mí de noche y de día.
quien
la realiza sin respirar, de un tirón, es decir, en un solo tercio.
¿Se "istingue"? Pero, como casi siempre, como paradigma del cante, cito a Tomás
Amapolas de un trigal
corté flores de un almendro
y amapolas de un trigal
y comparé sus colores
con los tuyos, soleá,
cuando me hablas de amores
1:08
Convierte dos estrofas en un tercio, sin respirar.
1:23
hace lo mismo en la ”e” de “colores” en una hermosa escala.
Por
lo general, todos los cantaores ligan, aunque se den casos y casos; hay otros
que se lo tragan, suave, profundo, y otros que se paran. ¡¡¡Pero pararse hay
que pararse!!! Claro que sí, amigo, me has pillado, pero pararse cuando se
debe, porque hay primeras figuras, y no señalo, que se paran cuando no deben, a
verlas venir (compás). Y están ahí, viviendo de eso. De otros se dice que ligan
poco; a lo mejor es que no tienen esa capacidad, o, en honrosos casos, cargan toda la melodía en
medio de las estrofas. Eso tambien es cantar bien, pero, personalmente,
prefiero el “ligao”
A veces, se puede ligar con
una frase que no corresponde a la estrofa original, alguna palabra suelta, óles
o un embuste; tenemos un ejemplo en estos fandangos de Caracol, en los que
suelta un “porque” de su propia cosecha
entre los dos versos “Carmen la portuguesa (liga en 1:20) los lleva p´acá y
p´allá…” El que puede, puede.
Tres
elementos fundamentales tienen que darse para mantener un “ligao”; en
principio, la capacidad pulmonar, la melismática y sobre todo, un sentido rítmico, lo que en flamenco, por lo general, suele
llamarse “tener compás”, y que para hacer estas cosas, en los “ligaos”, como
dice el título de esta entrada, hay que disponer de esa habilidad, un absoluto
control del manejo del compás, porque hay algunos que se pierden en el adorno
desmesurado y entran tarde, mal y nunca.
Ha
habido, a lo largo de la historia del flamenco, muy buenos maestros del
“ligao”, como Carbonerillo, Vallejo, Terremoto en su soleá, ay, ay, y tantos
otros, como, por supuesto, Pastora. A ver qué piensan de ese “no” 0:37 que
borda entre “que te quería no lo niego” ¡Qué difícil!
También
se “istingue”, ¿o no? Lo mejor de la historia. Pues eso. Y como siempre,
recuerden que estas entradas son visiones particulares, sin intención didáctica
alguna y responden a opiniones personales.
Dice Genara, entre otras cosas, en un mensaje lleno de ternura:
…este curso tengo entre manos un
toro de miura, eso le dije a mi nieta,
cuando me dijo lo que queria que le pintara, nada mas y menos que la
torre Eifeel de Paris, y con solo un ojo y a mi edad sin pulso, he tenido veces
que he querido renunciar, pero ya con este mes si Dios quiere la termino y sin
haber pintado nunca en mi juventud, lo miro y mas bien me parece un milagro,
alguien me está ayudando…