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sábado, 25 de julio de 2015

EL EMBUSTERO

La intención de este blog, a pesar de no haber sido creado para identificar, definir o criticar cantes, baile ni toques, sí pasa por aportar a los interesados en cuestiones de modos y costumbres cuantos conocimientos se han cruzado por mis experiencias personales.

El embustero.
En la repentización musical, el intérprete va leyendo por primera vez el pentagrama y va tocando o cantando la pieza. En el flamenco, a pesar de haber incorporado muchos músicos que saben solfeo, en la mayor parte de los casos, y he de ahí su encanto, el intérprete transporta la melodía directamente de su cerebro al instrumento o la garganta, con elementos aprendidos a base de  escucharlos y repetirlos.
En la guitarra, hay gente de academia que toca limpio, claro y bonito, pero sin alma, aunque conozco excepciones muy honrosas, en las cuales se acumula la técnica adquirida en esos centros y la sensibilidad del artista. Los tocaores callejeros son otra cosa; a lo mejor no pisan apropiadamente, o su técnica no es excelente, pero lo que sale de sus sonantas es distinto y sabe bien. Cada vez que tocan un mismo tema lo hacen de una manera diferente, no repiten las mismas notas, ahí hay alma, humanidad. Son capaces de adaptarse a cada momento. He visto a Raimundo afinar una cuerda mientras tocaba. A la hora de acompañar al cante, esperan. Son sibilinos, no se dejan llevar por academicismos ni imposiciones.
            El cantaor canta, ellos acompañan, es así de simple; cuando tocan para deleitar, se proyectan a sí mismos en sus notas, se sienten libres. Aunque sea difícil de explicar, nunca lo hacen de la misma manera, jamás tocan una por una todas las notas, aunque interpreten lo mismo. Lo de callejeros viene porque han aprendido en la calle, del amigo, de la familia. El término es muy usado entre los flamencos.
En el cante, hay gente que define tan perfectamente, que son sospechosos de lo mismo. Mucha técnica, mucha repetición, pero cada vez que lo hacen es igual a lo anterior. Su maestro, en ocasiones grandes cantaores que se han prestado a ello, les enseña el palo. Les corrige, vuelven a repetirlo, vuelven a corregir… hasta que sale. ¿Sale?
En contraposición, está el cantaor de duende. Es el caso de Manuel Torre, cantaor jerezano afincado en Sevilla, del que se cuenta que a veces estaba para matarlo, y que en alguna ocasión quisieron meterle en la cárcel, posiblemente por defraudar al público, como contaba Pepe el de la Matrona, quien fue testigo de una de esas noches en la que Manuel Torre había estado pa´matarlo; cuando se acabó la función y ya casi amaneciendo salieron a una terraza a tomar un café. Entonces Manuel Torre se volvió al guitarrista: “Oye, coge la bajañí que ahora voy a cantar dos veces, que me ha cogío bien” y cantó... cantó tres siguiriyas que el suelo temblaba. Dice Pepe el de la Matrona: Yo no he visto otra cosa igual, lo tengo metío en la cabeza y no se me olvida, no se me puede olvidar.
¿Qué fuerza misteriosa  dominaba a Manuel y a todos a cuantos acude el duende?
¿Prefieren ustedes a un cantaor cabal o a uno que nunca se sabe lo que va hacer?  ¿Pura  técnica o sentimiento?
 Yo me quedo con el duende. Prefiero fracasar mil veces y tocar una sola vez el cielo con las manos, ser testigo de la revelación de la voz de la gloria que acude a la tierra, donde la acune un cantaor de duende.

De estos últimos, de los cantaores de duende, podemos, dentro de la diversidad de caracteres y particularidades de cada uno, temperamento, bohemia, intuición, destacar a aquellos que tienen poca capacidad de retener letras o tonás. El genio, sale de todas las situaciones. Cuando no recuerda la toná la inventa, cuando se le olvida la letra, la improvisa. Puede  tratarse, por tanto de poetas repentistas, como aquellos, cultivadores del arte de versificar al momento, que organizan fiestas campesinas en Cuba. Comen beben, e improvisan décimas. Los nuestros comen, beben y cantan lo que les da la gana. Hay pocos. Son conocidos por los flamencos como embusteros. Y no es un agravio.

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