Dos que pensaban raro
Bernardo
era dicharachero, gustaba de comer en abundancia y lucía una oronda panza, que
mostraba con orgullo a los que le hacían
bromas sobre el tema; se reía para dentro, y a veces sonreía, casi siempre
porque, al perder el hilo, intentaba pintar con la sonrisa esas ausencias que
su enfermedad le provocaba.
“La
primera vez que nací, ya estaba loco;
antes, cuando era joven, sentía necesidad de redimir las injusticias,
una especie de culpabilidad morbosa que me impulsaba a hacer algo por los demás
para reparar la falta; hoy, después de tristezas y desengaños, se me han pasado
las ganas, aunque no del todo, y sigo siendo solidario con el sufrimiento de la
gente, pero ya no soy Quijote.”
La
vida, las circunstancias, los miedos, eso sí, sobre todo los miedos. Es difícil
tirar del carro en situaciones cotidianas, pero cuando las alas del pensamiento
nos han sido recortadas, se nos revela inaguantable y pesada la tarea. Las
personas son puestas en el mundo en la ausencia de un objetivo concreto; luego,
toda una vida puede convertirse en aprender a buscar, sin que nadie sepa
exactamente qué, y algunos nunca acaban
de aprender.
Isidro,
casi siempre, llevaba perdida la mirada; cuando fijaba la vista, lo hacía como
un jinete, poniendo el horizonte allí donde le daba la gana desde lo alto de la
jaca de su desvarío y llevándose a esa dimensión a quien le acompañaba. En la
plaza, la gente se admiraba cuando veía cómo los gorriones bajaban a posarse en
sus manos y comían de ellas.
“Un
loco siempre escucha la voz de las alturas;
cuando deja de escucharla, también deja de serlo y se convierte en
cuerdo, porque ya no sueña. Entonces gana la calidad de ciudadano del sistema,
o a lo mejor, pierde el tesoro de la locura, que le dispone para pensar
libremente y sin metrónomo. Más fácil: el cuerdo es un hombre con derechos; el
loco, un hombre libre.”
Cada
cual tiene su propia teoría sobre el pájaro azul que debemos perseguir y cómo
hacerlo; casi todos fundamentan en el dinero la principal etapa hacia ese fin,
aunque también otros la basan en el espíritu. Estos últimos están más
ampliamente diversificados y por fortuna abundan cada vez más; los
materialistas suelen estrellarse en el vacío con más frecuencia, por la
dificultad de acumular riqueza en esta tierra. Los idealistas son, en muchos
casos, felices y mueren felices. Al igual que todos los seres humanos, tienen
miedo, y mucho más que miedo
El
“homo habilis” era Bernardo; cada vez que su amigo intentaba abrir una lata sin
éxito o pelar un plátano entre temblores de medicamentos, se la arrebataba y al
momento se la devolvía abierta, o le pelaba la fruta. También le echaba el azúcar
en el café, le untaba la mantequilla en la tostada o le hacia la cama a diario.
Isidro era la ternura; no permitía que el otro se metiera por los oscuros callejones
de la tristeza y la postración. Siempre una palabra amable, siempre un soplo de
aliento en los bajones y una mirada, que, aunque un tanto perdida, confortaba y
era firme. Lo compartían todo, incluida la convivencia en la vivienda social
que habitaban, la penuria, la soledad, el abandono de los suyos, porque eso sí,
a un iluminado nadie lo quiere consigo, salvo honrosas excepciones. Compartían también
esa lejanía de la gente, que les saludaba en el bar o en el paseo, pero no les
daba compañía ni de aquí a la esquina, que negaba con la cabeza cien veces
antes de que les hubiera dado tiempo a pedirles para tabaco.
Todo
sucedió como el relámpago; una noche Bernardo comenzó a vomitar oscuro, espeso
y maloliente. Su compañero no se despegó de él ni un momento; pensaba que, como
otras veces, era consecuencia de los atracones con que se regalaba.
Pero no; aquello era algo serio y los doctores se lo hicieron saber a sus responsables
sociales. Al tercer día, vino uno de ellos a la sala de espera, donde los encargados
de la comunidad terapéutica recibieron la noticia de su fallecimiento. Se
rifaron cuál de ellos se lo comunicaría a Isidro; así de complicado estaba el
tema. Cuando por fin uno de ellos lo hizo, no sólo no lo encajó, sino que no aceptó
que aquello pudiera ser verdad.
Alguien,
en la puerta del hospital, una tarde, le hizo ver a Isidro la inutilidad de su
espera; -pero amigo, le dijo el enfermero, su amigo nunca volverá… -¿Cómo que
no? aquí estoy, hasta que le den el alta. Puso el horizonte más alto que nunca,
volvió a sentarse en los fríos escalones de mármol y se encogió, apretando las
rodillas contra la barbilla. -Esperaré
que vuelva. Sí, claro que volverá, seguiré esperando, hasta que como a Siddhartha,
la vegetación me rodee el cuerpo y los pájaros hagan nidos sobre mis hombros.
Claro que volverá.
Estuvo
muchos días apostado en la puerta de aquel hospital. Se sintió mal, y se
repuso; creyó una noche que la sangre se le había helado en las venas y por la
mañana volvió a sentir las manos y las piernas y luego, otra vez, volvió a no sentir
nada.
Llevaba
mucho tiempo allí; una mañana se levantó una brisa extraña; alguien le tocó el
hombro y le dijo… -¡vamos, tu amigo te está esperando! y le condujo hasta un
parque. Bajo el sol de mediodía, sentado en un banco de madera, Bernardo estaba
dando de comer a las palomas. Cuando vio venir a Isidro, esbozó una de esas
sonrisas lacias, sacó el pañuelo y se sonó los mocos. El compañero se acercó
hasta él, le puso una mano sobre el hombro y tomó asiento a su lado. -¡Qué buen
día, Bernardo! -Muy bueno, niño, qué a gusto se está aquí. Ninguno de los dos
se preocupó de agradecer el detalle a la persona que le había conducido hasta
allí, ni siquiera repararon en que había desaparecido. Y allí, sentados en el
banco, se quedaron dormidos al calor de la luz del mediodía.
Entrañable y conmovedora entrada esta, José Luis. ¡Qué felicidad de banco para dos amigos al armónico calor de un mediodía!Felicidades y un abrazo.
ResponderEliminarMagnifico como siempre. Me ha enternecido nucho, más que me da que este relato es veridico.
ResponderEliminarTu sabes de estas situaciones, te relaciones con estas personas y sabes de la incompresión que reciben. La vida y los " renglones torcidos de Dio "
Saludos amigo
No creo que tenga tu relato mucha ficción, como la vida misma, que me parece real... y para pensar ello.
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