Dentro
de nuestro mundo cofrade, y considerando las nuevas formas que éste, desde
mediados del XX hasta nuestros días va adoptando -capítulo aparte merece y
sería digno de un estudio pormenorizado, aunque creo que alguien ya lo está
haciendo-, no sólo han proliferado las hermandades de barrio, establecidas y
consolidadas alrededor de una imagen de Cristo (preferentemente un cautivo), o
bien la honrosa excepción de alguna instaurada en pleno casco antiguo, o
también el caso muy particular de alguna hermandad creada a partir de una
devoción antigua que, según sus reglas nuevas se trata de aquella otra extinguida
u olvidada en los anaqueles de los archivos de una vetusta parroquia, sino que se dan otro tipo de "hermandades" que han ido apareciendo de manera espontánea y que son coetáneas a estas otras antes mencionadas.
Estas otras hermandades a las que voy a referirme
no tienen reglas, cultos, Hermano mayor, Juntas de gobierno ni sede canónica. Están
en la calle, algunas viven y mueren en los bares, y otras se desarrollan en Cuaresma
y mueren el Domingo de Resurrección, con el último golpe de tambor en Santa Marina.
Puede tratarse de gente que se “colegia”
para desarrollar tal o cual actividad siempre a tiempo parcial, que se trata personalmente
únicamente en esas fechas y que se olvida con la facilidad de la lectura del termómetro
hasta el año próximo. No conozco todas las que son, pero sí hablaré de las que
están, y de las que conozco, y a las que pertenezco.
Igual que los costaleros y capataces -o cada
uno por su lado- mantienen un mundo propio y distante del sentido catequético y
evangelizador que preconizan las Santas Reglas de todas las Hermandades, es verdad
y tengo que decirlo, que conozco a muchos costaleros comprometidos con esas
premisas, núcleo fundamental de la propia existencia de estas corporaciones
religiosas, también grupos de afinidad en artes o disciplinas relacionadas con
la Semana Santa, de igual manera consonantes -o no- con los fines para los que
fue concebida, se reúne alrededor de esas actividades sin ningún ánimo de lucro
y sin otra intención que la de satisfacer unas inquietudes que a muchos sirve
(nos sirve) para llenar un vacío intelectual o artístico que, lejos de este
ambiente sería difícil de satisfacer.
En el mundo de la saeta debería hacer un
apartado entre grupos de saeteros que se relacionan a través de un conocimiento
personal de muchos años, porque suelen encontrarse en eventos organizados por
Colegios profesionales, asociaciones, Distritos, o por las propias hermandades,
y otro distinto y distante, el formado por alumnos de cursos impartidos en
talleres de centros cívicos, grupos parroquiales o incluso dentro de una hermandad.
Dentro del primer grupo, aunque de todo hay en la viña del Señor, se pueden
encontrar grandes saeteros y siguiriyeros cabales; dentro del segundo es más
difícil, aunque también los haya. En ninguno de los dos, existe una estrecha
relación con el flamenco. Se canta en cuaresma y en Semana Santa, y hasta
luego. ¿Canta usted por soleá? ¿malagueña? Alguno, un fandanguito de Huelva,
otro más avanzado, un cante de Caracol, la mayoría, ná de ná, sólo saeta.
Cuando se escucha a un gitano asomado a un balcón extender la mano a un Nazareno
y acunar una siguiriya, se le rizan a uno todos los pelos del cuerpo. Ese no
pertenece a ninguno de los dos grupos, pero tiene flamenco y sentimiento. Y sabe.
Otra muestra de “hermandad” sería la de
los pregoneros. No me refiero a la “gauche divine” de los que han subido al
atril del pregón de los pregones, el que hoy se da en el Teatro de la Maestranza.
No sé si mantienen reuniones periódicas entre ellos, creo que sí; en una ocasión
me invitaron a cantar en un acto en el Mercantil y allí estaban al menos ocho
de estos pregoneros, elegidos por el Consejo en función de su calidad literaria
(los menos), por su impacto social o por la cuota debida a las hermandades y a
las relaciones de cordialidad entre el Consejo, que a su vez es elegido por sus
miembros, y los cofrades que manifiestan
su deseo de dar el pregón de Sevilla, esos, sin calidad literaria -salvo algún
caso aislado- y sin impacto de ninguna clase. Además, pasa la cosa por el tamiz
del arzobispado, aunque la práctica totalidad pasa.
Los que acudimos a pequeñas asociaciones literarias,
de vecinos, iglesias, clubs, colegios y
hasta tertulias, tenemos relaciones que, al igual que los saeteros se limitan
al tiempo de pasión y poco más, e incluso nos avisamos de dónde hacerlos el año
próximo. Cuando nos vemos, nos roneamos: “Este año tengo dos”, pues yo tengo
tres, y además me han encargado para el año que viene el de Matalascabrillas
del Duque, y así vamos viviendo el año a año pregoneril, con la ilusión de que
un día nos llame Manolo Nieto y nos haga el encargo. ¡Qué largo me lo fiais!
“…
el talento no es nada, (…) el talento abunda. (…) lo que importa es el trabajo
duro.” (Charles Chaplin, según su hija Geraldine Chaplin.)
José
Luis Tirado Fernández