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viernes, 22 de noviembre de 2013

EL QUICIO DE LAS AFLICCIONES

            Es, como elemento pasajero y casual de nuestra vida, testigo de dolor y pesadumbre. Ningún color luce, no presenta brillo ni textura y su aspecto de cielo sin fondo ni final, como infinito, ni nos ocupa ni nos preocupa cuando ofrece su consuelo.
            Está, saliendo a la derecha, en medio de la soledad, en cualquier pasillo de hospital, tanatorio o prisión. Siempre estuvo ahí, aislando nuestra huida, parando, mandando y templando esa impotencia que aniquila nuestra espera, vendiendo su fisonomía de ladrillo y revoco como absoluta y exhibiendo su orgullo como fatal factor de su existencia.
            Se complace cada vez que apoyamos el brazo sobre su esforzada rigidez, vaciamos el grisú ponzoñoso que nos muerde las entrañas sobre su paño,  lustramos su mate palidez con el espeso sudor de la frente, o exhalamos, en un húmedo suspiro, el último ¡ay! de la cadena.
            Es el árbol común de los que sienten, la higuera maldita a orillas del Jordán de los pañuelos, fruto sin legado, la línea que dobla y cambia el plano vertical de la certeza, frontera entre esta pena y el gozo que se quedó en la calle, más cierto que la noche y el día.
            Su pátina,  sal de lágrimas secas y su música, triste canto de las voces sin aliento. Está allí, dispuesto, y siempre espera, como un postigo que amortigua nuestro mal, no importa en qué tiempo y causa, porque es centinela del reloj y relevo del amor y de la muerte.


José Luis Tirado Fernández

2 comentarios:

  1. Qué real es ese muro de las aflicciones que describes. Si éste,-impertérrito e inanimado- pudiese escribir sus memorias llenaría páginas de dolor y de dicha. Tal vez pudiera, en otra escala, emular al de las Lamentaciones.

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  2. Tan profundo como cierto. Es toda una invitación a la reflexión, que creo que todos deberíamos practicar, especialmente en los momentos actuales.

    He aprendido, José Luis, la vida: Gozo y dolor.

    Gracias. compadre.

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