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sábado, 27 de junio de 2015

EL HEREJIA EN TRES DIMENSIONES

                No pretendo con este artículo intentar una biografía de José Moreno Moreno, “El Herejía”. Eso supondría un arduo trabajo de recopilación histórica, discográfica, audiovisual y testimonial que ocuparía un tiempo del que no dispongo. No obstante, para ensalzar su figura, como hombre y padre de familia, como artista y como abanderado de su barrio, el nuestro, Triana, del que nunca anduvo lejos a pesar de verse obligado por la diáspora de los sesenta y setenta a residir en un piso del extrarradio, gitano puro y receptor ancestral de los cantes de la cava, creador y genio de los palos festeros en el cante y en el baile, acometo este trabajo movido por el gran cariño que siempre le he profesado, y que también él me retornaba y que tantas veces me demostró.
                Para ello, intentaré en tres trancos bien definidos y distintos la semblanza de este personaje único, aportando en primer lugar la visión de Triana pura, pura y pura que él tenía y que un día, sentados en su salón, me transmitió detalladamente. En segundo lugar, una entrevista que mi gran amigo Antonio Martín Lorenzo, otro trianero militante, brillante escritor e investigador y que trabaja en la radio, le hizo dos o tres semanas antes de su muerte. Para terminar, unas ilustraciones gráficas, audiovisuales y literarias sobre su vida, obra y legado.

 ¿Por qué Triana?

                Uno recuerda, de pequeño, las ruinosas fachadas, los apulgarados tejados, cubiertos en primavera  de amarillos jaramagos, el interior de los templos, lóbregos, húmedos, sus cuadros, a veces obras de Murillo, Zurbarán, Herrera, oscurecidos por el tiempo, irreconocibles e indescifrables.
                Uno recuerda, de pequeño, las tabernas, sus camareros con la tiza tras la oreja, sus urinarios apestosos, su serrín, sus escupideras, sus carteles de “se prohíbe el cante”, y… sus cantes. Auténtica y genuina Universidad del flamenco, donde se iba no sólo a beber, sino a conocer, a distinguir, a apreciar. ¿Qué sería hoy del flamenco sin las tabernas de Triana? ¿Qué sería hoy del flamenco sin la fuente?
                En el Morapio se daba más flamenco que en cien bienales. Allí dejaron lo mejor de sus cantes los míticos, los grandes. En las tabernas se convivía, se adoctrinaba, se sentaba cátedra de cómo vivir el flamenco.
                Uno recuerda de pequeño, el resplandor de la candelá en el patio, y el rescoldo que llevaba a casa el calor de la amistad, de la solidaridad, del sentido humano y sentimental del vecindario, hoy perdido y desperdigado por San Pablo, el Polígono Norte, las Tres mil, donde miles de trianeros añoran su barrio y darían todo lo que tienen por volver a su barrio, hoy convertido en una de las zonas residenciales con el metro cuadrado más caro de Europa. La mayoría de los trianeros no vive en Triana,  por razones, como digo, de tipo económico, aunque algunos tienen la suerte de seguir morando las casas donde nacieron.

Ay, Cava de los civiles,
Ay, cava de los calés,
Ya no es la cuna del arte
Ni sombra de lo que fue.

¿Cuna del arte?
Es una calle cualquiera,
Camino de cualquier parte



                Los trianeros se fueron a los barrios periféricos con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón y se llevaron todo su arte a aquellos barrios. Pero allí no tenían patio ni corral, ni lavaderos, ni cogían agua del pilón, ni encendían fuego las noches de invierno ni tomaban el fresco en la azotea las noches de verano, ni compartían el pan y la sal, ni convivían los unos con los otros como en Triana. Se encerraron en sus pisos a ver la televisión, allí tenían agua corriente, un brasero eléctrico, un ventilador y una nevera.
¡Y el arte!; seguían teniendo todo el arte; así que, sólo era cuestión de reencontrarse. ¿Cómo?
                Al principio de los ochenta, una mujer que desgraciadamente no está entre nosotros, cuyo nombre era Gloria Moreno, “Filigrana”, dedicó su tiempo a localizar en su destierro, convencer, llamar, reclutar, a todos aquellos trianeros que se distinguieron por su arte, no ya de manera profesional, sino como siempre hicieron, cantar y bailar, contar chascarrillos, divertirse, convivir.
                Así, luchando por la idea y en colaboración con José Luis Ortiz Nuevo, a la sazón concejal de cultura del ayuntamiento de Sevilla, quien consiguió en una brillante gestión el Lope de Vega para, en 1982, organizar un gran espectáculo, quisieron dar a conocer a Sevilla, a España y a la humanidad cómo era la gente que habitaba aquellos corrales legendarios, aquellas vecindades de un tiempo que se fue. Conservo en mi archivo el video del evento, como un tesoro de la gloria de Triana; el productor del mismo fue en ese caso, otro gigante de los medios audiovisuales, Ricardo Pachón, el mismo que produjo el disco de Camarón “La leyenda del tiempo”, a mi criterio, el giro fundamental que convirtió al isleño en el mito que hoy es.
                Allí, en la bombonera de la Exposición iberoamericana, se consiguió demostrar que Triana no estaba muerta, que vivía en todos aquellos que habían tenido la gracia divina de bautizarse en Santana, la O, el Patrocinio, aunque vivieran en las afueras.
                Pusieron el listón tan alto como sólo ellos podían hacerlo, el Titi, Curro el Juto, Tragapanes, la Calzona, el Pati, Pastora, Coco, la Perla, José Lérida. Juan Lérida, Loli Leiría, Paco Vega, el Potaje, Juan el Breva, Carmen Cachero, Tío Juani, La Salu, Antonio el Cordobés, Carmen la Pillina, y algún otro que se me escapa, y que, juntos, tuvieron su ratito de gloria, teniendo como artistas invitados a Lole y Manuel, quienes, trianeros como ellos, vinieron, estando en la cresta de la ola para darles su aliento.
                Aquello fue una apoteosis del arte. Les llamaron Triana Pura y pura. Luego vinieron actuaciones esporádicas, siguieron en contacto, hasta que más de quince años después, y siendo más reducido el número de componentes, alcanzaron el éxito más impresionante que se pueda recordar en España, con el disco de Triana al cielo. La tristemente desaparecida Esperanza la del Maera, con el sigiloso encanto de su voz de niña marinera, con el “Probe migué” rompía la barrera que separa el arte de Triana de los circuitos comerciales, colocando la pica allí donde nadie la hubiera imaginado, en discotecas, listas de superventas, hit parades, grandes éxitos, giras, galas, recepciones….  y el nombre de nuestro barrio, por delante: Triana…    pura.
                Aquí lucía La Perla en bulerías y fandangos, por tangos, sublime Curro, también hoy desaparecido y a quien Dios guarde en su gloria, solearero de jondo porte Coco, lágrimas negras nos dejaba Pastora, con su voz antigua y dorada…
                Y como líder natural del grupo, un hombre, trianero puro, gitano puro, hijo de Concepción, la que mejor ha cantado en la cava por bulerías, recreador de las chuflillas de Triana, un cante de ascendencia gaditana, genuinamente de juerga, que él nos ha legado, y que tiene en su haber la satisfacción y el orgullo de haber compartido juergas con Vallejo, Caracol, Mairena, casi ná…, referente claro de los tangos de Triana, José Moreno Moreno, a quien conocemos en Triana por el Herejía.


ENTREVISTA


EL HEREJÍA

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JOSÉ MORENO MORENO

ARTISTA FLAMENCO DE TRIANA

SEVILLA, 1937



Quedamos con José "El Herejía", gracias a la ayuda de su sobrino José Luis Tirado, y por supuesto, de su hija Salud, quien nos dio todo tipo de facilidades para poder realizar la entrevista.

El antiguo componente de "Triana Pura", reside en la actualidad en una residencia para la tercera edad muy cerquita de lo que antes Fué el cuartel de San Fernando.

Llegamos a la hora de las visitas, y nos encontramos a José, en una de las salas de espera que tiene el centro, e inmediatamente y de forma muy amable, se puso a nuestra entera disposición.


Con EL HEREJIA, 2 o 3 semanas antes de su muerte, en la clínica donde estaba internado.


Nací en el número 4 de la calle Evangelista, la antigua calle San Juán; y después me fui a vivir a 11, donde precisamente vivía la familia Montoya; allí vivimos con Los Montoyas, 20 años.

Qué maravilla de vida en esos corrales antiguos de Triana. Nos daban las tantas de la mañana cuando nos metíamos en fiesta, y la verdad, es que no nos hacía falta gran cosa; con un potaje de chícharos nos poníamos todos morados, y no veas lo bien que lo pasábamos.

Aquella vida, no tiene nada que ver con la de ahora en los pisos. Y además se te hacía falta algo, todo el mundo te ayudaba.

Lo de Herejía me lo pusieron de niño, porque dicen que era muy travieso.

 Este es el famoso salto del Herejía. Me regaló esta foto y con el mismo cariño hoy la publico en su memoria. Se trata de un salto hacia atrás, algo complicado de explicar y que algunos estudiosos dl baile interpretan a su manera. En mi opinión, está fuera de toda ortodoxia académica.


Yo bailaba ya desde chiquetito, aunque no de forma profesional. Me llamaban mucho los señores para las fiestas, porque yo cantaba muy gracioso, y bailaba; así que desde los 11 años, ya empecé a ganar dinero con los señores. Uno, que era don Salvador Guardiola, me llamaba incluso 2 o 3 veces por semana, y me quería como a un hijo, y me llevaba a todos los sitios.

Yo, la verdad, me iba a jugar todos los días con los chiquillos, y cuando menos me esperaba, iba don Salvador a buscarme a mi casa para que me fuera con él.

Después me metió en el Guajiro, y como el pase terminaba temprano entonces, pues de allí nos íbamos a Citroen. Recuerdo que yo me llevaba de guitarrista al hermano de Melchor de Marchena, a Antonio, y que después de Citroen, nos íbamos a cenar a una terraza que había por la Cruz Campo, y cuando terminábamos, nos marchábamos para  "Las 7 Puertas", hasta que nos hartábamos, y ya venía a por nosotros su chófer, y nos llevaba a un bar de la Puerta Jerez.

Además de Guardiola, he estado con Pareja Obregón, con Pepe Marchena, El Algabeño, Manolo Caracol, Antonio Mairena, Manuel Vallejo, El Sevillano..., con toda esa gente, he cantado yo.

Recuerdo, que a Mairena, lo conocí en una caseta de Feria que puso Pepe El Gitanillo, el hermano de Rafael Vega de los Reyes, y allí le canté yo, con mi hermano Curro, El Yoni y Rafael el Negro. Ahí Fué donde conocí a Mairena, y se quedó encantado con nosotros.

Otra noche, estuve con el torero Sánchez Mejías, en la Venta Marcelino, y estuvimos toda la noche allí cantando, y como no llevaba dinero para pagarnos, al final nos citó en el bar Pinto al día siguiente a las 5 de la tarde. Llegamos, tomamos café, y cuando llegó, le dice a Pinto, "Pago una caja entera de whisky, pero con la condición de que Pastora venga, y que escuche aquí a mis amigos".
Estábamos Chiquetete, Manuel Molina, El Flores, y yo. Y Pastora, se quedó encantada, y decía que ¿cómo es posible que estas criaturas estén por la calle con el arte que tienen en lo alto?.

Y antes de "Triana Pura", hemos estado trabajando por toda Andalucía, y por Madrid, haciendo "turné". Y el grupo de "Triana Pura", se debe a una prima del Juani, que tenía mucha amistad con Ortiz Nuevo, y consiguió reunirnos a todos, le concedieron 200.000 pesetas a fondo perdido y además, el poder disponer del Teatro Lope de Vega para el espectáculo. Y la verdad es que el resultado Fué un escándalo; un éxito bárbaro.



De cosas graciosas que me hayan pasado te puedo contar muchas, pero vamos me viene a la cabeza una vez que con el grupo "Triana Pura", actuábamos en Bilbao, y cogimos aquí en Sevilla un avión hasta Madrid, y luego allí otro para Bilbao. El tiempo estaba muy malo y el avión hasta Madrid se movía un poquillo, pero el que cogimos para Bilbao, se movía más todavía; y no veas La Perla el miedo que tenía,

Es muy miedosa. Y me dice: "José. Cómo es que se mueve tanto el avión". Y le digo: "Porque el piloto, no sabe más que abrir la ventanilla para escupir", y dice "Pues ahora cuando lleguemos a Bilbao se va a enterar éste, le voy a decir que no abra más la ventanilla para escupir, coño, que se traiga una escupidera". Me acuerdo que en ese viaje iban también con nosotros Chano Lobato, y el Chato de la Isla.

Yo lo he pasado muy bien, lo he pasado de maravilla, y una de las personas que más dinero me ha dado a ganar, ha sido José María González de Caldas, que conmigo siempre ha sido "un pedazo" de señor.

A mí me ha llegado a dar a ganar al año, un millón de pesetas, de aquella época, y además me tenía trabajando con él; pero cada vez que hacía falta, me decía que me fuese para el Cortijo, uno que tiene entre Bollullos y Sanlúcar la Mayor, y allí nos poníamos ciegos de comer y de beber.
  
  

ANTONIO MARTÍN LORENZO

  

                Nació en los pares de Evangelista, aunque pronto se mudó la familia a la acera de enfrente, al 11, donde él evocaba la recogida de las carretas del Rocío cuando las almacenaban hasta el año siguiente, así como el ambiente de sano júbilo y arte que se respiraba las noches de patio en un sitio donde convivió con grandes artistas, epicentro del desarrollo estructural que sufrió el flamenco cuando empezaron a eclipsar los punteros y la necesidad de primeras figuras comenzó a tirar de trianeros que ya habían trasladado, por necesidad, sus hogares a barrios periféricos. Pero fue allí donde se fraguó –nunca mejor dicho- todo.
                José vivió su historia de amor y terminó casándose con Salud, una íntima amiga de mi madre que habitaba en la casa de los palos, y allí pusieron su primer nido de amor, en la misma casa que habitaba Joaquín el Titi. Cuando llegó el éxodo, se fueron a un piso en la Avda. San Juan de la Cruz, donde residieron hasta su muerte.



En esta foto de los cincuenta, están José, Salud, en primer lugar, y al final, mi madre, Manuela, y mi padre, José. La gitanita del centro es mi tía Reyes, esposa de mi difunto tío Miguel.

                Tuvieron cinco hijos: Salud, Concepción, José, Elisa y Eduardo, a los que hace mucho, demasiado tiempo que no veo. Todos fueron amantísimos hijos, tanto de José como de Salud, y su apego y devoción por sus padres, hasta el final, podrían servir de ejemplo en nuestros días. José les hizo crecer en amor y bondad, pues siempre fue un hombre trabajador como el que más, que pasó de trabajar en las minas alemanas a buscarse la vida de nuevo en Sevilla, en las minas del pan duro que suponen los trabajos esporádicos alternados con alguna que otra fiesta. La honradez no da para más; lo mismo le echaba un cable a mi padre cuando sabía que su situación no era buena, que aguantaba su vela cuando le tocaba. Pero cuando llamaba amigo a alguien, eso era cierto.

 Una foto imposible, Herejía, bético confeso y militante, junto a Don Federico Pérez Estudillo, capellán del Sevilla F.C., el cura que declaraba: Rezar por los béticos es superior a mis fuerzas. Me resulta imposible hacerlo. 
 Para que se hagan una idea, pueden leer este articulo de Holgado Mejías. Impagable:

Como una última perla, les ofrezco este video subtitulado tomado por mi padre en una fiesta familiar, donde Herejía hace derroche de su arte:








José Luis Tirado Fernández



martes, 23 de junio de 2015

TESTIMONIO GRÁFICO: MANUEL LOZANO


                Era Barbero y pelaba y afeitaba a domicilio en Bellavista, en los años sesenta y setenta. Era originario de Montellano, y entre tijeras y cuchillas, daba clases de guitarra a los chavales del barrio por un módico precio. Uno de sus más aventajados alumnos y a quien dio sus primeras nociones, es Daniel Navarro Cruz "Niño de Pura", del que les dejo una muestra.


                En la siguiente foto están mi madre, mi padre, a la guitarra, mi tía Carmen, mi tío Paco, el yerno de Manuel, magnífica persona, malogrado en un accidente de trabajo, y él mismo, muy animado.


                Sirva esta entrada como homenaje a un hombre honrado, artista, gran conversador e incansable buscavidas. Maestro.



José Luis Tirado Fernández


miércoles, 17 de junio de 2015

URGENCIAS DEL VIRGEN MACARENA

            Me resisto a ir. Todos nos resistimos; pero a veces el dolor que te retuerce las tripas y te dobla como un pestiño te conduce, a veces demasiado a menudo, a sus fauces. Es curioso, allí hay cola para entrar. Este reino de Hades automatiza tus pasos y te dirige. Tú no tienes nada que aportar, sólo hacer lo que te dicen los de las batas blancas, los de las batas verdes. Temes que Caronte te ande esperando por allí detrás, por alguno de sus recovecos, y entonces buscas por entre los bolsillos y las dobleces de tu martirio el óbolo que te ofrezca el salvoconducto a la otra orilla. En esos pensamientos, te dice el altavoz que te requieren desde un despacho, donde un interrogatorio precede a otro, acompañado de un manoseo, necesario, según los responsables de acabar con tu sufrimiento, protocolizado según ley para que nada falle… ¿nada? Si sigue leyendo este relato lo entenderá.
            Vías, pinchazos, rayos, más preguntas, muchas preguntas, para terminar en otro reservado, donde ya no están las dos jóvenes que antes te atendieron, sino una mal encarada madura que instruye a una joven y le explica que mi visita es innecesaria, puesto que los resultados no aportan signos de gravedad. Encima, con el alivio de sus botes y bolsas de líquido blanco, uno se cree el mayor tonto del mundo porque esto no es nada. ¿Para qué habré perdido aquí siete horas, siete, -se habían quedado sin ordenadores-  por mi tonta hipocondría? Me voy.
            La segunda, más corta en el crono, con aquel calvario habitado de asientos y camillas, aunque menos poblado en esta ocasión, vino a ser una continuación cíclica de la primera, y aún me pareció no sólo adivinar al barquero embozado en las sábanas del Sas, sino presentir tras cada puerta que abrían o cerraban, el sonido de la corriente del Aqueronte. Mismas preguntas, mismas pruebas, mismos resultados, y a sufrir, otra vez, a casita.
            Fue la insoportable necesidad de descansar, de respirar, de sentirme un ser humano, la que forzó la tercera. Otro interrogatorio inacabable y torturador, necio y cansino y que acepté como la única forma de aferrarme a esta orilla, de seguir luchando, pero ya las preguntas te pesan, te atosigan, te marean, en tanto tu dolor se empeña en acompañarte cruelmente a todos sitios como la sombra malévola que te lastra y te desacredita en el espejo.
            Pero allí no todo es malo; ángeles que disimulan sus alas bajo las batas de enfermera o celadora, se camuflan entre los hijos de este reino, y alguna que otra honradísima buena persona tiene que practicar la bondad clandestina sobrenadando el plasma de este ambiente. A quienes no se ven por allí como “clientes” son los parlamentarios de las Cinco Llagas, ni a ningún concejal, recién electos todos ellos, y seguro estoy que nuestra Presidenta no va a venir a parir precisamente aquí. Ellos se pagan con este sufrimiento nuestro sus privados.
            Estoy vivo porque una de estas almas bondadosas se apiadó de mi quebranto –¿tres veces, maestro, tres veces?- y me solicitó una ecografía, donde se apreciaba el tamaño de mi vesícula, la gangrena apoderándose de ella y diversos materiales de construcción alojados en su interior. En la siguiente ocasión fui llamado por dos cirujanos, que, sonrientes, me animaban. No pasa nada, no pasa nada. La barca seguía su ignominioso trasvase de ánimas a la otra orilla; los fieros ladridos del Can Cerbero podían oírse nitidamente. Yo tuve la suerte de no conocerle.
¡Ay desdichados que pisáis aquella orilla, esos inframundos situados debajo de la tierra, rogad por vuestras almas!


José Luis Tirado Fernández

sábado, 6 de junio de 2015

ASÍ DEBIÓ SER


                María, Josefa o Concepción debieron cantar de esa forma; esa voz, esa forma de apretar, de clavarse las uñas en sus propias carnes para hilar la hebra pura de la seda de la cava, ese exigir a la garganta la belleza de lo imposible, ese separar la paja de lo vulgar del grano de lo sublime, tuvo necesariamente que ver algo con ellas. Mucho se ha escrito, se ha conjeturado con la garganta y la voz del Fillo, un canalón oscuro, áspero e impenetrable de donde salían truenos que asustaban a la chiquillería. Pero quién ha dedicado un milímetro de tinta a presentir, a imaginar cómo cantarían ellas, las cantaoras de Triana que no dejaron registros sonoros. Yo creo haber estado esta noche escuchándolas a todas ellas. Y sé cómo cantaban. Ahora sí.
                Hay muchas cantaoras, que clavan la pica de lo correcto, que usan –aprovechan- las voces de privilegio que Dios les manda, y que adoban con unos adornos melismáticos robados a los cuarenta para encandilar a una audiencia que también paga lo correcto y consume lo correcto. Pero a mí me gustan las transgresiones, y tengo la impresión de haber asistido a una.
                La entidad de lo que ella canta es muy difícil, ese tesoro está tan jondo en el pozo que parece inalcanzable, pero Herminia tiene una soga larga y nos lo ofrece cada vez que se acerca al brocal. Tiene una amistad antigua y constante con el cante, aunque su cuerpo de balanza íntima le ofrece la posibilidad de movimientos refinados y voluptuosos.
                Deja trabajar a su madurez por toná, debla y martinete, en tanto  invoca a la candidez de su juventud aún presente para flautar por malagueña y dejar por bajo la bella rozadura de su voz.  Se embarca en las cantiñas y aprovecha que pasa en ese instante una estrella fugaz para marcharse con ella. Allí, sobre su estela, se columpia mientras da un duro al barquero y los presentes reparan que sobre el museo de cerámica de Triana no hay ningún firmamento. Es el mundo de Herminia.
                En las bulerías, marcaba con el tacón y Antonio Moya no se perdía una; quién renunciaría a ese festín de compás, al que además, a las palmas, asistía su mujer Mari Peña, cantaora utrerana y buena festera.
                A la misma hora, un despliegue policial en la Cartuja, organizaba el acceso de miles de personas a un evento de otro artista, más multitudinario, más mediático, más comercial. Allí estuvimos los justos. En el jardín de Venus, entran sólo los elegidos. Allí las multitudes molestan, estropean el césped y maltratan las flores.


José Luis Tirado Fernández


miércoles, 3 de junio de 2015

FLAMENCO SHOW



Es  una tarde febril de la pubertad de junio, se asusta la carne al salir de casa y se echan de menos los charcos. Calor, y de la buena, de la que presumimos –maldecimos- los sevillanos. Hay un atasco en la Ronda de Capuchinos, pero no tiene sentido. Ni es la hora ni el día, y sin embargo, el tráfico se vuelve ceremonioso, cansino. Algo más de una docena de autocares repletos de turistas –quiero decir japoneses- insisten en arrimarse a la derecha según se pasa el bar Trinidad. Asustan a los pájaros de los jardines del Valle, descargan, y se van. ¿Qué harán, me pregunto, para satisfacer esa hambre flamenca que traen estos nipones? Nunca he entrado en uno de esos centros del pastiche. Todo lo más, en un tablao, pero me supongo que está un poco lejos de lo que aquí se ofrece. ¿Harán un “japonesas al clavel” para ofrecerles a continuación una sangría y un trozo de tortilla y ponerles a ver el espectáculo? A saber. Supongo que algunos puntos de incidencia generará para darle un bocado a la tasa de paro y que nuestro amado presidente pueda salir con la cabeza alta a decirnos que la economía, a pesar de todo, de él mismo, ha crecido. 

Otro centro de pastiche artístico-cultural, en Martín Villa, un restaurante llamado “Volapié”, ofrece en su cartelería, amplia, profusa: Hoy, a las 21.00 Flamenco Show. Creo que se trata de una franquicia. Bueno. Más adelante, la casa de la memoria, ésta más amplia, más formal. Flamenco Show.
Algunos flamencos agradecerán esos puestos de trabajo, y algunos camareros, y algún recepcionista... y bueno va, que canso. He pensado que también, puestos a especular, quizá rifen un traje de flamenca entre los asistentes. En los ochenta, mi madre le regaló uno a Déborah, la mujer de mi amigo Pepe. Lo usaba como traje de noche. Y es que Nueva York es mucho Nueva York. Pero en Japón, hoy, hay más trajes de flamencas que teléfonos móviles y más academias de baile que en España. Me han hablado de cien sólo en Tokyo.
Por quince pavos, me doy el gusto de acudir al Quintero a la presentación del disco de José Valencia. Por lo anteriormente expuesto, me siento un privilegiado. ¿Cuánto le habrá costado a un japonés su plaza en uno de estos flamenco show? La memoria. La mía viaja y vuela a la calle Troya, a una tabernita alargada con dos puertas, antes de llegar al arquillo según se va hacia Betis a la derecha. Allí olía a vino blanco, y a orines, y de vez en cuando salía un parroquiano a escupir. Allí, sentado en un banquillo de madera de los de borriquete, descansaba algún viejo, rascando su mechero de yesca para encender un pitillo. Allí. Allí asomaba mis oidos, y volvían cargado de cantes arcaicos, solemnes, densos. Allí. Flamenco show.
Pido asiento alto y centrado, y me lo dan. Desde allí se ve más, se oye mejor. El aspecto de José es el de un divo del bel canto. Y, efectivamente, su voz se asemeja cuando aprieta a la de los divos. Pero canta flamenco, y muy bien. Fue giraldillo del cante en la bienal. Tiene gran oido, capacidad de salida y melismatiza -¿se dice así, señores flamenc...?- bien. Me ha gustado. No obstante, soy del precepto caracolero, ya saben... pellizco chico, caricia honda... pero cuando un cantaor canta por bajo, Manuel Cerrejón dice que por alto canta cualquiera, sirva el apunte, se agradece. Y lo que José ha hecho por bajo –sobre todo en las cantiñas- me ha gustado. Así que me apunto a  este cantaor en mis favoritos.


¿Y a qué he venido?



  A ganar la luz, como León Felipe. Ahora escondo yo el miedo y la vergüenza y declaro desierto el concurso. Y la luz aparece vestida de negro, con un delantal salpicado de estrellas redondas y un tocado que aborda el  fin de este siglo. ¿quién te peina, primor, dime, hermosa, quién te peina? Enfila la oscuridad y ocupa todo el espacio. Ahora, ya no hay cante, ni guitarra, ni palmeros. En esa luz, sólo existe ella, y en un forcejeo con la envidia, me sobrepongo al deseo de ir, de hablarle, de decirle, de cantarle. Se envuelve en la melodía del tango, y pone las caderas donde no las pone nadie. Sus brazos, aspas de molinos que derriban el deseo y edifican fuegos. Ahora no hay nada, ni cantaor, ni tango, ni nada, porque ella lo es todo. Hasta la luz. Y yo, aquí, tan diminuto, tan lejos, tan cerca, pido a la providencia ser siquiera polvo de su suelo, o tabla que pisa para recoger la peina desprendida de su pelo. Ahora todo ha acabado. Soy el títere que falta en el guiñol del destino, un hombre atormentado que no sabe si el mañana se esconde en lo vivido. 



Y me voy. Lo olvidaré mañana, cuando aclimate mis pupilas a otra luz, donde no estará ella. Mientras, seguiré rondando las calles, hasta dar con la tabernilla que está antes del arquillo, aunque me tenga que acostumbrar a entrar en esos templos del arte, donde ofrecen el flamenco show.



Pasen, señores, pasen.


José Luis Tirado Fernández