Páginas del blog

sábado, 26 de diciembre de 2015

EL DERRIBO DEL NOVEDADES. Una duda.


                En la fototeca de la Universidad de Sevilla, aparece esta foto de La Campana, del fotógrafo José María González-Nandín y Paúl  con el café cantante Novedades, todavía en pie. Reza una leyenda: “Plaza de la Campana: Derribo del Café Teatro-Salón Novedades, el 24 de marzo de 1923.”
                Teniendo en cuenta que el Domingo de Ramos ese año fue el día 25 de marzo, me parece muy difícil que en un solo día se pudiera –con los medios disponibles en aquellas fechas-, acarrear todo el material de derribo de la mitad del edificio, pues el Miércoles Santo, día 28, aparece a medio derribar, pudiéndose apreciar parte de los arcos todavía en pie, en la parte central de la foto, entre los nazarenos de la hermandad de San Bernardo.


                Esos mismos arcos que puede usted contemplar en este cuadro de Sorolla, titulado “Baile en el Café Novedades de Sevilla, 1914”.


Este pintor realizó varias obras que tenían como motivo la Semana Santa y las  costumbres sevillanas.
                En la página “La Sevilla que no vemos”, de mi admirado Julio Domínguez Arjona, aparece la misma foto, con un poco menos de calidad, en la que se data el derribo el día 19 del mismo mes y año. No conozco la fuente del dato, aunque en la página cultural de ABC, del 19 de septiembre de 2014, Alberto García Reyes aporta el mismo dato:
“Fue derribado el 19 de marzo de 1923 y hasta entonces no pudo realizarse el ensanche proyectado en 1895. El «alcalde palanqueta», Antonio Halcón y Vinent, logró comprar el inmueble a la propietaria, Salvadora García de Leániz, después de años de pleitos y resistencias. El día de su demolición se congregó una multitud en la Plaza de la Campana para ver el comienzo del derribo portando una pancarta que decía «Novedades nunca te olvidaremos». No en vano, allí había visto Sevilla a la Coquinera, Juan Breva, la Niña de los Peines, Antonio el de Bilbao, Pastora Imperio, el Niño Medina, Rita Ortega, Manuel Torre, La Malena, La Macarrona y unos jóvenes que aprovecharon la oportunidad que daba este café de que salieran a cantar los aficionados y que pronto se convirtieron en grandes figuras históricas: Pepe Marchena, Pepe Pinto, El Carbonerillo...”
                Una mijita más creíble, aunque me siguen pareciendo poco seis días para tamaño desalojo. Por cierto, en esta otra foto, del mismo autor –la sombra le delata- aparece el torreón, su arcada y la taberna “La campanilla”, y de manera increíble, gente en el balcón, viendo el discurrir de los pasos.


José Luis Tirado Fernández

viernes, 25 de diciembre de 2015

UN PÁLPITO

Esta tarde estaba escuchando a Agujetas, alrededor de las cinco. Sobre las ocho y media he leido la triste noticia, que me ha llegado a través de un blog al que estoy suscrito, el de mi amigo Juan Luis Franco, "Toma de horas". Me ha impresionado un poco, porque hacía tiempo que no le escuchaba, y ha tenido que suceder precisamente hoy. Descanse en paz.


...arrecógete un poquito,
verdolaga, no te extiendas,
que la huerta no es tan grande
ni el hortelano tan rico...



José Luis Tirado Fernández

domingo, 20 de diciembre de 2015

MANOLO GARRIDO


                Ha sido una pura emoción conocer a este hombre, que a los noventa y dos años, ha estado este domingo tarareando algunas de las sevillanas que compuso, acompañado de mi humilde sonantilla; este espíritu libre,  humilde y sonriente, que desgrana arte a cada frase, que inunda de bienestar el ánima de quien le acompaña, verso empedernido en los labios, sal fina en la palabra, que me ha imprimido su sello y ha sembrado marejadas en mi temple, que me apremia, tras saber quién es y cómo se conduce, a festejar su existencia, a agradecerle compartir su mesa, y decirle en estas línea lo que siento.
                Que me arrepiento de no haberle conocido antes, ya que pude, que guardo en el interior de los atrios del corazón el recuerdo de este día, que me avergüenzo de no haberle admirado más, de no haber profundizado más en su obra, de no haber escuchado más sus creaciones.
                Un momento relevante: “yo  creía que era poeta hasta que leí lo que tú escribes”, frase que me ha dedicado y que le acepto siempre que signifique su apoyo leal y solidario hacia todos los poetas que frecuenta, como suele decirse: “eso se lo dirá usted a todos”, un cumplido en toda la extensión de la palabra, pero que estimo demasiado exagerada como valoración de mi arte si iba en serio.
                Porque al cabo, quien lo dice, es autor, entre otras “cosillas”, de la sevillana más universal, “El adiós”, que cantaba hasta el papa de Roma, del himno de la Esperanza de Triana, de las nanas de la señá Sant´ana, y de tantos y tantísimos versos con los que hemos crecido y que nos han ilustrado en el amor de nuestros amores: Triana, las devociones, la historia y las  costumbres más hermosas de nuestro pueblo.
                Espero volver a verle pronto, percibir de nuevo su arte, su aura prodigiosa, la frecuencia de los elegidos a su alrededor, la dulce cadencia de sus movimientos, o pedir otra ronda, otra tapa de merluza en amarillo o escucharle llamar a Pastor, su cuidador, para hacerle un encargo, como lo hace un padre.
                Pero este genio me va a permitir que prescinda de hacerle algún poema porque no me considero digno de escribir la primera línea siquiera. Le dedicaré, entonces, el poema sentimental de mi admiración y mi gratitud. Y el reconocimiento ineludible de su maestría.



José Luis Tirado Fernández

miércoles, 16 de diciembre de 2015

LA ESTRELLA BEBE EN EL POZO

                Dice a Dios sus oraciones de noche, cuando se acuesta; antes de cerrar los ojos a su bondad se encomienda y El le da sus bendiciones desde su atalaya excelsa porque lleva en las entrañas un viril de vida eterna.  En un rincón de la estancia José duerme a pierna suelta para levantarse pronto que un largo viaje espera; dio de comer al borrico, preparó viandas frescas y dos  pellejos de agua  por si la calor aprieta, que el invierno admite a veces los rigores de esta tierra. Mientras, Maria, dormida, campiñas de raso sueña y al verde de su capote extiende ilusiones nuevas; en lo mejor de sus sueños, extrañas luces la inquietan y mira por la ventana guiada por la extrañeza. Los faros del universo  han venido a su presencia y alumbran la majestad  y el  garbo de su silueta astros, planetas, luceros,  y todas… todas las estrellas bajaron a su morada, abandonaron su estela dejando el  hueco en el cielo y se acercaron a verla; pero la estrella de Dios, la que a los magos orienta, la que señala el camino, quiso estar más cerca de ella y vino hasta su brocal a iluminar su belleza.
                La estrella bebe en el  pozo… Maria con gran sorpresa acude fervientemente, se sube sobre una piedra y se asoma como puede porque el vientre no la deja.  Cuelga del tul de su velo un canasto de varetas  y lo desliza hasta el fondo  a ver si puede cogerla.  Hasta arriba lo levanta, pero no viene la estrella… sino un colosal prodigio que boquiabierta la deja… Allí… se le presenta la vida, se le aparece la prenda ansiada de sus amores, el don que le prometiera el Arcángel San Gabriel,  anuncio de su grandeza,  un querubín de hermosura  de rizada cabellera y los ojos como un cielo de dulzura marinera.
                Ella le coge en sus brazos y con ternura  le besa, él  sonríe y le dedica  la miel de su boca fresca, con cuatro dientes que asoman jazmines de primavera, le va devolviendo besos como caricias de menta.  Ella retoza en el patio  con su cachorro juega, caballito al trote largo, al corro de la morera… vivan los guardias civiles que van por la carretera… al colmo de la alegría con cinco lobitos llega, y como no puede hacerle la sillita de la reina,  le brinda para mecerlo el columpio de sus trenzas.
                Ella y su niño en el patio colmados de dicha plena, ¡Qué maravilla de cuadro y qué estampa más risueña! ¡Qué sueño tan prodigioso, qué fantástica quimera! Pero, ay, dolor, poco duran esas hermosas escenas, porque los sueños son sueños, acaban igual que empiezan, y pasan a ser recuerdos cuando uno se despierta.
                -¡Maria, que ya es la hora, Maria, Maria, despierta! Vaya por Dios, qué oportuno su marido la desvela. Tiene el borrico cargado y la está esperando fuera, para ir a empadronarse a Belén, porque es su tierra.  Ya gozará de su niño pronto, nada más que vuelvan y llenará su carita de besos de madre nueva; ya jugará con los rizos de su bendita cabeza,  a disfrutar su perfume de florida rosaleda y acariciará la amable serenidad de su seda.
                Mañana será otro día y cuando acabe el sendero mantendrá el goce certero del sol de su compañía, ¡Qué suerte, tienes, María, que el Señor, a su manera, encontró la verdadera concesión de su cariño… ¡No te impacientes, que el  niño, nacerá cuando Él lo quiera!


José Luis Tirado Fernández

martes, 8 de diciembre de 2015

GADIR


                Vino una nube a mi limbo y sostuve su mirada, aguda daga de oro que descose la mañana y empuja desde poniente a las barquillas cercanas. A las faldas de su vuelo cedió el freno de mi alma y se me ocurrió una letra, que de cielo y brisa hablaba, sales que en una cuarteta escondidas siempre andan.

Viento que del sur llega,
cálido instante que pasa,
soplo que pronuncia el nombre
de la esperanza…

                Pero las luces del alba no prestan sueños manidos y el aire trajo una lluvia que me causó escalofrío, me traicionó aquella brisa, fue disparo de cuchillos y se me volvió el paraguas por los forros del olvido, quise dibujar las olas  sobre mi fiel cuadernillo, pedí favor a las musas  y me salió un juguetillo:

Cuando luz te pedía,
mala persona,
me trajiste el faro
de Chipiona.

                Así, la sesión de tarde aligeró su embeleso porque una nota de paso quebró la toná del tiempo, imponiéndole su acento para que  sonara así; se despidió presurosa, componiéndose, nerviosa, su tocado de organdí, pero de la prisa loca se le desprendió una rosa que al momento recogí; una flor, que en otra estrofa, quise dedicarte a ti.

Si esto es tuyo y esto es mío,
si es nuestro y es de los dos,
te digo, cariño mío,
que esto me parece amor.

                Me fui con los resplandores de la cúpula amarilla, cepa de estirpe cristiana con las raíces fenicias, brújula de los bajeles que van buscando su orilla, manantial de nuestra historia, principio de las sonrisas, reino del cante y la copla, solar de la cortesía, de la gracia dicha a tiempo, del piropo a Mariquilla, bastión de la libertad, nación de la simpatía.

Desde Aurelio a Pericón,
desde el Mellizo a La perla
lucieron el galardón
del empaque de esta tierra.

                Tienen caminos los mares que no los conoce nadie, sólo algunos marineros que salen al mar y saben donde paran las sirenas llevados por sus cantares; y como son realidades los cantes de su bahía, recordé el goce de un rato cuando cantaba alegrías brindando entre trago y trago una voz que todavía mi memoria no ha olvidado, un juguetillo salado que escuché en la barbería que está cercana al mercado; me parece que decía:

Una vez que te dije
cómprame ropa
me quitaste las ganas
de un tapabocas.



José Luis Tirado Fernández

lunes, 7 de diciembre de 2015

MODA FLAMENCA



                Caramba, esclamó Cecilio, ¿pues en dónde hay cosa mejor que ir vestido a lo flamenco, con chorrera y pañuelo con cintillo y chaquetilla con alamares de plata, y calzones con botonadura de filigrana y botines de estrezado… (Fragmento de Diego Corriente (historia de un bandido celebre) 1866-67, por Manuel Fernández y Gonzalez.)



José Luis Tirado Fernández 1959

José Luis Tirado Fernández

sábado, 5 de diciembre de 2015

¿QUIÉN LEVANTA HOY A CAGANCHO?


El Pele. Le grabé esta siguiriya en la sala Cajasol hace dos o tres años. Impresionante.




Atrévete, gigante, levanta el alma,
que siempre acude el duende
cuando se llama.

La transmitió Juan Talega. Romualdo Molina dijo titánica. La clavó.

José Luis Tirado Fernández

lunes, 23 de noviembre de 2015

ME DIJISTE


Que ya era llegado el momento,
que luchar, no merecía la pena.
Y me invitaste a subir a tu barca,
a cubrirme con tu túnica,
un lienzo ligero,
y a portar el farol,
 mientras que tú remabas.

Me prometiste en lo oscuro
el vaivén de los otoños,
lo confuso de la noche
y el fragor de las tormentas.
A soñar hacia atrás,
a escapar de la luz
y a buscar en los túneles la sombra.

Pero olvidaste que el sol brilla
por encima de los parques
y el sonido de sus fuentes,
que a veces atraviesa la fronda
y, fugaz, te deslumbra.

Que pertenezco a un árbol
que sustento y me sustenta,
que existo por su tronco y su corteza
y por su savia me alimento,
que por él sé quién soy
y por quién pregunto,
que las raíces también laten
y los tallos sostienen mi esperanza.

Que soy tierra,
y que a la tierra me debo,
y a mis flores.






José Luis Tirado Fernández

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL MONTE PIROLO Y RODRIGO DE TRIANA




El monte Pirolo parece emerger en jaramagos amarillos, para sostener la figura de Rodrigo de Triana ¿quizá de Lepe?, sustituta –ya para de gente de mi quinta y anteriores- de aquella otra que en Chapina también señalaba ¡Tierra! y que hoy descansa en unos almacenes municipales. La última vez que la vi, aún existe, estaba al final de Blas Infante, en unos viveros propiedad municipal que no sé si sobreviven.


Foto del diario ABC


ABC Con respecto a la efigie de Rodrigo de Triana, esta estuvo durante algún tiempo en la Plaza de Chapina, según la información aparecida en el diario ABC, esta nueva ubicación se inauguró en 1948, y estuvo en ese lugar hasta finales de la década de los años 1970 que, por su deterioro y mal estado de conservación fue retirada -el brazo era mutilado con mucha frecuencia-, posiblemente ya no exista. Actualmente una escultura de nueva factura, se colocó a principio de los años 1980 al final de la calle Pagés del Corro.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 16 de noviembre de 2015

OIDO EN LA BARRA DEL BAR XII


                Un buscavía vendiendo papas con un borrico y unas angarillas, se para en un bar, dejando al animal amarrado en la puerta. -Manuel, échame una cervecita y una tapa buena de carne con papas. Sale a la puerta, mientras el asno le mira por el hueco de las anteojeras, y se bebe la cerveza y se come la tapa regodeándose.
                El burro dice: -cabrón, ni siquiera me ha ofrecido un traguito, ni un mísero bocado. En la siguiente parada, por supuesto otro bar, vuelve a repetir. -Ramón, una cervecita bien fresquita y una tapa grande de ensaladilla. Vuelve a beber y comer sin ofrecer nada a la bestia, que vuelve a murmurar: -Maldito egoísta, nada, que no me da ni una mijita.
                Entonces acierta a pasar por allí una monja, que escucha las murmuraciones del rucio. -¡Madre del amor hermoso! ¡San Francisco me ha dado el carisma! Cuéntame, hermano burro, el porqué de tus suspiros… -Pues verá hermana… este dueño mío, que tiene más cara que espalda. Se toma la bebida y la comida y no me ofrece ni un grano…
                -Pero hijo mío, háblalo con él, dile que comparta contigo sus viandas, todo es cuestión de hablar…
                -¿Hablar? Hermana, éste se entera de que yo hablo y me pone a pregonar las papas.




Por la trascripción, gracias a Pedro, el campanillero más flamenco que conozco.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 9 de noviembre de 2015

LECHE DE BURRA


                En los años sesenta a los chavales nos vendían en los kiosquillos unas pastillas blancas, como aspirinas, que tenían un sabor característico –nunca he vuelto a saborearlo-, dulce y pastoso, y que costaban una gorda, que era la décima parte de una peseta, al cambio, es curioso comprobar que por una monedita de un céntimo de euro nos podríamos comprar 16 pastillas. Es decir que en la actualidad, no podríamos comprar una sola pastilla porque no existe moneda lo suficientemente pequeña.


                Leyenda es que Cleopatra, Popea o Napoleón tomaban baños de leche de burra, por sus propiedades cosméticas, aunque es su valor alimenticio lo que en esta ocasión nos interesa, puesto que se le suponían cualidades  contra la tisis, como alimento ideal para niños, purificador de la sangre y del sistema inmunológico, etc… No llegué a conocer la venta ambulante de esta leche, aunque he visto algunas fotos de los vendedores, que tenían su propio pregón y que ordeñaban a las burras en plena calle en la vasija que le entregaba el comprador.
                Uno de ellos, el necesario para el germen de esta entrada, lo fue Manuel Ojeda, apellidado por dicho motivo “El Burrero”, quien llegó a poseer una importante recua. Así se llamó igualmente el café que instaló en la calle Tarifa, como su sucursal de verano, junto al puente de Triana. Aquí tenemos un cartel con un elenco que para nosotros quisiéramos en el Maestranza.



José Luis Tirado Fernández

miércoles, 14 de octubre de 2015

UNAS LETRAS POR BULERIAS p´aque la jagan los niños, que siempre están cantando lo mismo



Debajito del hueco de la escalera
te espero tó la tarde
pero no llegas.

Po´ yo te voy a esperá
hasta que devuelvan, prima,
el Peñón de Gibraltar.

***

El saco caracoles
se m´a volcao
y no veas los picarones
el camino que han tomao.

De dos en dos
con mi lacito de cuero
los voy recogiendo yo.

***

De mantilla vestía
era la reina;
de caramelo, mare,
eran sus peinas

y era su blonda
como la luna llena,
blanca y redonda.

***

Párroco de Sant´ana
con qué alegría
bautiza a los gitanos
por bulería,

sus bendiciones eran piropos
el compás lo marcaba  con el "guisopo",
con el "guisopo",con el "guisopo",
el curita marcaba con el "guisopo"


José Luis Tirado Fernández

sábado, 10 de octubre de 2015

MATAPERROS NUNCA PIERDE


                Gozamos el privilegio de haber vivido. Y la oportunidad de poder contarlo, y como los árboles dejan caer sus hojas patriarcales, contamos, unos en los bares, otros en redes sociales y otros matando a versos las inquietudes que van llegando -aunque  no es oficio de poeta expresarse con palabras, sino con sentimientos-, los sucesos cotidianos, que van masticando los días en las hojas de nuestro calendario. Se acomoda uno a la pena, y ve en un clavo ardiendo una escalera de mármol que baja hasta el salón del vals, pretendiendo engañar al bobo que todos llevamos dentro. Pero a veces el cuerpo no está para bailes.
                En el tute, el naipe de menos valor es el tres, y se suele descartar en los arrastres porque de poco nos sirve. Pero en multitud de ocasiones, la fortuna nos lo sirve como nuestra última carta para la jugada final. Una leyenda de jugadores veteranos atribuye al tres de la vira (palo designado como de mayor valor) la virtud de no perder nunca por haber aparecido a lo largo de la partida todas las cartas superiores, apareciendo como la de más valor entre las cuatro finales. Se la suele denominar como “mataperros”, aunque también la he escuchado llamar “caraperro” y otras barbaridades.
                Es, la esperanza final, la definitiva. Si esa te falla, todo está perdido. Pero el buen jugador siempre confía en ella, la festeja cuando le toca en suerte, la acaricia y la mima porque sabe que en caso de necesidad, siempre aparece.
                Se repite durante toda la partida: “Mataperros” nunca pierde. Así, que es frecuente, entre jugadores y poetas, cuando los vientos rasgan las velas, llevar siempre a Mataperros en el bolsillo.

***

En la baraja española es posible adivinar el palo de que se trata sin descubrirla del todo, gracias a una orla que rodea los gráficos. En el caso de los oros, la orla es completa


en las copas, tiene una interrupción en el trazo



en las espadas, dos interrupciones



y en los bastos, tres. Una curiosidad.


Imágenes de la página "ConsultarCartas.com"

José Luis Tirado Fernández



miércoles, 7 de octubre de 2015

SÁTIRA DE LOS MOJINOS


                Tuvo la culpa un mojino de esos que van por la calle con el pantalón ceñío, esos que marcan la grieta, la costura, la etiqueta, la goma de la carpeta y las tapas del sentío.
                La vista que no perdona, y la mente se desboca con disposición guasona colocando el objetivo sobre el orondo motivo con el antojo instintivo de pellizcar dicha zona.
                No pudo en un parpadeo salir de cuadro un segundo ese objeto del deseo, que en menos que se hace un trazo, de nada sirvió el frenazo y un descomunal porrazo mandó mi rueda a paseo.
                Un detalle que destaco es que perdí la cartera y el paquete de tabaco, que en un palmo de terreno  pasó la mano del freno y allí vino a hacerse bueno el refrán del perro flaco.
                Como la moto es barata pasó a siniestro total, y en Almadén de la Plata, solución que no desprecio, habrá otra por buen precio, aunque me parece necio si vuelvo a meter la pata.
                Esas cuencas del capricho que voy encontrando a pares me tienen en entredicho; ¿señal de buena salud? ¿residuos de juventud? ¿Si no lo miro es virtud y si lo miro un mal bicho?
                Procuraré tener cuenta con mirar donde no debo, pues no calculo la renta que me exige esa afición, sostendré la convicción de que mi gran devoción… es justo lo que se sienta.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 5 de octubre de 2015

SERIE DE FANDANGOS (Unos serios y otros no)



Que cante aquel que se atreva,
porque la voz llega siempre
donde el talento la lleva;
unos cantan porque pueden,
otros quieren y no llegan.

Una frase yo conozco
de este mundo traicionero,
que la decencia es estorbo
y que un hombre sin dinero
es un bulto sospechoso.

Te fui prestando dinero
creyendo que cobraría,
yo no soy ningún ditero,
dame la guita que es mía,
que ya estamos en febrero.

No desprecies la honradez
del que te tiende la mano
que mañana puede ser
que venga tu propio hermano
a tendértela también.
  
Motivo son de las coplas,
el amor y el desamor,
el  sufrimiento y la gloria,
la alegría y el dolor,
el triunfo y la derrota.



José Luis Tirado Fernández

martes, 29 de septiembre de 2015

LEJOS



De lo infalible y de lo absoluto

de las ordenanzas y de las ataduras

de lo inexorable y de lo fanático

de diseños y performances

de sabios y de gurús

de la maledicencia y la envidia

lejos.


José Luis Tirado Fernández

lunes, 14 de septiembre de 2015

DIME QUÉ TE LLEVAS

Una canción para que los niños la metan por rumba. Va por vosotros.

DIME QUÉ TE LLEVAS

Te has ido de noche,
como un forajido que busca en lo oscuro su mejor defensa,
te has ido buscando tu norte en la luna y su pálida estela,
su sombra furtiva como coartada, como compañera.

Te has ido cargada
de orgullo, de rabia, de motivos flacos y sin consistencia,
buscando resuelta al culpable en el mueble viejo que tienes más cerca
y has hallado dentro el espejo limpio donde te miraste, para qué más prueba.

Te vas de vacío,
sin otra valija que la certidumbre de tu propia guerra,
haces bien, amiga, que el tiempo no aguarda, vete cuando quieras,
no vuelvas la cara ni nunca renuncies, el éxito  es sólo de aquel que lo intenta.

EL ESTRIBILLO

Llenaste la alforja
de cosas terrenas,
déjame los sueños
que tú ya no sueñas,
deja los deseos
que no te alimentan,
y contesta antes
de cerrar la puerta
sólo un pregunta:
Dime, ¿qué te llevas?


José Luis Tirado Fernández

martes, 1 de septiembre de 2015

Cantaores desconocidos: EL CIEGO DE SANTA MARINA


                EL PRIMER SUEÑO
                Soñó con ser un pájaro. Nunca había visto ninguno, pero sabía que cantan y vuelan, que recorren las aceras y asaltan a hurtadillas los zaguanes en busca de migajón, y escuchaba en sus leves aleteos –distinguía entre jilguero y gorrión- sus huidas, que coincidían siempre con pisadas o cerrojos que se abren. Apreciaba, en tardes de siesta y silencio, el sonido de sus patitas cepillando los adoquines. Se hacía la idea de cómo podía ser un pájaro, sus formas y su vida, imaginaba en sus nidos el hueco de las manos de Dios, y porque ignoraba lo que es el blanco, idealizaba en la delicadeza de su tacto el soplo del aire vespertino, un mundo amable, pues, sin aristas, sin divisiones, sin heridas, un paisaje de almohadas blandas, que curiosamente abandonaban para exponerse en las calles al ataque de los gatos.
                Cantar ya cantaba, y muy bien, pero volar… eso era algo que sólo se podía soñar. Sabía, si, cantar, y algunas otras cosas; conocía el arriba cada vez que alzaba el brazo y lo extendía al infinito y el abajo cuando algo se le escurría de las manos y tenía que buscarlo a rastras. Delante hacia donde se dirigía cuando alguien le ponía la mano detrás para ayudarle en el camino. Izquierda la que pisa y recorre el mástil, y derecha la que pica y rasguea. Así era su mundo, y le parecía pequeño. Esa noche Morfeo pintó en su mente la inmensidad, algo con lo que ya había soñado, pero en la que ahora se sentía dueño del espacio, de todo el espacio, un ámbito donde el eco no volvía y sin embargo lo inalcanzable estaba a su mano. Nunca supo del cosquilleo del aire en movimiento, del vacío desafiando el peso de su cuerpo, hasta ahora no se había sentido un pájaro, y no quiso ni por asomo renunciar a ese momento.
                Solía estar, por las tardes, acompañando a los devotos de Santa Lucia en su lugar de reunión, una accesoria de la calle San Quintín, la primera casa entrando a la derecha, donde un curioso personaje llamado “Paná”, fabricaba bolsos de señora que luego vendía pregonándolos por la calle. Allí, los cofrades  se reunían, en un tiempo de calma impuesta, luego de casi salir chamuscados de San Julián, iglesia que fue incendiada, refugiarse en torno a un cuadro de la Santa que estaba en Santa Marina y salir por piernas antes de que las llamas, que también devoraron dicho templo, acabaran con el cuadro y con ellos. Ahora, a pesar de la escasez y la necesidad que asolaba España, al menos estaban tranquilos en Santa Catalina y gozaban de aquel sitio de convivencia, donde además el ciego les animaba, con sus cantes, las veladas.

EL SEGUNDO
                Tuvo el segundo sueño durante una siesta; soñaba que los trinos se convertían en copla, que los pajarillos revoloteaban y que Pastora, vestida de ese blanco que ahora presentía, les daba de beber en sus manos. Allí se sucedían los tercios y a dúo con su grácil séquito, surgía la sinfonía prodigiosa de su garganta. Llevaba una corona de rosas, y paseaba por un bello jardín, entre bóvedas de flores. Creyó escucharle una letra de bambera, que decía

Que consuela mis pesares,
no me digas que no vaya
a la bamba alegre, madre,
que a la niña del columpio
yo no la cambio por “naide”.

                Conocía un villancico que cantaba en fechas navideñas, El ciego y la Virgen, que la gente le solicitaba pues le daba un particular empaque, aunque a él le gustaban especialmente los campanilleros que dejó en gramófono Manuel Torre, a quien recordaba haber escuchado muchos años atrás, en el reñidero de gallos que aún seguía existiendo en la acera de enfrente, en la calle Doña María Coronel. Allí despachaban vino; cuando el ciego llegaba, le sentaban en las filas del palenque, para que, entre pelea y pelea, deleitase al personal, a cambio de algunos perros gordos. Como el cantaor jerezano era tan aficionado a esos combates, e incluso poseía algún pollo con el que participaba en las apuestas, fueron muchas las veces que coincidieron. Manuel le escuchaba atentamente; eso le decían los conocidos, pues el ciego no podía verle; otras veces entablaban conversaciones sobre cante. En cierta ocasión le escuchó una letra por siguiriya que se le quedó marcada, y que cantaba a menudo.

Cien llagas mi cuerpo,
y mi sangre agua;
yo vi, mare, que las plagas de Egipto
Dios me las mandaba.

                Le recordaba por su maledicencia, y por lo mal que Manuel encajaba perder el dinero apostado; cuando sucedía, escupía en el suelo, entre reniegos, y luego pisaba el escupitajo repetidas veces. Pero cuando ganaba y bebía para celebrarlo, merecía la pena estar allí para escucharle cantar. El ciego lo había hecho infinidad de veces; ahora, lo hacía en la gramola que un conocido de San Marcos le ofrecía algunas noches de verano, sentados en el patio de su corral.
                Algún cordobés le había contado la leyenda del ciego de Córdoba que gritó al Cristo de las Misericordias y, a cambio, éste le concedió la vista. En otras versiones, se contaba que dio un  golpe de bastón sobre la imagen; pero él nunca lo consideró creíble. El bastón, ya lo tenía; y la oscuridad en sus ojos, pero nunca se había planteado ponerse delante de ningún Cristo y hacer lo mismo; y creer, creía. Pero sus devociones iban mucho más allá de leyendas y habladurías y presumía de sevillano y cofrade. Allí, entre ellos, pasaba tan buenos ratos, que se merendaba las horas sin apenas haberlas degustado. Disfrutaba cuando a la puerta, mientras cantaba, se agolpaban las señoras que salían de las Carmelitas, de misa de ocho, y entregaban alguna moneda, o la legión de niños del vecino corral del convento de La Paz, donde una vecina vendía pelotas de trapo que fabricaba ella misma.

EL TERCERO
                Su tercer sueño, sucedió un domingo por la mañana. Había llovido y notaba que la funda de su guitarra no emitía su particular crujido. Eso ocurría cuando la humedad se apoderaba de los viejos muros de las casas de vecindad, centenarias y desatendidas por la propiedad, e inundaba las maderas y los entresijos de muebles y otros utensilios con su sereno rocío. Caminó, siguiendo la senda de vacío que le anunciaba su bastón, hasta la accesoria de “Paná”; allí, le habían citado sus compañeros de devoción, y allí estaban. Fueron todos a la iglesia a escuchar misa; el ciego notaba un gran revuelo entre sus compañeros. Una señora muy importante, según escuchaba, y su marido, muy devotos de Santa Lucía, fueron sentados en sitio preferente en la ceremonia. Luego, cuando acabó, le invitaron a una casa cercana, hasta donde el matrimonio les acompañó, para tomar un aperitivo.
                El dueño de la casa  les recibió y les hizo pasar a una estancia donde tomaron asiento, casi todos, ya que acudieron en gran número.  Todo comenzó con una entretenida tertulia,  en la que el casero no dejaba de intercalar chistes y anécdotas. Luego le solicitaron al ciego alguna copla, algún cante. Desnudó su sonanta y acometió un romance antiguo, poco divulgado, que le fue muy aplaudido. La señora se levantó para felicitarle y le besó en la mejilla. –Gracias, muchas gracias a todos. El anfitrión le pidió la guitarra, interesándose por su fecha y fabricante.
                 -¿Puedo tocarla?
                -¡Claro, amigo, ahí la tiene!, respondió.
                El hombre tanteó el clavijero, la dejó perfectamente afinada y comenzó a sacarle notas. Pero aquel no era un guitarrista cualquiera. El ciego notó de inmediato, que aquellos dedos, que aquellas manos, estaban dotadas de una sensibilidad especial, mágica, única. No adivinaba aún de qué guitarrista podría tratarse, pero le sonaba a algo que había escuchado en gramófono y se llamaba algo así como ¿gitanería…?. En ese pensamiento andaba cuando la realidad le condujo a una sorpresa aún mayor. La señora se dispuso a hacer un cante, y acompañándose a golpes de nudillo sobre el hule de la mesa, entonó unas peteneras que dejaron helado al invidente. Aquella que cantaba, no podía ser, pero era… La Niña de los Peines. Ya había escuchado a alguien llamarla Pastora. Y el guitarrista, ¡claro! El Niño Ricardo. Y aquella, su casa. Y por supuesto el marido de la señora… Pepe Pinto. Creía que iba a levantarse levitando, pero aquel cante y aquel toque le tenían anclado y bien anclado a la tierra y a los sucesos. ¿Cuándo volvería a estar en semejante compañía?
            Pepe se levantó con una copa en la mano y solicitó silencio.
            Señoras y señores, quiero que sepan ustedes que hoy es doce de Enero, y que es el aniversario de nuestra boda; precisamente uno de los testigos fue Manuel, que tan gentilmente nos ha invitado a esta comida tan exquisita. ¡Un brindis por nuestro matrimonio! Allí, entre vivas y oles, muchos cantes, chistes, risas, arpegios, el ciego de Santa Marina volvió a palpar el barniz de su fiel compañera y la agarraba tan fuerte como quería abrazar el momento. Pero todo pasó tan pronto para él…
                Al despedirse, Pastora volvió a besarle, e intentando que no se diera cuenta, le metió unos billetes en el bolsillo. El quiso devolvérselos, pero Pastora insistió; le prometió a la Niña que los destinaría al cepillo de Santa Lucia. Como se había hecho tarde, le acompañaron hasta su casa. Allí, luego de desnudarse y hacer sus oraciones, se acostó, aunque no podía coger el sueño. Quería dormir a ver si se repetía la quimera; estar con Pastora, oírla cantar, hablarle, disfrutar con los recitados de Pepe, con la sabiduría de Manuel Serrapi, su toque, su genialidad. Pero aquella noche no era noche de dormir.
                Lo hizo al día siguiente, más cansado y aburrido; y durmió muchas noches después. Sucedieron cosas, lluvias, amaneceres, aunque él fijó su pensamiento en aquel doce de enero en que pudo conocer el mundo de los pájaros, sus sensaciones, su vuelo, sus nidos. Aquel día imaginado en el que creyó poder ver y  en que reparó que había dejado de tener sueños.

P.D. Por la transmisión, mi agradecimiento a Don Francisco Pastor Díaz, quien me hizo conocer a este cantaor y sus vivencias.

Y por mi parte, la satisfacción de haber podido apuntar, entre realidad y ficción, sospechas y vanidades, abriendo bien el oído, este relato, aunque es muy difícil crear este tipo de historias  de personas sin vista sin escribir la palabra luz.

Diario ABC Santa Lucía



José Luis Tirado Fernández

viernes, 14 de agosto de 2015

LA VECINA

                La vecina se dispone, remonta las escaleras, se remanga, y echa la ropa tendía en un canasto de caña, recoge los alfileres -señalaítos los tiene con el cuño de su marca-, baja de nuevo a su patio donde fechas olvidadas la acechan por los postigos con la memoria por arma. Invocan la juventud de pasiones inmediatas, cuando la sangre era un río y el mar la calle y la plaza, cuando lo nuevo era luz y oscuras las telarañas y sembraba los suspiros por arriates y zanjas.
                Sagrario de los lebrillos, altar de la ropa blanca, pasa  por el lavadero, donde las vecinas charlan y sobrellevan la envidia que la vecina les causa viendo el son de sus caderas con el compás de su falda. No repara en el vecino que mira tras la ventana –tienen ojos los visillos, y a veces miran y matan-, ni le importan los descaros sobre la flor de su estampa, porque ella está más pendiente de estrellas que de miradas y contempla las veletas cuando giran, cuando callan, cuando bailan con la lluvia y cuando resecas graznan; brotes de su pensamiento abren sus velas y zarpan sobre las olas desnudas de su río, mar de plata, se peinan junto a la torre y se adornan en Bonanza.
                Entonándose por tangos, con versos de telegrama, reconstruye en los carbones la tibieza de la plancha, al eco de aquellos cantes, delirio de noches largas y al pliegue de los volantes las risas de las muchachas que hurtaban a sus cinturas el secreto de su danza. En el cajón de la cómoda hiende praderas sagradas entre ramas de romero y mansas letras bordadas sobre la humildad del paño de camisones y batas.
                Entonces destapa el cofre que encierra peinas de nácar y un ejército de horquillas vestidas de piedras falsas,  que le saben a domingo y a tardes de caminata, entre pañuelos de encaje y velos de tardes santas, sermón de un cura gitano que predicaba en Santana.
                Cuando en las tardes de invierno Febo entrega la cuchara, lleva al rincón de olvido la herida de su nostalgia para que allí se la coman los dragones de la parca, pone al desnudo los llantos, los deja sobre una barca que no navegará nunca las mareas de sus lágrimas porque lleva rumbo fijo: la soledad de su alma.

SOLEDAD Fotografía de Emilio Beauchy (Biblioteca Nacional de España)


José Luis Tirado Fernández

sábado, 25 de julio de 2015

EL EMBUSTERO

La intención de este blog, a pesar de no haber sido creado para identificar, definir o criticar cantes, baile ni toques, sí pasa por aportar a los interesados en cuestiones de modos y costumbres cuantos conocimientos se han cruzado por mis experiencias personales.

El embustero.
En la repentización musical, el intérprete va leyendo por primera vez el pentagrama y va tocando o cantando la pieza. En el flamenco, a pesar de haber incorporado muchos músicos que saben solfeo, en la mayor parte de los casos, y he de ahí su encanto, el intérprete transporta la melodía directamente de su cerebro al instrumento o la garganta, con elementos aprendidos a base de  escucharlos y repetirlos.
En la guitarra, hay gente de academia que toca limpio, claro y bonito, pero sin alma, aunque conozco excepciones muy honrosas, en las cuales se acumula la técnica adquirida en esos centros y la sensibilidad del artista. Los tocaores callejeros son otra cosa; a lo mejor no pisan apropiadamente, o su técnica no es excelente, pero lo que sale de sus sonantas es distinto y sabe bien. Cada vez que tocan un mismo tema lo hacen de una manera diferente, no repiten las mismas notas, ahí hay alma, humanidad. Son capaces de adaptarse a cada momento. He visto a Raimundo afinar una cuerda mientras tocaba. A la hora de acompañar al cante, esperan. Son sibilinos, no se dejan llevar por academicismos ni imposiciones.
            El cantaor canta, ellos acompañan, es así de simple; cuando tocan para deleitar, se proyectan a sí mismos en sus notas, se sienten libres. Aunque sea difícil de explicar, nunca lo hacen de la misma manera, jamás tocan una por una todas las notas, aunque interpreten lo mismo. Lo de callejeros viene porque han aprendido en la calle, del amigo, de la familia. El término es muy usado entre los flamencos.
En el cante, hay gente que define tan perfectamente, que son sospechosos de lo mismo. Mucha técnica, mucha repetición, pero cada vez que lo hacen es igual a lo anterior. Su maestro, en ocasiones grandes cantaores que se han prestado a ello, les enseña el palo. Les corrige, vuelven a repetirlo, vuelven a corregir… hasta que sale. ¿Sale?
En contraposición, está el cantaor de duende. Es el caso de Manuel Torre, cantaor jerezano afincado en Sevilla, del que se cuenta que a veces estaba para matarlo, y que en alguna ocasión quisieron meterle en la cárcel, posiblemente por defraudar al público, como contaba Pepe el de la Matrona, quien fue testigo de una de esas noches en la que Manuel Torre había estado pa´matarlo; cuando se acabó la función y ya casi amaneciendo salieron a una terraza a tomar un café. Entonces Manuel Torre se volvió al guitarrista: “Oye, coge la bajañí que ahora voy a cantar dos veces, que me ha cogío bien” y cantó... cantó tres siguiriyas que el suelo temblaba. Dice Pepe el de la Matrona: Yo no he visto otra cosa igual, lo tengo metío en la cabeza y no se me olvida, no se me puede olvidar.
¿Qué fuerza misteriosa  dominaba a Manuel y a todos a cuantos acude el duende?
¿Prefieren ustedes a un cantaor cabal o a uno que nunca se sabe lo que va hacer?  ¿Pura  técnica o sentimiento?
 Yo me quedo con el duende. Prefiero fracasar mil veces y tocar una sola vez el cielo con las manos, ser testigo de la revelación de la voz de la gloria que acude a la tierra, donde la acune un cantaor de duende.

De estos últimos, de los cantaores de duende, podemos, dentro de la diversidad de caracteres y particularidades de cada uno, temperamento, bohemia, intuición, destacar a aquellos que tienen poca capacidad de retener letras o tonás. El genio, sale de todas las situaciones. Cuando no recuerda la toná la inventa, cuando se le olvida la letra, la improvisa. Puede  tratarse, por tanto de poetas repentistas, como aquellos, cultivadores del arte de versificar al momento, que organizan fiestas campesinas en Cuba. Comen beben, e improvisan décimas. Los nuestros comen, beben y cantan lo que les da la gana. Hay pocos. Son conocidos por los flamencos como embusteros. Y no es un agravio.