Cuando era un niño, mi primer
trabajo fue arrear una mula. Iba con ella repartiendo pan a domicilio; el
animal sabía el camino de memoria e
incluso se iba parando por sí misma en cada puerta. La vara que yo llevaba en
la mano no era para el arreo, era para espantar las manos que intentaban
llevarse alguna pieza de las angarillas…
***
…El Lequi llegó a su casa
después de dos días de juerga y le dice a su mujer: “He estado descargando un
camión” -¿Cómo, descargando un camión dos días? –Sí, mujer, es que era muy
largo, fíjate si era largo que se ha tenido que volver a Madrid marcha atrás…
***
A la orilla del río, garbanzos verdes,
que buenas lagartijas son las mujeres, yo no me aparto, que también son los hombres
buenos lagartos…
No tengo vicio ninguno, nada más
que el del tabaco, y una manilla as las cartas y el demás tiempo borracho… y
las mujeres me matan….
Mi suegra a mi no me quiere
porque no tengo carrera… en mi casa tengo un galgo, que lo coja cuando quiera,
que yo pa´ corré no valgo…
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Ése
sí, ése era un médico del pueblo. En la época de la escasez entraba en una casa
a curar un enfermo, cobraba una peseta y
casualmente, se le caía del bolsillo una moneda de cinco duros…
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En
el año cuarenta, aquello tuvo que ver… la gente con los palos empinaos… a causa
de no comé… dejaba el burro en la calle, se echaba a dormir la siesta, con
cuchillos y navajas, vienen y lo despiertan, y el borrico salía dando patás…
José
Luis Tirado Fernández
Y va y le dice la hija: Mamá voy a castigá unos días a mi marido así que me voy a tu casa. Y la madre le contesta: Si quieres castigarlo me voy yo a la tuya...
ResponderEliminar¡Qué época! Qué de necesidades y qué arte. Los mayores de mi familia decían: en mi casa no comemos...pero nos reímos una jartá. O muy pobre pero muy limpio. Cosas del pasado.
ResponderEliminarMe gusta las cosas que oyes en el bar, buena clientela, si señor.
Recibe un abrazo.
Oleeee Que bueno también el de Santiago.
ResponderEliminarSon buenísimos, pero sobre todo me ha gustado más, el del galgo.
ResponderEliminarMi padre siempre me decía: que detrás de la barra de un bar, no tenía que haber un camarero, sino un psicólogo que además fuese torero -por los "capotazos" que había que dar a algunos clientes, de vez en cuando.
Un abrazo