Me enseñó algo que no sabía. Cuando se pasa de los
cincuenta, uno se cree viejo y sin nada que aportar, y piensa que a partir de entonces,
se debe dedicar el tiempo a las sopas y el buen vino. Me enseñó, y ahora lo sé,
que mientras late la caja de cambios y fluye la sangre presurosa, uno es un
niño y que a veces son más las luces que antaño, y que la experiencia aporta
mucho más de lo que calculamos, porque para algo tiene que servir lo vivido. Me
mandaba un millón de besos en cada escrito, me descubría un futuro posible que
yo ni adivinaba, por lo lejano, me decía en cada mensaje que lo que poseemos
debe servir también a los demás, y compartirlo, y que jamás debe quedarse en el
tintero, o como en este caso, en la paleta, y hacerlo flor, y barro y tejas, y
sol y soles, y sentimiento, y destinarlo no sólo a sentirnos mejor sino también
a entregarlo a los demás.
Esta
niña de ochenta y tres años, me sigue enseñando hoy, que los seres humanos
somos más allá de nosotros mismos, más allá de nuestra vida y nuestra obra, una
proyección sobre los que amamos, incluso con los que ya no están, y que hay
algo más allá de tener un hijo y plantar un árbol.
Me envió,
hace algún tiempo, estos cuadros que hoy inserto en este blog, para que todos
puedan verlos. Decía:
“Son nueve los que llevo pintado, si no van me lo dices para
repasarlos, a mis ochenta y tres años le faltan días, y sin haber cogido nunca
un pincel, eso me lo puso Dios en mi camino para salir del pozo donde
estaba, eso le debo a Dios, pues hace más llevadero mis días, además de
tener un solo ojo pues me entró hace un año una enfermedad macular
degenerativa.”
Uno
se siente tan pequeño, tan poca cosa junto a estos gigantes anónimos que conviven
con nosotros, que respiran el mismo aire, que pasean por nuestras calles y beben nuestra misma agua, que a veces nuestra capacidad artística se nos antoja
tan simple y anodina, tan incapaz de conmover el alma de nadie, de tejer una
sonrisa, de fraguar una lágrima, que aflora la duda consecuente de si tendrán algún valor. La de Genara, pueden apreciarla aquí. Ella se la atribuye a Dios.
Con un millón de besos te recibo
cada vez que tu nombre, pinturero,
encuentro alborozado en el rimero;
y al mar de gentileza que concibo
como obsequio de este mundo que suscribo
y embellece esta morada.Trovero
me sentí, siempre que tu lucero
y embellece esta morada.Trovero
me sentí, siempre que tu lucero
surgía tal y como lo describo
en la magia del negro sobre blanco.
¡Sublime edad la tuya, majestuosa!
Enseñanza notable, que apalanco
para dar a los míos, jubilosa
muestra de humanidad a la que arranco
su dulce fuerza,
su ánima amistosa.
Grande. |
José Luis Tirado Fernández
A los ochenta y tres años, Genara, da una lección a muchos -bastante de ellos más jóvenes que ella- para agarrarse a la vida DÁNDOSE, que es como concibo la verdadera amistad. Sin esperar a cambio nada, solo que se la escuche. Bonito testimonio, con el adorno del soneto, el que nos trasladas, José Luis.
ResponderEliminarAmigo Jose Luis,,amigo de tus amigos,mano abierta ,corazón al compás. Bien sabia Genara con quien compartia sus pinturas,porque para ella esta labor que tanto significa,el hecho de que la valores,es inmenso. Ella es mujer sensible, sencilla, que sabe darse ,y las personas que como ella atravesamos la dificil cuesta del otoño, sabemos cuanto vale una palabra amable,una sonrisa,un saber que estas ahi, Eres grande en todo mi querido amigo,y asi lo demuestras aqui,compartiendo esos tesoros que nuestra amiga Genara te ha regalado.
ResponderEliminarMe alegro de pasar de nuevo por aquí y ver este maravilloso escrito y esta fantástica pintura,dos artistas, os quiero y os recuerdo, entrañables personas que tanto, tanto me disteis
ResponderEliminarUn beso a cada uno fuerte y apretao
Mariquilla
Precioso y merecido homenaje el que dedicas a Genara. Todo un ejemplo a seguir. Nunca hay que perder ese niño o niña que fuimos, quizás con la edad nos reencontremos de nuevo con la curiosidad, el entusiasmo y la ilusión que caracteriza la etapa infantil. Yo no renuncio a ello y lucho casi diariamente por conseguir esos preciados dones. Genara sin duda los tenía.
ResponderEliminarUn abrazo.