El flamenco es un arte y pertenece a los artistas. Lo demás, es un exudado de su propia condición.

sábado, 30 de enero de 2016

GORDITO DE TRIANA

                En el blog del añorado trianero Pepe Huesca, podemos leer, sobre Gordito de Triana, el siguiente texto:

<<Lo conocía porque su familia vivía en el Puerto Camaronero, en la calle Gonzalo Segovia nº 24 y yo en el nº 21. Los vecinos de la calle lo conocíamos como “El Niño de la Aurora” porque así se llamaba su madre. Yo a la que más conocí fue a su hermana María, que se casó con “El Vinagre”, que era un marisquero que tenía mucho "ángel" con su canasto y todo vestido de blanco. María cuando paso el tiempo acompañaba en el Patio Andaluz a su hija que era bailaora “Marujita de Triana” ¡como una buena madre de artista!
Yo con el Gordito nos veíamos en la calle muchas veces y coincidíamos en muchas fiestas. También en “El Morapio” que no faltaba ni una noche con su grupo de artistas. También lo hacía en los pueblos porque hacía muchos bolos e iba con muy buena compañía.
Cuando se escuchaban sus fandangos porque se puso de moda, todo el mundo cantaba los fandangos de nuestro  trianero, al público y a los buenos aficionados les gustaba de la forma que lo hacía, y las letras que con tanto gusto él era quien la escribía con mucho sentimiento.
Yo presencié una noche en “El Morapio” a un matrimonio que acompañaba una joven, le dice el marido al Gordito: venimos de Cádiz porque mi mujer te quiere escuchar cantar unos fandangos ¡pero yo que quede claro que es ella la que tienes interés! Y le dijo  al guitarrista que era Antonio Sanlúcar ¡coge la sonata y vamos al cuarto con esta dama! Pero a Ud. no, le dijo al marido. Ud. puede ver desde la puerta. Gordito cantó casi todo su repertorio de fandangos ¡que eran muchos! y cuando terminó el marido le dice: niña toma la cartera y págale. Le contesto la mujer, ¡no! Me ha dicho que por venir desde “Caí” expresamente no me cobra nada y al guitarrista me lo paga él, y a tu marido que me parece que está un poco alegre que cuando este más tranquilo que si quiere escucharme que compre un disco. Esta gaditana se fue muy contenta y emocionada.
Estas cosas de Gordito y más solo lo hacía un gran cantaor como él, gran persona y buen amigo. Como final llevaba con orgullo su nombre artístico “Gordito de Triana”. El nombre de su barrio.>>



               
                Se trata de un blog de vivencias, y por lo tanto, esta es una de ellas; no aclaraba su nombre, ni su ascendencia; el único dato es que había vivido en el Puerto camaronero. Pero tampoco parece interesar mucho a los investigadores del flamenco, porque cuando uno consulta páginas de flamenco en internet en busca de algún dato sobre Gordito de Triana, aparece con el apellido “Alas”, como Clarín, en otros, he podido leer “Alias”, pero había algo que no me cuadraba.
                Sin embargo, hay dos libros que le atribuyen su verdadero nombre: “Manuel Mas Pacheco”. Guía del cante flamenco de Luis López Ruiz (se puede consultar en internet). Otro, Triana, la otra orilla del flamenco 1931-1970, de Ángel  Vela. En este último se hace reseña de un bar dedicado a Gordito, propiedad de un nieto suyo, en Triana. Pasé por allí.


                Animado, tras ver una entrada sobre Manuel en el blog “Flamenco en mi memoria”, del gran aficionado Andrés Raya, estuve, en compañía de mi amigo Pepe  Montiel, en el bar de la familia de Gordito; nos atendió una nieta suya, que creo que nos dejó, documentalmente,  muy cerca de donde estábamos.
                No sabía quién fue el padre de su abuelo, Manuel, y suerte que sabe sus apellidos porque ella los lleva, es hija de un hijo de Gordito y se llama Carmen Mas. Así que por lo menos la duda queda despejada y podemos establecer el nombre completo del artista: Manuel Mas Pacheco.
                Sabe, en cambio, que escribió –Manuel- más de 3.800 fandangos, aunque no me dio norte de quien puede tener esos escritos. Tiene colgados en la pared del establecimiento varios discos de los años sesenta y setenta, y fotos de su propia primera comunión, en 1975, donde Gordito está cantando. Me contó también que Gordito salió de Triana en los años setenta, como salimos todos, a unas casas refugio, hasta que compró un piso en el Polígono San Pablo, donde falleció. Vivió en la calle Betis, 3, en la misma casa donde había nacido Maria Jimenez.
                Carmen considera la dificultad del fandango de su abuelo y que se los pide a los cantaores que visitan el bar, pero que suelen negarse a cantarlos. Ella misma ha hablado de “fandango corto”, aunque ello no lo exime de la belleza tonal del mismo. Creo que hoy no lo hace nadie, que yo sepa.
                Comimos allí unos magníficos chipirones en salsa verde, y poco más puedo añadir. A lo mejor alguien algún día se mete en honduras y averigua datos para una biografía sobre Manuel. Creo que se la merece.
               A pesar de haber grabado otros cantes, dejamos aquí una muestra de ese fandango prodigioso por el que se le conoce:







José Luis Tirado Fernández


domingo, 10 de enero de 2016

LA MALENA TENÍA UN PUESTECILLO


                En el Instituto San Isidoro comenzaban las clases a las nueve. A las once había media hora de “recreo”, que los alumnos aprovechábamos para pasear por los alrededores y a veces prolongar esos treinta minutos en algunos más, perdiéndonos la clase siguiente o incluso dos, para volver  por la tarde en horario de cinco a siete. La entrada y salida del alumnado era por Cervantes, por una puerta que estaba junto a la capilla de San Pedro de Alcántara, de la Orden Tercera Franciscana, que junto a la iglesia, que sigue estando en pie, perteneció al convento de San Pedro de Alcántara, que fue destruido para edificar encima el citado instituto de enseñanza media, aún existente. Alrededor de 1970, esta capilla estuvo a punto de desaparecer por ruina. Ver:






UN PASEO EDIFICANTE

                Llegábamos a San Martín, donde había una tienda de ultramarinos en el rincón que hay a la salida de Delgado con la embocadura de Lerena, calle que recorríamos hasta la Europa. En la primera puerta a la izquierda entrando por Lerena siempre estaba asomada una mujer, de la cofradía de la carne, que cada vez que un coche pasaba tenía que meterse dentro porque apenas cabía.
                En la Europa recuerdo una lechería, un polvero, un club nocturno y en la esquina, el famosísimo y siempre en boca de los flamencos, aún abierto, Bar Siete Puertas, que en la época dorada del ambiente de la Alameda, fue restaurante con barra americana y reservados en la parte alta. Fueron épicas las juergas y las reuniones que se dieron en ese local, aunque a las horas que nosotros pasábamos era un bar corriente que servía desayunos y en el que algún rezagado de la madrugada cantaba algún fandango, en dependencia de lo que se hubiera gastado, ya que cuando interesaba al encargado, se aplicaba el decreto del letrerito, colgado, sí, en lugar bien visible, vamos, desde la calle. Como en todos los bares en esa época. Creo que entonces se produjo el trasvase del flamenco a otros ámbitos, opino que académicos.



Foto antigua. En el lugar donde está situado el fotógrafo, estaba una de las Siete Puertas, que daba a la parte de atrás de la Europa



                Luego, el edificio estuvo deshabitado y en ruinas hasta su rehabilitación.


 Significó una época de depresión de una zona tan flamenca y sin la que no se concibe la historia de la transmisión del patrimonio artístico: cante, baile, toque y declamación fundamental para el corpus actual del flamenco. Sin locales de flamenco, sin vecindario, sin prostitución y sin alegría, sirviendo incluso como aparcamiento en Semana Santa, la Alameda y su entorno permanecieron en la tristeza y la vergüenza del olvido municipal hasta que hace aproximadamente una década se acometió la reforma que le ha devuelto, a pesar de la fealdad de su farolas, su pavimento y la concepción del espacio urbano en semipeatonal, ni carne ni pescao, el ambiente y el alborozo multigeneracional, con una ingente proliferación de locales de hostelería –ninguno flamenco- tanto de copas, como de restauración o espectáculos.
                Los estudiantes buscábamos la contemplación generosa de la carne, en una época en la que el desnudo estaba prohibido incluso en obras de teatro, no existían revistas eróticas y la gente se iba en excursiones a Perpiñán para ver cine porno, en aquellas mujeres que, sentadas o a pie de “obra”, lanzaban besos al paso de los hombres, o se insinuaban bajándose el escote o subiéndose las faldas, hechos que a unos chavales de entre diez y dieciséis años les subían los índices del morbo a unos niveles insufribles. Para ello, subíamos por Niño perdido o Montalbán, entrando a veces por Cruz de la Tinaja, hasta la plaza de la Mata, solar del flamenco más sublime y dirección postal ineludible para aquellos que aspiraban a tocar el piano aleccionados por doña Eloísa.
                En ese recorrido, recuerdo algunos nombres de establecimientos hoy cerrados, como la Vaquita, tristemente recordada por los sucesos de 1973, en los que un cliente prendió fuego arrojando gasolina dentro del local, resultando muertas seis personas y heridas otras tres. También, al principio de Joaquin Costa, la cervecería Otero, el Gallo azul, las columnas, el Bar Seire, y en el cruce de Perismencheta y la Alameda, el Frasquito, un bar muy antiguo y muy grande.
                En la acera de enfrente, con una ruinosa casa de las Sirenas, llena de vegetación y gatos, también había casas de pecado, en Leonor Dávalos, donde llegamos a conocer el Zapico, ¡Sí, el Zapico! que cambió de nombre en 1971, y pasó llamarse “Conga”, del mismo propietario que el bar “Tres Reyes” de la calle Reyes Católicos, aunque allí actuase La Malena y otras figuras del flamenco, siempre fue un cabaret y sala de baile, al final fue hasta discoteca, de todo, miren este anuncio de agosto de dicho año:


Anuncios del diario ABC de Sevilla


PUESTOS DE CHUCHERIAS

                En la esquina del Frasquito, recuerdo uno donde vendían tres cigarrillo marca 1X2 por un duro. Eran de madera pintada en verde inglés, casi siempre era una mujer vieja la que estaba dentro. Este era muy bonito.



                En el blog SEVILLA DESAPARECIDA, de Rafael Medina, encuentro esta foto, con ese kiosco adosado a la pared y que recuerdo también, en aquellos paseos.



                   Sobre el mismo, un apunte de dicho blog:
sobre los kioscos tradicionales, el puesto conocido como el de "la sorda". Aún podía verse hará poco más de una década. Situado en la esquina de una casa actualmente un solitario solar en vías de su edificación, ese quiosco fue el extremo de la Alameda, la frontera entre la entonces llamada calle Doctor Letamendi junto a Amor de Dios. De solitarias tardes en los años setenta, ochenta, paseando por la Alameda, mirando al viejo y pequeño kiosco, recordado aún por muchos debido a la tela asfáltica que ocupaba el techo por la parte frontal. Los tiempos aquellos....

                La sorda… ¿Por qué parece inevitable en las vidas de aquellos flamencos legendarios ese final de drama y desamparo? ¿rasgos de una época? Hoy los artistas comen, y algunos se jubilan dignamente; me alegro del avance del flamenco en ese aspecto. Ese romanticismo de la fatalidad y del destino, del abandono y la borrachera, está bien para dibujar un tiempo, para argumentar una novela, pero es justo que si uno tiene un arte, y si el público paga por verle u oírle, tenga el pago justo para no verse en la miseria.

LA MALENA

                El desengaño es la pátina que convierte la inocencia de las miradas en la desconfianza que asalta a quien ya no cree en nada ni en nadie. Un final:



                Si la fecha de su muerte que ofrecen los blogs es cierta, Magdalena estuvo trabajando hasta la extenuación, pues en 1955 actuó, según el diario ABC



UNA LEYENDA

                Cuentan, pero nadie lo vivió, que  ochenta y tantos tenia, cuando Antonio el bailarín la abrazó en uno de los festivales de España para más tarde, encontrarla en la Alameda vendiendo chucherías en un puestecillo. El Pali, con su letra, parece así corroborarlo, en unas sevillanas en las que habla del puesto Vigil, de Escalera y Carabolso, de los trajes de flamenca de Las Pardales, de los Majarones… y de las Siete Puertas.

La Malena tenía, un puestecillo
Que vendía chucherías
Pa los chiquillos
Malena mía
Date una vueltecita
Por bulerías


José Luis Tirado Fernández

sábado, 2 de enero de 2016

VIENTOS ENEMIGOS


                En el autobús venia, más alegre y más contento que un pensionista que cobra su pensión del mes de enero, cuando reparé que al lado, por el aledaño izquierdo, se me aproximaba un tipo un poquito ancho de huesos que despacio  y sigiloso llegaba a ocupar su puesto, tanto que pensé que era nazareno del silencio, y como no estaba libre ninguno de los asientos, se agarró a la misma barra en que yo estaba sujeto.
                Todo bien, pero de pronto, escuché de sus adentros -cancioncilla taciturna premonitora del trueno que al terror pasa factura y al ayuno pide tiempo-, íntimos y familiares, unos soniquetes quedos; como a tripa me sonaron o a  tonos de vientre suelto, que cualquiera  sabe ahora si eran de hambre o de miedo.
                Lo mismo que el barco zarpa en busca de nuevo puerto, entre pitidos y flautas, adiós, panza, y adiós cuerpo, que voy a entregarle al aire lo que del aire me llevo, lo cierto es que aquel ciclón vino a abandonar su hueco y salió por la trasera de aquel hombre, sin quererlo, (supongo) pues vive Dios que liberando ese preso no le arrendó la ganancia a quienes cerca tuvieron que soportar el ataque brutal de aquel pozo ciego,  pues se le escapó un suspiro de lo más hondo del ciezo que bajó primero a tierra para después coger vuelo y remontar con la fuerza que embiste un torito negro, hendiendo las pituitarias de todos los viajeros.
                Y como servidor era el más cercano al terreno me llevé la mejor parte del furor de su veneno, y recibí una estocada que me entró por el costero cristalino y despejado de las nacles, para luego incrustarse en mis sentidos y amordazar mi cerebro como un abrupta maroma con nudos de marinero.
                Ni pensar claro podía, y respirar, mucho menos, por el riesgo de tragarme aquel fármaco tan denso, de fumarme aquel pitillo sin comerlo ni beberlo, que adormecía las ideas y oprimía el pensamiento, tampoco puedo explicar cómo pude estarme quieto y aguantar la puñalada el rato que pude hacerlo.
                Ya todos disimulaban de aquel acontecimiento eludiendo las miradas y haciéndose los discretos, como si no fuera cierta tan gran falta de respeto, aunque alguna que otra arcada se sintió, y algún mareo, que los que mejor fingían llevaban la cruz por dentro.
                Cuando al fin se presentía el declive del tormento se separaron las aguas otra vez, de aquel mar muerto, y la  fosa del diablo retornó al febril progreso, hundiendo su aguda espina en aquel ambiente tenso, recuperando su fuerza para irse a morir al centro de los ánimos, que andaban patinando por los suelos.
                Yo andaba en el paroxismo de un aturdimiento intenso, y antes de males mayores, decidí poner remedio e intenté ponerme a salvo antes de caerme muerto, así que opté por la fuerza de pagar billete nuevo y bajarme en la parada sin un destino concreto; como a la segunda carga no perdí el conocimiento, me volví, saqué el pañuelo y tapándome la boca le eché valor a mi empeño y caminé los tres pasos hasta la puerta de en medio, pulsé el botón, decidido, y el conductor frenó presto, pues también le habían llegado los rumores del siniestro, abriendo de par en par las tres puertas, por completo.
                Impetuoso salté, de aquel infierno salí, bien mis pulmones abrí y tranquilo respiré. ¡Oh, mañana de hermosura, oh, bendición de aire fresco, no me abandones, oxígeno, oh, gran regalo del cielo, que no me falte tu auxilio tu  fragancia y tu consuelo!
                Moraleja: si no quieres padecer este atropello, te aconsejo para ello:  no se te ocurra tomar un autobús en Sevilla y olvides la mascarilla que te ayude a respirar.


José Luis Tirado Fernández

2016



Dos mil dieciséis ya vino
y he recibido el consejo
de leerlo en un espejo
y ver el nombre divino.
Toma humilde su camino,
y no le pongas más trabas,
ni se te caigan las babas
o te asalte el desengaño,
el año bueno es el año
que te deja como estabas.

José Luis Tirado