Para cada entendido del cante, para cada aficionado, los tercios son una cosa distinta. Será por tanto, una reflexión personal y una opinión libre sobre este arte en el que me criaron, el concepto en el que he venido a “istinguí” qué, cómo pueden ser o cómo se disponen los tercios del cante flamenco.
Encasillar las formas del cante flamenco es tarea de locos, y si alguien ha conseguido alguna vez definir de una manera precisa alguna de sus particularidades, luego ha venido otro a desmentirlo con unas formas nuevas y más formales. Difícil y complicado.
Lo que he estado leyendo hasta ahora, no me aparta de la idea que tengo forjada sobre el tema. Por lo general, y en búsquedas intensivas en internet y otros textos en papel, se considera a los tercios como uno de los versos que forman una composición flamenca.
Lo que opinan los investigadores
Carmen González-Amor Sánchez, una cantaora y ponente en un congreso de investigación del flamenco de la Universidad de Sevilla, y bajo el título “Del verso escrito al tercio cantado: una reflexión sobre la bulería” define los tercios de esta manera:
“La copla o letra flamenca corresponde en su parte literaria a una estrofa métrica, que está compuesta normalmente por dos, tres o cuatro versos; estos, cuando están referidos a la copla cantada, se llaman tercios.”
Si dos versos pueden quedar encadenados por un “ligao”, entonces, ¿en qué se queda el tercio? ¿serian dos versos?
También circula la opinión que amplía el concepto de tercio a toda una estrofa; lo deduzco por esta afirmación, contenida también en la página “Didáctica del flamenco”, de la Junta de Andalucía. Dicen los responsables de esta web que las falsetas de la guitarra son “Ejecuciones a la guitarra que efectúa el tocaor para completar los espacios entre los tercios del cante”. Y lo deduzco porque si el guitarrista tuviera que hacer una a cada verso que remata el cantaor, no tendría falsetas preparadas para tanto parón, y los cantes se harían interminables. Está clara entonces la idea de la estrofa considerada como tercio, y tampoco coincide con mi intuición.
Si alguien sabe de cante, si alguien ha escuchado mas cante que nadie, si ha conocido flamencos, si ha investigado nuestro arte y su historia, ese es Pierre Lefranc. Sin embargo, en este caso, me deja como estaba. En su libro “El cante jondo. Del territorio a los repertorios: tonás, siguiriyas, soleares", apunta sobre el tema, con tal rigurosidad y esmero como caben a su entendimiento y buen criterio, lo siguiente:
“El texto – llamémosle estrofa, letra o copla- constituye el pedestal del cante y proporciona un primer punto de apoyo, pero para la descripción su utilidades desigual. Ora se suceden en orden normal los tres o cuatro versos que lo componen sin que ninguno de ellos se repita, ora unas repeticiones, omisiones de un verso o vueltas para atrás siembran en él una dosis variable de imprevisto, ora es objeto de una suerte de trituración vehemente que lo hace añicos. En ese caso como en otros, topamos con la zona de lo accidental, que una vez superada permite, sin embargo, percibir fenómenos relativamente estables de encuadre recíprocos entre un texto y un cante, es decir entre los versos que componen el texto, el orden y las eventuales sorpresas de su secuencia, la o las pausas y la sucesión de las frases melódicas que van a ser evocadas. Tal encuadre puede aclarar la fórmula de una familia de cantes o el esquema de un cante particular.
En cuanto a frases melódicas, demuestra la observación que los cantes del tipo más frecuente descansa siempre sobre dos, tres, rara vez cuatro grandes frases estructurales –con el sentido de enunciados textuales cantados-, que son los pilares olas columnas de soporte del cante, y que pueden aislarse sin artificio ya que están separados por una, dos, a veces tres pausas, en general claramente señaladas. Son esas grandes frases las que hace falta alcanzar, en particular por medio de una indispensable distinción entre las repeticiones que son obligatorias, estructurales y consecutivas de un cante, y los redoblamientos, que son libres –por consiguiente accidentales y del orden de las variables- y que dependen a la vez de la estética y de la expresión del cantaor. Dicha diferenciación acarrea entre otras la constatación siguiente: en los cantes de tipo más frecuente, la cuarta”. Aquí, Lefranc inserta una nota al pie que dice: “De ahí la necesidad absoluta de comparar interpretaciones distintas para aprehender lo que constituye un cante. Dentro de este enfoque no cabe la palabra “tercio”, puesto que un uso más extenso y más flexible de la palabra ha permitido descubrir hasta ocho llamados “tercios” en un cante. Como esos tercios incluyen tanto las repeticiones (estructurales) como los redoblamientos (facultativos), la palabra “tercio” deja de ser útil dado que, para que cada descripción quede clara, habría que indicar antes que nada en cuál de esos dos sentidos la palabra se va a utilizar”.
Así que, fíjate por dónde, después de toda una vida refiriéndonos a los tercios, llega Lefranc y los niega; o al menos propone distinguir cuándo y en qué contexto debe utilizarse. Pero yo le entiendo, o creo entenderle. Es tan corto el amor y es tan largo el olvido, como decía Neruda, que después de haber utilizado el término durante toda la vida, habrá que prepararse para utilizarlo cuando cuadre y nada más. Pero el alma del flamenco no admite encasillamientos, y el amor a mis tradiciones me lleva a seguir utilizándolo, y siempre desde el respeto fundamental que nos debemos los flamencos. Vamos allá.
No sé de donde recibe el nombre, si por la frecuente costumbre del uso ternario en el flamenco, o por otra razón desconocida; lo cierto es que lo hemos recibido así.
Para comenzar, lo que el poeta escribe, -a veces se trata de la misma persona-, el cantaor lo transforma en suyo. Quiero decir que ni el texto será el mismo en el papel que en la voz de quien lo hace, ni el ritmo literario será respetado en todos los casos. Cuántas y cuántas letras del flamenco antiguo, heredadas de la tradición oral familiar o popular, no se ajustan a la métrica ni a los cánones de la poesía si esta los tuviera, que esa es otra.
A mi me parece que el tercio obedece a un golpe de pulmón. Ahí puede caber una de esas frases estructurales de la que nos habla Lefranc, pero también una o más secuencias melismáticas, el “ligao” de dos o más versos, algún “embuste” y varios ayes. Creo que si se para a respirar se puede dar por concluido el tercio.
Escuchemos esta soleá de Manuel Torre. La letra, en términos literarios, sería:
Pérdidas que aguardan ganancias
son caudales redoblados;
estoy tan hecho a perder
que cuando gano me enfado.
Los tercios, según los canta Manuel:
Tercio: Pérdidas que aguardan ganancias
Tercio: Pérdidas que aguardan ganancias>>>son caudales redoblaos
Tercio: estoy tan hecho a perder ayyyay>>>que cuando gano me enfado
Tercio: estoy tan hecho a perder ayyyay>>>que cuando gano me enfado
En esta soleá no sólo podemos apreciar el talento artístico de Tomás, sino su potencial de armonización flamenca. En la segunda estrofa, apreciaremos primero, la letra, la siguiente:
Yo nunca a mi ley falté
que te tengo tan presente
como la primera vez
Tomás enuncia primero, para acabar haciendo de un tirón todo el cuerpo de la estrofa, mediante su “ligao” mágico. Un lujo.
Tercio: Yo nunca a mi ley falté
Tercio: Nunca de mi ley falte>>>que te tengo tan presente>>>como la primera vez
No sólo se alargan los versos; así como puede alargarse todo un verso, dos o tres como hemos comprobado, también se puede cargar sobre una única vocal toda una estructura melismática que puede acabar con todo el aire acumulado, dar lugar al alivio respiratorio y representar entonces un tercio. Por ahora, no se me ocurre nada más. Me voy al inicio: esto es una reflexión personal y una opinión libre, y también comencé con un: “Encasillar las formas del cante flamenco es tarea de locos”. ¿Y qué hago yo aquí? Pues me clareo.
Estimado y querido José Luis: Como bien dices, en palabras de Manuel Torre, lo primero que hay es que saber "istinguí". Ahora bien, con permiso de tanto flamencólogo suelto, un tercio es un tercio, es una medida del cante, al igual que una décima no puede contener más de diez versos ni un soneto más de catorce.
ResponderEliminarMagnífico, José Luis, como siempre que hablas de flamenco, y muchas en las que hablas de otras cosas.
ResponderEliminarTus reflexiones son lecciones magistrales y si como ésta, viene ilustrada por los cantes necesarios, ya se convierte en la gloria
Gracias por compartirlo con tus seguidores.
Agustín
como siempre, una leccion magristral-
ResponderEliminarSaludos.
No quisiera repetirme pero, José Luis de mi arma, esta exposición tuya es magistral. Un día me dijiste que no eres flamencologo, -¿quién lo duda?
ResponderEliminarUn abrazo y felicidades.
Santiago.
Muy bueno.
ResponderEliminarA una 'flamencologa' (con libros escritos), cuando la sugerí que un tercio es más que un verso, que es otro tipo de unidad, frunció el músculo corrugativo una barbaridad y casi me amonesta. Para ella un verso es un tercio y punto.
Cuando uno, aficcionaillo nada más, le da las cuerdas y tiene que estar al quite del cantaor sabe que eso no es así y que hasta algún silencio forzado en la linea del cante tiene alma de tercio .... . Me ha encantado la definición:
"Un tercio es un golpe de pulmón" Grandioso y perfecto.
Eso tiene que ir a las enciclopedias.
Genial, ahora me he aclarado algo más sobre lo que es un tercio. Siempre creí que un verso era un tercio aunque no atinaba a comprender porque se llamaba así. Está claro, puede ser un verso, dos versos y hasta una estrofa. En las soleàs alfareras de Triana se cantan varios versos sin respirar.? Eso se puede llamar un tercio? Es así, no ?
ResponderEliminarAhora sí lo tengo claro. Por ejemplo: en las soleàs alfareras, los cantaores capacitados, cantan varios versos ligados y sin respirar. Eso es un tercio, no ?
ResponderEliminar