Mi querido y más que admirado profesor Don Manuel
Filpo Cabanas, me remite un escrito, que por su calidad literaria, valor
sentimental y legítima joya de las
vivencias de la Sevilla de aquellos años, reproduzco entera, sin retoques ni
adornos. No le hacen falta. Juzguen ustedes mismos.
El Almendro
<< Lo dijo
Antonio Machado: «Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo
despertar». Pues tu semblanza sobre El
Almendro, fotografía incluida, despertó muchos recuerdos de mi infancia y juventud.
El dormitorio de don Enrique y doña Rosalía pisaba el de mis padres, lugar de
mi nacimiento en un caluroso 24 de julio de 1940 en la calle Santa Ana, 18. En
muchas ocasiones mi madre esperaba la llegada de don Enrique para ofrecerle en
la planta primera una silla para que descansara, dada su obesidad. Lo vuelvo a
escuchar con su voz profunda tallada por el cante, entrecortada por el
esfuerzo: «Doña Mercedes, muchas gracias, estas escaleras cada día se vuelven
más altas… ¡qué bien me viene este descansito! Muchas gracias».
Solo la
familia Ortega tenía teléfono, el 27.0.12. No resulta necesario decir los
ofrecimientos para que lo usásemos. Ahora, cuando desde mi actual domicilio,
justo enfrente de la casa, observo los dos balcones, me aumentan las vivencias
de una querida familia envuelta, como tantas, en las muchas dificultades de una
posguerra que, aunque siempre indeseada, creaba unos lazos de sinceros afectos
próximos a un cariño sin paliativos.
Llegados
los fríos de diciembre, veo a doña Rosalía con toquilla y permanente sonrisa,
ojos negros, tez blanca, moño de pelo salido de un cuadro de Romero de Torres,
contrapunto de un marido con señorío y curtido en los ruedos de la vida. Cada
cual con sus rasgos apaciguaban algunas trifulcas entre los dos hijos varones:
Enrique, el mayor, rubio, funcionario destacado de Hacienda y Manolo, sano, de
generoso físico, pero algo tarambana. Rosa y Amalia eran dos bellezas
impresionantes. La primera, casada con el banderillero Antonio Almensilla, era
el prototipo de la mujer gitana andaluza, cariñosa, dicharachera. Le decía a mi
madre: «Mercedes, tu hijo crece para mejor: más guapo y buen mozo», entre mis
rubores adolescentes… La segunda no quedaba atrás, más dulcificados sus rasgos
pero de bondadoso trato. Amalia tuvo tres hijos; el mayor, Enrique Henares, abogado, dio un
Pregón de Semana Santa hace unos cuatro años.
¡Agua,
por favor, cerrad los grifos un ratito! Constituía una frase que resonaba en el
patinillo porque la presión no permitía que subiese a las plantas altas. Igual
las escaleras impregnadas con frecuencia
por los gratos olores de los platos que intercambiaban el grupo de los siete
vecinos. ¡Qué tiempos …!
«¡Señorita,
póngame con Jerez, sí, ya le llamé antes pero sigo sin línea… ¿Que no es posible? Por favor, hágalo…!». Expresiones
altisonantes que resonaban en la calle cuando don Enrique necesitaba hablar
para atar las representaciones vinícolas.
Ahora,
cuando uno se hace mayor sin saberlo, se activa una infancia dormida, preludio
del misterioso círculo vital. La familia de los Ortega y la del bajo, Heredia,
gitanas de porte y clase, contribuyeron a que entendiese la vida con sus
diferencias. Comprensión basada en algo fundamental: un profundo respeto que,
inevitablemente termina en afectos profundos.
Termino
con una disculpa. Tus trabajos —el adjetivo ‘magníficos’ lo encuentro
raquítico— me llegaban por eso que llaman Span. No sé de dónde saqué el
alarmismo de que los borrase sin abrir, y sin más. Hasta que no hace mucho me
dijeron que no pasaba nada. Entonces allí encontré algunos de tus sorprendentes
por estéticas, amenas, instructivas y elaboradas publicaciones.
Gracias
por tus envíos. Besos para tu mujer y parabienes para la familia.
Un
abrazo, >>
Tus sueños mi querido Jose Luis van parejos a los mios , tus añoranzas, la Sevilla que llevas en tus entrañas, es Mi Sevilla. Te llevo unos años y mi posguerra nacio antes que la tuya, Mi barrio no fué Triana, pero San Bernardo igualmente tenia sus patios de vecindad, y esa hermandad de la que hablas ,ese compartir las cartillas de racionamiento, pero aquellos recuerdos bien sean por la niñez o por la distancia,son dulces llenos de calor .Cuando a mi mente vienen para recrearse en sueños idilicos aquellos años, lo unico que me duele es no haber sabido transmitir a los que ahora se creen amos del mundo lo que es una guerra ,las secuelas que dejan y como separan hasta a los hermanos, Pregonamos continuamente la palabra amor. pero se puede observar en nuestro entorno, en nuestro dia a dia que la escala de valores esta ausente hasta en pequeñas vivencias.
ResponderEliminarHoy con tu relato has traido mi ayer a mi presente. Un abrazo
Buen día amigo JLuis. Ya vas extendiéndote en tus historias y añoranzas, eso indica que vas sanando las dolencias. Me gusto tu recorrido por la memoria, sin duda alguna bien despierta.
ResponderEliminarCuídate mucho que aun tienes mucho que contar.
Saludo cordial
Magnífica y emotiva entrada, amigo mío; En ella además de la interesante semblanza del Almendro y su familia, evocas tus años infantiles en los que había una inter relación con los vecinos en los que se ponian en práctica valores como la Solidaridad y el prestarse mutua a yuda.Esto me ha llevado a mi infancia en la casa de la c/ Torrijiano donde vivian mis abuelos y donde naci yo, a´´un recuerdo la generosidad de los vecinos que repartian lo poco o mucho que tuvieran con los demás¿qué ha sido de aquellos valores y aquel estilo de vida?
ResponderEliminarExcelentes y nostálgicos recuerdos que me traen a la memoria aquellas cortinas para unos tabiques sin puertas, y aquellas necesidades de la época en la que cuando hacía falta cualquier cosa, se entraba sin tan siquiera pedir permiso. Una vez más felicidades por esta riquísima entrada, José Luis y celebro que todo vaya viento en popa. Mi abrazo
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