Conocí un tiempo en el que las
hermandades pagaban las saetas. Hoy, en una triste minoría, algunas siguen
haciéndolo, sin atender al espíritu de su naturaleza, la médula misma de su
razón de ser: una oración que se canta. Hay algunas variantes, dignas de estudio, en un fenómeno que prolifera en la actualidad: las saetas de aficionados
que igual en la calle, a las Sagradas imágenes que procesionan en los pasos,
que en eventos cofrades –en los cuales participo y a cuyo género he dado en llamar “saeta de salón”-, en los que habitualmente se canta a un cuadro, cartel, o excepcionalmente a una imagen tridimensional
de Jesucristo nuestro Señor o su Santísima Madre, dan lo mejor de sí mismos con
la voluntad del mundo, pero que en ocasiones nos ofrecen estrafalarios, pintorescos
y patéticos intentos por ensalzar a Dios con el cante.
En la calle, la caridad de las
bandas de música que interrumpen esos esperpentos, nos alivia, excepto cuando la
hermandad tal es de silencio, caso de la Soledad de San Lorenzo, la cual recibe
a la entrada de la Virgen un aluvión de oraciones que se mezclan, las de pago,
muy dignas y bien ejecutadas, y las de aficionados, con muchas ganas. En los
salones, el público asistente, cada vez más estoico y más escaso, se traga lo
que le echen.
Otro fenómeno es el de los
chavales de “La copla” que se han arrimado a la cuestión y que son celebrados
por el respetable que les reconoce cuando cantan, por haberlos visto a través
de la caja tonta. Me han contado de uno
del programa que le cantó a un crucificado y fue abucheado. “Porque tengo los
pies clavados, que si no…” debió pensar el Cristo.
En todos los casos, profesionales,
que generalmente lo hacen bien, los aficionados, buenos y malos, y los copleros
de Canal Sur, la saeta se ha hecho demasiado ampulosa, quizá recargada y de una
duración insoportable. Entre todos la mataron y ella sola se murió, podremos contar
un día si antes nadie lo dice o entre todos hacemos algo. Que una saeta de
Torres o de la Niña de los Peines duraba un minuto, carajo, y la de Manuel
Cuevas, magnífico, insuperable, fantástico, que rompió la madrugada y todo eso,
pero duró cuatro y medio. Y el nombre, SAETA, nos conduce a su primitiva
intención, un dardo que surca la noche e impacta en la misericordia de aquel
que perdona siempre. Breve, eficaz, donde es el sentimiento la primera
intención, por delante de la técnica, el talento, la calidad de la letra o la
voz.
Nuestra Semana Santa, y no sólo
la saeta, se ha subido al carro del “citius, altius, fortius” olímpico y no
deja de ofrecernos nuevos registros, tanto de chicotás, sólos de corneta, rumbitas
de Los Chunguitos a tiempo de marcha, costaleros con los ojos tapados y saetas con machos redoblaos.
Estoy deseando que llegue la
Semana Santa próxima. No puedo dejar de aportar mis humildes, como siempre,
opiniones. Porque así la siento, porque la he mamado, porque la amo, porque la
he vivido, porque he crecido a su sombra. Porque he escuchado una jartá de
saetas.
Y porque
este año me ha dado la vena crítica.
José Luis Tirado Fernández
Recuerdo aquellas sevillanas de El Pali en las que hablaba de las cosas que en Sevilla se perdieron. No decía nada de las saetas, quizás aún no se habían malogrado del todo.
ResponderEliminarMeritoria es la labor emprendida por la Hermandad de la Sagrada Cena en aras de recuperar este palo, paro se me antoja insuficiente. Tal vez tengamos que retomar nuestros pasos y dirigirlos hacia los pueblos de nuestra provincia -Marchena, Arahal, Alcalá...- para tratar de rememorar lo que en Sevilla se disfrutaba y cada día es más difícil de oír.
una vena crítica que no se puede perder, porque llevas toda la razón con respecto a la saeta y no es que yo entienda mucho pero mipadre que era un ena morado de la saeta, ma aficionó a ella y ¡¡vaya birria de saetas que se han escuchado este año!! te pido por favor que no te calles un abrazo
ResponderEliminarMe alegro que te haya salido hoy esa vena crítica, porque tu artículo es magnífico y lo comparto en su totalidad, aunque hace dos años que no escucho una saeta.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Enhorabuena a José Luis, por esta puntualización saetera y de todos los temas que aborda.
ResponderEliminarEs cierto cuanto comenta y recordamos cuando de joven escuchábamos una saeta llena de religiosidad, directa como un “dardo”.
De todas formas, habrá que pensar que estas muestras de “oración” permanecen vivas a pesar de los artificios al ejecutarlas. Sin admitir ni justificar cuanto ocurre, pueden ser explosiones de fe; pero por otro lado las tradiciones religiosas muertas no las producen.