Yo no sé lo que es el flamenco, y entiendo poco o nada de flamenco.
Los
seres humanos somos el centro de la creación, desde un punto de vista religioso
y desde el punto de vista de la ciencia. Así como los animales se adaptan al
medio para sobrevivir, el ser humano transforma el medio y lo adapta a su conveniencia.
Desde muy antiguo, aquí, en Andalucía, mientras otros pueblos luchaban entre sí
con palos y con piedras, conocíamos la posición astronómica de Venus,
utilizábamos el cero en operaciones matemáticas y nuestra ingeniería y
arquitectura eran tan avanzadas que muchos edificios, puentes, acueductos o
ingenios aún se mantienen en pié por sí solos.
En
la actualidad, el ser humano no sólo domina el espacio exterior, sino que cura
enfermedades que en otro tiempo eran irreversibles, y en informática los avances
son tan enormes que lo que el mes pasado era novedad hoy es obsoleto y no
sirve. Incluso en materia artística, el ser humano ha logrado tales avances,
que los japoneses tienen máquinas capaces de componer música…… pero flamenco,
no. Porque el flamenco, más que a impulsos eléctricos, responde a impulsos del
corazón, a la carne y a la sangre, al universo que se aloja en la parte
izquierda del pecho. Pocas ciencias pueden ayudar en cuestiones de flamenco…
¿Qué ciencia podría definir un martinete?
Y
es que el cante es tan abstracto que no admite escalas definidas, ni formas
precisas, y podrá parecer anárquico, pero si lo analizamos detenidamente,
parece no serlo. Una soleá es una soleá y una siguiriya una siguiriya, a pesar
de que un cantaor las diga y a continuación las repita y no le salgan iguales;
eso sí está comprobado y la razón puede ser que acuda el misticismo a la
garganta, la poesía a la razón, la inspiración a la técnica.
En
términos flamencos, se atribuye al duende la disposición para que un cantaor lo
haga bien o mal, a juicio de quien escucha, que esa es la principal premisa.
Hay magníficos cantaores que tienen logrado tal nivel de técnica que pueden
hacer un cante a cualquier hora del día, en cualquier sitio y ante cualquier
audiencia, lloviendo, venteando, con sol o con frío. Han repetido tantos
tercios, probado tantas formas, escuchado tanto cante y tantos estilos como
para dolerles los tímpanos, y los hay buenos, muy buenos.
Pero
hay cantaores de duende, con los que si uno tiene la suerte de estar en el
sitio adecuado a la hora precisa, puede ser testigo de la bajada a la tierra de
un fenómeno sobrehumano, porque ni el mismo cantaor sabe explicar qué técnica,
qué artificios o qué recursos acaba de emplear para el cante.
José Luis Tirado Fernández
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