Ya nadie canta en los bares. A menudo
cojo la sonanta, cuando tengo poca gente, y doy liberación a mis padecimientos;
melancolía unas veces, dolor de riñones otras, las más el hueco en el cajón de
la registradora, me motivan a soltar el aire que se me encona en el pecho. Esta
mañana, una señora de La Puebla de Cazalla, uno de los pueblos más flamencos y
cabales de España, me preguntaba, al ver los agradecimientos que tengo aquí colgados,
si yo era cantaor. -¡Más quisiera yo, señora. Aficionaíto y de los discretos.
Mientras que ella y su hija acababan el desayuno, me fui a mi rincón y me dio
por ahí, sí, por un fandango del Carbonerillo por bulería. Tenía ganas. Un
cliente que tomaba café me hizo compás con los nudillos y creamos, en un
momento, una escena de las antiguas, de las de toda la vida, pero a la vez una
rareza. Un cante en un bar. La gente que pasaba por la calle se paraba en medio
de la acera y miraba. Algo extraño sucedía; había cante dentro de un bar. Tristemente,
se suele repetir la misma circunstancia. Me sorprendió gratamente que las dos
mujeres, al acabar el cante, rompieran en aplausos; el corazoncito se me colmó
y se lo dediqué a ellas y a su pueblo.
Ella, la embarnizá, tiene
treinta y siete ferias. Está llena de polvo, de grasa, de salpicones de vino y
cerveza, y luce unas grietas en los ensambles a consecuencia de las humedades
que debo reparar con urgencia. Pero suena, acompaña y consuela. Me gustaría conocerla
mejor, moverme por su mástil con soltura, llegar al final de sus escalas con brillo,
no distraer su compás un segundo, alzarla al final como un trofeo. Pero soy un
negao.
Volviendo al meollo del tema, y
haciendo examen frío y objetivo, es, me parece… bueno, que el flamenco
está así, de esta forma, que sólo vive en las academias, las peñas y en las asociaciones
que se preocupan de su enaltecimiento, mantenimiento e idealización, y que sólo
quedamos cuatro que lo hemos mamado en casa, en la calle, con los amigos, en
los bares, sí, en los bares y en las tabernas, pero que en realidad es o se
está convirtiendo en un.. ¿Qué? ¿Reliquia, música étnica, un movimiento cultural
que sólo interesa a japoneses y determinados intelectuales? No sé lo que es en
este momento, pero que ha dejado de ser del pueblo, es seguro, porque eso de
que la gente se admire de escucharlo dentro de un bar es una demostración
elocuente. Y los aficionados, ¿dónde andan? A lo mejor refugiados en los nombrados
círculos. Una endogamia muy particular. No soy un sociólogo del flamenco, ni me
considero capaz de profundizar en el problema, pero me duele. Mucho.
No estoy preparado por tanto,
para montar una teoría digna del curso, discurso y derrota que está adquiriendo nuestro arte,
pero conocí un tiempo en el que la juerga en los bares era algo tan cotidiano y
familiar, que algunos establecimientos, afectados de cierta elegancia –subjetiva-
o categoría, colgaban el cartelito, ¿verdad, Agustín? de la maldición. Tiempo
pasado. No creo que vuelva. Mientras, gocemos de los ratitos que el
flamenco-amistad pueda ofrecernos, creo que pocos, muy pocos.
Personalmente, y desde que murió
mi amigo, estoy out. Hace mucho que no me divierto, y las risas de mis nietas
son por ahora, sustento de mis días y esperanza en el futuro. Pero me gustaría,
ya que estoy poco relacionado con la actualidad flamenca, pasar algún ratito de
los de antes, de los cabales. Los campanilleros en época navideña, me consuelan
también de esta hipocondría que me acomete. El verano es para las bicicletas,
la primavera, incienso, música y flores, y el otoño, tristeza y penumbras
grises. ¿Un deseo? que me ponga a cantar un día y que la gente pase por delante
del bar y no se asombre. Y que si alguien sabe dónde y a qué hora puede surgir
el duende, que me avise.
Mientras, unas divagaciones al
pelo.
Diseñe usted una juerga. Ponga
una cruz en cualquiera de estas opciones, aquella que crea más asequible:
-Salga
usted de noche y entre en los locales en los que anuncian flamenco en los carteles. Intente
participar.
-Cite
usted a todos sus conocidos y propóngales una fiesta, con vino, comida y local.
Si entre ellos no hay nadie capaz de arrancar una nota a un instrumento o tocar
dignamente las palmas como mínimo, llame a un cuadro baratito. Los hay.
-Entre
usted en un bar y coincida casualmente con varios aficionados a la hora justa y
en momento adecuado. Si en el bar está puesto el cartelito, mejor.
José Luis Tirado Fernández
-
José Luis, es muy evidente que el famosito cartel hizo se desterrara de los Bares el cante. También influyó el que estuviera mal visto el con dos palmadas se llamara la atención al camarero para atender una mesa. No digamos el desaire el percibir un rasgueo de una bien templada guitarra hacia su 'tocaor'.
ResponderEliminarA lo largo de dos, o tres generaciones, hemos vivido de espaldas a nuestras costumbres. Estaban 'mal vistas'. Solo las hemos hecho buenas a los 'guiris'.
Así hemos ido paulatinamente perdiendo nuestra identidad popular. ¡Así nos va!
Así es, José Luis, hoy esa escuela ya no existe. Acabó con ella un letrero que proliferó por doquier. Un letrero que ya ni siquiera hay que colocar porque todo el mundo sabe que en los bares SE PROHIBE EL CANTE
ResponderEliminarYo, particularmente, le tomé un odio visceral al dichoso letrerito. Por eso dediqué a la pérdida y al letrero estos versos en el Pregón Flamenco de la Tertulia Cantes al Aire
Qué penita de letrero,
qué mala suerte la mía
no tener ya ese venero
del arte de Andalucía
Por eso digo cien veces:
maldito seas, letrero
maldito seas con creces.
La mano debió caérsele
al que te escribió primero.
Que antes de colocarlo
debiera de haber pensado
que cantar es lo primero
que beben los trianeros
y también los sevillanos
¿Dónde aprenderán ahora
los niños, los jovencitos
ese sagrado misterio,
ese embrujo y ese rito
del que se inicia en flamenco?
Dónde llorará cantando,
dónde quebrará sus penas
la gente llana del pueblo
si ya no tienen tabernas
donde le dejen beberlo
Por eso digo y repito
lo que dije lo primero:
que sea cien veces maldito
ese maldito letrero.
Un abrazo, y sábete que, aunque no suela comentar, estoy aquí simpre.
Agustín Pérez
¡Ay José Luis! Cuántos recuerdos entrañables me traes con tu sentido escrito. En la calle Feria, había diversas tabernas y cuando iba a por los "mandaos" a mi madre, pasaba por las más cercanas a mi casa: "Casa Serafín", donde frecuentana mi padre, Jesús de la Rosa, (del inolvidable conjunto "Triana"), y sus hermanos. "Bodeguita Páez", etc y era frecuente oír cantar, tocar y las palmas, con un arte enorme. Tampoco era raro que los muchachos, al regreso a sus casa, tocaban las palmas y cantaban por la calle, era un concepto de vida, me gustaba, imprimian carácter en el vecindario por aquellas calendas...
EliminarEncuentro muy positivo estas entradas para que la memoria no se nos borre y que las nuevas generaciones entiendan lo que tuvimos y perdimos, a fin de aportar nuestro interés en que este tesoro emblemático se pueda ir recuperando. El blog es un "arma" de utilidad tan grande como influyente...
Gracias una vez más....
Magnifico y descriptivo poema de Agustín Pérez, te felicito por su profundo contenido. ¡Cuánta reflexión entraña!
Enhorabuena. Hombre, Agustín, te animo a seguir participando, sería estupendo.
Amistosamente.
Mari Carmen.
Bueno, como siempre que te visito, sé apreciar el derroche de pasión que te genera tu querido Sevilla, y todo el Arte andaluz... no es para menos!! Adelante con tu buen hacer contado los sentimientos. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarY ¿ tú eres un negao de no saber sacarle todo su arte a la "embarnizá"? permíteme que dude de lo que dices. Yo pienso que a lo mejor a la "embarnizá" le gusta sentir las caricias e tus manos y se hace la remolona para que insistas. Magnífico artículo, amigo mío, te lo dice una negá del cante jondo. un abrazo, amigo.
ResponderEliminarUn artículo lleno de vivencias, que facilita el recordar a quienes tenían la suerte de aplaudir en aquellas cavas, peñas, bares y otros el cante flamenco era autorizado.
ResponderEliminarLas líneas que escribe José Luis, son las que pueden orientar a los amantes del arte de Antonio Monge Rivero "El Planeta".
Aquellos carteles que se vienen a la memoria, pero que muchos no sabían porque era perseguida su interpretación; cuando el ¡Cante jondo!, siempre fue una lagrima caída por unas mejillas de canela mojada, aquel ¡Cante jondo! que los entendidos, decían que era un nudo en la garganta, cuando se ahogaba la pena, en unos ojos negros como pieles o cueros; ¡Cante jondo!, que podría definirse como unos dientes de leche fresca, blanca como una luna exuberante luz. El ¡Cante jondo!, que era paladear a la Andalucía como si fuese un amargo vino de injusticia y que calmaba las penas.
“Si se muere la guitarra/enterradla por el río/para que le toque el agua”.-