Dice a Dios sus oraciones de
noche, cuando se acuesta; antes de cerrar los ojos a su bondad se encomienda y El
le da sus bendiciones desde su atalaya excelsa porque lleva en las entrañas un
viril de vida eterna. En un rincón de la
estancia José duerme a pierna suelta para levantarse pronto que un largo viaje
espera; dio de comer al borrico, preparó viandas frescas y dos pellejos de agua por si la calor aprieta, que el invierno admite
a veces los rigores de esta tierra. Mientras, Maria, dormida, campiñas de raso
sueña y al verde de su capote extiende ilusiones nuevas; en lo mejor de sus
sueños, extrañas luces la inquietan y mira por la ventana guiada por la
extrañeza. Los faros del universo han
venido a su presencia y alumbran la majestad y el garbo
de su silueta astros, planetas, luceros, y todas… todas las estrellas bajaron a su
morada, abandonaron su estela dejando el
hueco en el cielo y se acercaron a verla; pero la estrella de Dios, la
que a los magos orienta, la que señala el camino, quiso estar más cerca de ella
y vino hasta su brocal a iluminar su belleza.
La estrella bebe en el pozo… Maria con gran sorpresa acude fervientemente,
se sube sobre una piedra y se asoma como puede porque el vientre no la deja. Cuelga del tul de su velo un canasto de
varetas y lo desliza hasta el fondo a ver si puede cogerla. Hasta arriba lo levanta, pero no viene la
estrella… sino un colosal prodigio que boquiabierta la deja… Allí… se le
presenta la vida, se le aparece la prenda ansiada de sus amores, el don que le prometiera
el Arcángel San Gabriel, anuncio de su
grandeza, un querubín de hermosura de rizada cabellera y los ojos como un cielo de
dulzura marinera.
Ella le coge en sus brazos y con
ternura le besa, él sonríe y le dedica la miel de su boca fresca, con cuatro dientes
que asoman jazmines de primavera, le va devolviendo besos como caricias de
menta. Ella retoza en el patio con su cachorro juega, caballito al trote
largo, al corro de la morera… vivan los guardias civiles que van por la carretera…
al colmo de la alegría con cinco lobitos llega, y como no puede hacerle la
sillita de la reina, le brinda para
mecerlo el columpio de sus trenzas.
Ella y su niño en el patio colmados
de dicha plena, ¡Qué maravilla de cuadro y qué estampa más risueña! ¡Qué sueño
tan prodigioso, qué fantástica quimera! Pero, ay, dolor, poco duran esas
hermosas escenas, porque los sueños son sueños, acaban igual que empiezan, y
pasan a ser recuerdos cuando uno se despierta.
-¡Maria, que ya es la hora, Maria,
Maria, despierta! Vaya por Dios, qué oportuno su marido la desvela. Tiene el borrico
cargado y la está esperando fuera, para ir a empadronarse a Belén, porque es su
tierra. Ya gozará de su niño pronto,
nada más que vuelvan y llenará su carita de besos de madre nueva; ya jugará con
los rizos de su bendita cabeza, a disfrutar
su perfume de florida rosaleda y acariciará la amable serenidad de su seda.
Mañana será otro día y cuando
acabe el sendero mantendrá el goce certero del sol de su compañía, ¡Qué suerte,
tienes, María, que el Señor, a su manera, encontró la verdadera concesión de su
cariño… ¡No te impacientes, que el niño,
nacerá cuando Él lo quiera!
José Luis Tirado Fernández
Te envidio, de veras envidio esas palabras tan hermosas con las que describes el sueño que tiene la Virgen soñando con el Niño que espera, que maravilla, y como me has emocionado, ya me imaginaba que tendríamos este regalo en estas fechas tan señalsdas, gracias pr eso un abrazoy buenas noches.
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