No es lo que vale el trigo, el porte o el jornal del carretero, sino el olor delicado del vapor de la telera, cuando hiende el aire buscando las ventanas. No es el valor del agua, la sal o el costo del fermento. sino el son de la lluvia en los trigales.
Pueden y deben ser, como ha sido desde siempre. Alfa, la chispa que crepita entre las yemas, como un nimbo de entrada al cielo, un minuto en el tiempo, terciopelo recamado de azahar. Escalón de la memoria, para alzarse de puntillas al presente. Vientre de plata, que sentimos en los dedos, paso de palio.
Quizá el más olvidado. Aquel que llena sin saciar, que conmueve a su paso por el aire. Lamda, que conduce el calor, la dulzura y la humedad. Aquel que vuelve a la niñez, a la harina tostada con canela, la miel y la fritura. Hermano de la flor, del incienso, la cera y el confite, que te guía hasta lo sano, lo puro, lo de siempre.
Puede ser la memoria de la madre. El jugo de su pecho, lo dulce de sus manos, de sus besos. Omicron, que regresa siempre y te encuentra, que te asoma a la perola del pasado, sus maneras, su rito, que te da a beber la primavera.
Tal vez la realidad en la llamada. Volver la cara y encontrarla. Sigma, la caricia sutil de la voz, el privilegio de oír la melodía, el llanto, la súplica o hallar en las pisadas el camino, seguir la estela y sucumbir en el la sostenido que barrena la madera del oboe.
Quizá la fe, o el saber cierto. El regalo del impacto en los sentidos. Omega, la gloria en la mirada, la divina gracia de encontrar al fin en el laberinto de las pasiones el final de la voluta en la madera. Lo esencial es la luz.
No midamos la montaña por su peso. Ella puede ser inalcanzable, o esconderse tras el pulgar una tarde de otoño, herido ya, o muerto, el horizonte, o venir en un rayo transparente que sana y purifica. Ni dejemos de pensar en el futuro, porque es el fruto del árbol amoroso de la vida.
José Luis Tirado Fernández