Es una tarde febril de la pubertad de junio, se asusta la carne al salir de casa y se echan de menos los charcos. Calor, y de la buena, de la que presumimos –maldecimos- los sevillanos. Hay un atasco en la Ronda de Capuchinos, pero no tiene sentido. Ni es la hora ni el día, y sin embargo, el tráfico se vuelve ceremonioso, cansino. Algo más de una docena de autocares repletos de turistas –quiero decir japoneses- insisten en arrimarse a la derecha según se pasa el bar Trinidad. Asustan a los pájaros de los jardines del Valle, descargan, y se van. ¿Qué harán, me pregunto, para satisfacer esa hambre flamenca que traen estos nipones? Nunca he entrado en uno de esos centros del pastiche. Todo lo más, en un tablao, pero me supongo que está un poco lejos de lo que aquí se ofrece. ¿Harán un “japonesas al clavel” para ofrecerles a continuación una sangría y un trozo de tortilla y ponerles a ver el espectáculo? A saber. Supongo que algunos puntos de incidencia generará para darle un bocado a la tasa de paro y que nuestro amado presidente pueda salir con la cabeza alta a decirnos que la economía, a pesar de todo, de él mismo, ha crecido.
Otro centro de pastiche artístico-cultural, en Martín Villa, un restaurante llamado “Volapié”, ofrece en su cartelería, amplia, profusa: Hoy, a las 21.00 Flamenco Show. Creo que se trata de una franquicia. Bueno. Más adelante, la casa de la memoria, ésta más amplia, más formal. Flamenco Show.
Algunos flamencos agradecerán esos puestos de trabajo, y algunos camareros, y algún recepcionista... y bueno va, que canso. He pensado que también, puestos a especular, quizá rifen un traje de flamenca entre los asistentes. En los ochenta, mi madre le regaló uno a Déborah, la mujer de mi amigo Pepe. Lo usaba como traje de noche. Y es que Nueva York es mucho Nueva York. Pero en Japón, hoy, hay más trajes de flamencas que teléfonos móviles y más academias de baile que en España. Me han hablado de cien sólo en Tokyo.
Por quince pavos, me doy el gusto de acudir al Quintero a la presentación del disco de José Valencia. Por lo anteriormente expuesto, me siento un privilegiado. ¿Cuánto le habrá costado a un japonés su plaza en uno de estos flamenco show? La memoria. La mía viaja y vuela a la calle Troya, a una tabernita alargada con dos puertas, antes de llegar al arquillo según se va hacia Betis a la derecha. Allí olía a vino blanco, y a orines, y de vez en cuando salía un parroquiano a escupir. Allí, sentado en un banquillo de madera de los de borriquete, descansaba algún viejo, rascando su mechero de yesca para encender un pitillo. Allí. Allí asomaba mis oidos, y volvían cargado de cantes arcaicos, solemnes, densos. Allí. Flamenco show.
Pido asiento alto y centrado, y me lo dan. Desde allí se ve más, se oye mejor. El aspecto de José es el de un divo del bel canto. Y, efectivamente, su voz se asemeja cuando aprieta a la de los divos. Pero canta flamenco, y muy bien. Fue giraldillo del cante en la bienal. Tiene gran oido, capacidad de salida y melismatiza -¿se dice así, señores flamenc...?- bien. Me ha gustado. No obstante, soy del precepto caracolero, ya saben... pellizco chico, caricia honda... pero cuando un cantaor canta por bajo, Manuel Cerrejón dice que por alto canta cualquiera, sirva el apunte, se agradece. Y lo que José ha hecho por bajo –sobre todo en las cantiñas- me ha gustado. Así que me apunto a este cantaor en mis favoritos.
¿Y a qué he venido?
A ganar la luz, como León Felipe. Ahora escondo yo el miedo y la vergüenza y declaro desierto el concurso. Y la luz aparece vestida de negro, con un delantal salpicado de estrellas redondas y un tocado que aborda el fin de este siglo. ¿quién te peina, primor, dime, hermosa, quién te peina? Enfila la oscuridad y ocupa todo el espacio. Ahora, ya no hay cante, ni guitarra, ni palmeros. En esa luz, sólo existe ella, y en un forcejeo con la envidia, me sobrepongo al deseo de ir, de hablarle, de decirle, de cantarle. Se envuelve en la melodía del tango, y pone las caderas donde no las pone nadie. Sus brazos, aspas de molinos que derriban el deseo y edifican fuegos. Ahora no hay nada, ni cantaor, ni tango, ni nada, porque ella lo es todo. Hasta la luz. Y yo, aquí, tan diminuto, tan lejos, tan cerca, pido a la providencia ser siquiera polvo de su suelo, o tabla que pisa para recoger la peina desprendida de su pelo. Ahora todo ha acabado. Soy el títere que falta en el guiñol del destino, un hombre atormentado que no sabe si el mañana se esconde en lo vivido.
Y me voy. Lo olvidaré mañana, cuando aclimate mis pupilas a otra luz, donde no estará ella. Mientras, seguiré rondando las calles, hasta dar con la tabernilla que está antes del arquillo, aunque me tenga que acostumbrar a entrar en esos templos del arte, donde ofrecen el flamenco show.
Pasen, señores, pasen.
José Luis Tirado Fernández
Paso, José Luis, paso, para decirte que el tesoro de tu prosa es un puntal tan bello como necesario para todos los que te queremos y admiramos.
ResponderEliminarMe alegra infinito verte de nuevo en el "tajo", es un apoyo mutuo, y aquí me tienes recibiendo la primera el bálsamo de tus palabras.
No soy japonesa, soy macarena y de Triana, mayor gloria no se puede tener, mi arma. Las viejas tabernas sevillanas eran y son templos del flamenco "der güeno", y de blog como los tuyos, con investigaciones incluidas...
Gracias, muchas gracias.
Afectuosamente.
M.C.
Mi querido amigo,te leo, te releo, y un atisbo de melancolía,de añoranza, de......muchas cositas que llevas dentro hacen que al escribir, veamos un trocito de tu alma
ResponderEliminarTodo es distinto, todo ha cambiada. No sé si el salto de nuestros padre a nosotros fué menor que el nuestro a nuestros hijos. Muchos , o algunos sevillanos nos agarramos a la Sevilla que vivimos, al callejeo de sus calles , de sus tabernas, al contacto continuo con el cante, con la poesía, con la pintura, con todas nuestras raíces
Hoy nuestros hijos son distintos,sueñan distintos,viven distintos, y es posible que mucho se quede en la historia
J,Luis quise ir a la reunión de Itimad el lunes por si te veia, para saludarte y darte un abrazo, pero me llamó mi hijo que vive en Alemania y suele venir a menudo por motivos de trabajo par cenar conmigo y verme, y, claro tenia que estar con él aunque solo fuera un ratito
Este relato tuyo , me ha traido recuerdos de mi juventud en La Campana, en Casa Pinto, en las tertulias que allí hacían con Luisa Ortega, su marido Arturo Pavon,( otro gran olvidado,artista como los mas grandes) con su piano la copla se hacia Grande, En fin......
Maestro; me descubro ante ti.¡¡Qué arte para hacer poesía de la prosa o de la prosa poesía!!, te envidio, desde mi pequeñez intelectual, te envidio tu facilidad de palabra. Cuantas verdades nos cuentas y cuantas cosas bonitas compartes con nosotros. ¿sabes? he disfrutado y saboreado esta entrada más que con tus poemas, porque te puedes extender más sin preocuparte de la métrica. Con tu permiso voy a copiar esta entrada y la voy a sacar de mi viejo ordenador portátil al que le duelen los huesos más que a mi. Así podré leerlo cada vez que quiera sin molestar a mi viejo confidente. Un abrazo
ResponderEliminarMaestro; me descubro ante ti.¡¡Qué arte para hacer poesía de la prosa o de la prosa poesía!!, te envidio, desde mi pequeñez intelectual, te envidio tu facilidad de palabra. Cuantas verdades nos cuentas y cuantas cosas bonitas compartes con nosotros. ¿sabes? he disfrutado y saboreado esta entrada más que con tus poemas, porque te puedes extender más sin preocuparte de la métrica. Con tu permiso voy a copiar esta entrada y la voy a sacar de mi viejo ordenador portátil al que le duelen los huesos más que a mi. Así podré leerlo cada vez que quiera sin molestar a mi viejo confidente. Un abrazo
ResponderEliminarMaestro; me descubro ante ti ¡¡Qué arte para hacer de la prosa poesía o de la poesía prosa! te envidio, envidio tu facilidad de palabra, ¡ cuantas verdades nos cuentas y cuantas cosas bonitas compartes con nosotras.¿ sabes? he disfrutado y saboreado esta entrada más que con tus poemas, porque te puedes extender más sin preocuparte de la métrica. Con tu permiso voy a copiar esta entrada y la voy a sacar de mi viejo ordenador portátil al que le duelen los huesos más que a mi, así podré leerla cada vez que quiera sin molestar a mi viejo confidente.un abrazo
ResponderEliminarte pido disculpas por mi viejo ordenador
ResponderEliminarMagistral, querido amigo, que forma tan bonita de narrar esos recuerdos.¡¡Una maravilla de entrada!!.
ResponderEliminarAbrazos.
Hoy, gracias y por desgracia el flamenco vive de los japoneses. Y no creas que no entienden. Más de lo que imaginas. Algo tendrá nuestra música que les atrae. Gracias porque como tú dices vive mucha gente que mueve todo eso. Y desgracia porque a muy poca gente de aqui les gusta.
ResponderEliminar¡Qué lirismo en tus descripciones! ¡Qué facilidad de expresión! ¡Qué deleite el leerte! Una opinión: de todas las culturas del planeta, la japonesa, en número de personas, es la que tiene un mayor contingente de admiradores hacia el flamenco. Doy la siguiente explicación: el flamenco no tiene necesariamente que ser entendido pero no puede dejar de sentirse. Ellos tienen muchas semejanzas con nosotros: mismo compás, voz melódica grave y un contrapunto, precisan de la expresividad, que por su timidez (o represión cultural) no la han desarrollado y el flamenco lo consideran su válvula de escape, el complemento que les falta y precisan.
ResponderEliminarGracias, José Luis, por tus sinceras expresiones.