Siempre volvían. Los atardeceres de aquellas entrañables fechas, los niños, guardaban sus trompos, sus limas y sus pelotas, y una ancestral seducción los devolvía a la calle a esperarlos, porque sabían que seguro, seguro, volverían. Eran cómplices del frío, del viento, de las bufandas. Pasaban ligeros, no preguntaban, se colaban en los patios, en las escaleras y en las tabernas y tarareaban lo de siempre, miraban hacia arriba y los niños pensaban que les dedicaban sus cánticos a los vecinos de los pisos superiores, pero no era así.
Como una exhalación, se marchaban después de recoger las perras que, los más humildes les habían arrojado, buscando nuevos asientos donde ejercer su liturgia. Jamás se despedían; se iban como habían llegado: cantando. Tenue luz, desconchado y adoquín, marchaban a golpe de cántaro, tímpano inconfundible de su estilo secular, hasta detener su paso en otro sitio, donde, un, dos, tres, un nuevo repique de palillo imponía el tres por cuatro de su cadencia añeja. Y la campanilla.
Camisitas blancas de campanillero,
cintas de colores, estrella y sombrero,
y la voluntá
p´a comprarle al niño castañas asás.
Los niños tomaban nota. Cada año, la estrella sobre el hombro, las cintas, la uniformidad, iba calando sus retinas y el estilo de su ciudad, de su barrio, iba dando forma a una vieja aspiración del grupo: ser ellos mismos. Más adelante, dibujarían en el paisaje urbano la forma de ser honesta, singular, única, de aquella tradición heredada de sus mayores. Salir, cantar, juntar, encargar al latero las estrellas; este año quizá no sirvan, pero el que viene ya las tenemos. Seguían volviendo aquellos otros mayores, siempre volvían. Y los niños, aprendiendo, aguzaban el oído:
Yo sé que tienes rosquillas
y no me las quieres dar,
cuando pases por mi puerta
te tengo que apedrear,
cuando pases por mi puerta
te tengo que apedrear,
se te caiga encima
la campana gorda de la catedral.
En la plazuela, debajo del árbol, poco antes de salir, se entonaban unos breves compases que servían de ensayo, luego, a cantar. Al centro, a las casas, a los corrales; el invierno era fiel compañero, las lluvias, no ayudaban demasiado. A veces, resguardados bajo un zaguán, se seguía cantando, para recrearse unas veces, para matar el frío otras. Se volvía al barrio con los calcetines mojados y con dos o tres monedas dentro del cántaro; no se repartían, se guardaban para el siguiente día, que sería, sin duda, más provechoso. Triángulo, chinchín y armónica; a veces, una guitarra con dos cuerdas menos, otras, un rascador, las menos, una carrañaca.
En algunos bares no dejaban entrar a los campanilleros porque molestaban a la clientela; eran mocosos, moradores de las casas de vecinos y los corrales, con los pantalones remendados en las rodillas y las culeras y a menudo atados a la cintura con una cuerda de cáñamo. Calzaban alpargatas o gastados zapatos y estaban mal peinados y churretosos. Y, claro, molestaban. En algunas casas con el zaguán de mármol, azulejos de Mensaque y fastuoso enrejado les soltaban el perro. Sería verdad que molestaban.
¡Cuánto daría esta ingrata ciudad que desdeña y olvida a sus hijos, por volver a engalanarse de sus coplas, de sus aires, de sus latidos! Volver a contemplar las rondas de sus campanillas, sus versos, sus plegarias… ¿Y la llaman leal? ¿Cómo va a ser ella misma sin su sello, sus risas, su humidad? ¿Y quién volverá a cantarle si no añora sus voces, sus pasos y su estrella sobre el hombro? Tiempo era tiempo. Lo que éste arrolla, termina por desaparecer. Ahora, tenedlo por seguro, nunca volverán.
Hermoso tu artículo, aunque me parece un poco pronto para pensar en la Navidad. Yo recuerdo que estas fechas empezaban a partir del día de la Inmaculada: inauguración del mosto del Aljarafe y de los próximos días de alegría.
ResponderEliminarNoviembre nunca ha existido para el andaluz, es el llamado mes de los muertos, y Andalucía es resurrección y vida. No nos adelantes tanto las fechas, José Luis.
Gracias por su comentario, querido y admirado Emilio, pero para mí, que ando en el empeño de mantener vivas estas tradiciones, es plena época de ensayos, con los que llevamos ya más de un mes, tiempo, por tanto, oportuno, para hacer estas reflexiones que nos induzcan a vivir plenamente ese tiempo cuando llegue. Saludos.
ResponderEliminarEn mis tiempos, allá por los cincuenta, las Pascuas comenzaban cuando al maestro le daba por ponernos a ensayar algún villancico que solía ser al comienzo de diciembre. Pero ya antes veíamos a coros de los mayores ensayar en el Campillo. El caso era empezar a callejear cantando cuanto antes y así tener más días para alegrar el "son" del cántaro.
ResponderEliminarMis mejores recuerdos infantiles están ligados a las Pascuas y, agradecido, desde un mes antes ya tengo mi botellita de anis endulzando mi casa.
Soy campanillero, con ocho años de pedigrí. Evidentemente, han cambiado muchas cosas.
ResponderEliminarHoy somos los 'mayores', que tal vez por añoranzas y para llevar sentimientos positivos a muchos desfavorecidos, enfermos, ancianos, impedidos y -sobre todo- a niños (en oncología, trauma, maternidad...) nos ocupamos estos días en afinar instrumentos y voces para realizar una modesta aportación de alegría a todos. De paso, tratamos de rehabilitar, o al menos, hacer que no se olvide el tradicional cante de 'villancicos por campanilleros'. Ramón.
Me desayuno tu artículo, que me sabe a hoyito de pan con aceite y azúcar, y me trae recuerdos de un tiempo en el que éramos felices a pesar de las penurias, y del que deberíamos aprender algunas cosas para sobrellevar mejor las dificultades.
ResponderEliminarUn artículo tierno que te lleva al borde de la lágrima y al brocal de la sonrisa al mismo tiempo.
Aunque lleva cierta razón Emilio, sé que para tí es tiempo. Tiempo de ensayos que permitirán "en su tiempo" disfrutar de vuestras voces anunciando Navidad.
Gracias por entregarme el primer mantecado de estas pascuas.
Agustín Pérez
Ay!, canto fatal, pero que me gustaria pertenecer a un coro de esos, ya no, de niño, si recuerdo tocar en cualquier epoca del año la bateria, con latas de gasolinas y otros objetos formabamos una banda, de musica y de golfillos, la verdad es asi, tela marinera.
ResponderEliminarOjala no se pierda esa bonita costumbre,.Hay que ser malaje pa charle el perro, Un abrazo y que no falten, los campanilleros por navidad
Canto fatal, quice decir, por cierto a ver si te oigo, no tengo dudas que me emocionare seguro..bonita entrada.
ResponderEliminarJosé Luis, me ha encantado. Yo no viví esos tiempos de corrales y zaguanes, pero me has ayudado a adentrarme en ellos con un realismo magnífico. Sí he vivido ensayos de villancicos y el salir a las calles del barrio de la Trinidad a cantar y pedir para el oratorio salesiano, y recuerdo esos momentos con enorme nostalgia.Qué importante es la música. Más de lo que nos creemos. Un abrazo.
ResponderEliminarSea como sea, nunca había tenido tal cantidad de comentarios en el blog, así, que, pronto o demasiado pronto, creo haber tocado un tema apasionante. Sé que tenemos por delante todo un mes de noviembre, pleno de misas de difunto y visitas a los cementerios, Tenorios, huesos de santo de los conventos sevillanos, las primeras castañas, etc., aunque en los últimos tiempos se han apoderado los anglosajones, como de tantas cosas, de nuestra forma de vivir y han impuesto su “jalo güin” a nuestras tradiciones. Hasta de la propia Navidad se han adueñado, con su consumismo salvaje, su Papá Noel y sus historias de colores. Defendamos lo nuestro y transmitámoslo a nuestros hijos y nietos. Posiblemente los medios impongan toda la parafernalia que cito a nuestros sinceros empeños, pero no por ello debemos dejar de intentarlo.
ResponderEliminarA los ensayos estáis invitados todos, aunque eso sí, como el sitio es pequeñito, todo el que esté interesado que me lo comunique y lo haremos por turnos. Antes de terminar Noviembre tenemos la primera actuación, en la presentación del cartel de Navidad de la Asociación “La Roldana”, ya informaremos ampliamente. Saludos y gracias por vuestros comentarios.
Hermoso artículo Jose Luis.
ResponderEliminarMe he visto a mí mismo, con mi chinchin hecho de tapones de cervezas y refrescos recogidos de entre el serrín del suelo del bar Cuatrovientos, que aplastados con una china,taladrados con una puntilla y enlazados con un trozo de alambre sacado de un tendedero viejo, era el instrumento que me tocó en suerte en el coro, y al que cada año iba añadiendo alguna cinta de color, o cualquier otro aditamento con la idea de hacerlo mas vistoso. Nunca toqué el cántaro, mira tu por donde, que lo tocó mi hermano. Y así cuando invierno tiñe de negro y morado los ocasos me viene al olfato el recuerdo de ese olor a aguardiente y a ambiente calentito de los bares de mi barrio, El Cerro, donde si nos dejaban entrar, y nos daban alguna que otra perra gorda, monedas de real y algunas veces hasta una "peligrosa", o sea una "rubia".
Recuerdo aquella letra que decía:
En vista estan los Reyes,
en vista sus caballos;
se dirigen a Belén,
para ofrecer sus regalos.
Llevemos pues, turrones y miel
para ofrecer al niño Enmanuel.
Cantad, Cantad, pastores bailad,
que el Niño de Dios ha nacido ya.
Gracias por dejarme tocar el cántaro electrico en tu coro.
Un abrazo. Pepe Gómez
Has tenido la suerte, por tanto, de ser campanillero de Sevilla. Y en tu barrio, El Cerro, hay un coro bastante importante llamado "Amigos de la Navidad", con el que ya tendremos ocasiónde coincidir ne algún sitio. sobre la letra que mandas, me parece muy hermosa, me gustaría conocer la tonada, ya tendremos un rato. gracias por el comentario. José Luis.
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