Son, como un paisaje de fondo, tu pasado, los recuerdos de tu niñez, de tu juventud, de tu madurez. Son las reglas que el tiempo escribe sobre el lomo de nuestros propósitos; si hoy andamos a vueltas con el desengaño y la indolencia por las cosas que nunca pasan, hubo un tiempo en el que creímos a la manera en que creen los niños, porque nuestra inocencia nos inducía a ello. Creer, sobre las cosas bellas, sobre los pensamientos puros, sobre las quimeras del porvenir. Son las cosas a las que hemos renunciado, y que cuando llegan, como fruto estacionario del frío, estas fechas, añoramos. Tenemos, pero no gozamos. Hemos crecido, pero a la vez hemos hecho entrega a ese crecimiento de nuestro espíritu, de nosotros mismos; hemos ahorrado en bienes y ahora los tenemos; hemos derrochado en ternura, nos la hemos gastado toda y ahora nos falta.
Salimos un día, por escapar de nuestra rutina, de escaparates, y oímos la voz antigua de la ciudad; nos llama. Nos vemos vestidos de campanillero, arreándole al cántaro de nuestro pasado para que nos devuelva el sonido arcaico, la banda sonora de nuestra vida, que se quedó anclada en los adoquines de la plaza o se tragaron los sumideros de la avenida, o cogidos de la mano de nuestro padre visitando los belenes del centro, con la vela colgando en la nariz y los cachetes colorados. Nos vemos echando la perra gorda en la hucha de Santo Dominguito, o haciendo la señal de la cruz de la mano de nuestra madre, cuando entrábamos en los templos. Y una lágrima asoma. ¡Cuánto daríamos por estar allí cinco minutos!
Salimos un día de la monotonía de nuestro bienestar doméstico o escapamos a las obligaciones laborales que a veces nos creamos para prosperar y buscamos entrar de nuevo en la magia de los humos de las castañas asás y del adorno de las luces, de las coplas que suenan a lo lejos, del pellejo de la pandereta, de la bulla de las calles, hasta que nos tropezamos con su cara, con sus manitas. Como una bofetada, el frío nos espabila y nos desaletarga. Después, como una brisa cálida, su gracia y el ángel de su gesto se apoderan de nuestra voluntad. Está allí, sigue estando allí y nos sigue llamando. A lo mejor es la misma de hace cuarenta años, o a lo mejor es de serie y no tiene los ojos de cristal. Pero está. Y cuando nos hayamos ido, estará, porque no nos pertenece a nosotros, sino a ese tiempo inmanente de canela y ajonjolí que todos hemos vivido al tiempo que creemos que se va, pero nunca acaba de irse, porque es parte de nuestros días. A ese tiempo que no vence.
como en el FACE, muy socorrido cuando vamos corriendo :
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Ya dirás dóndeo actuan los campanilleros
Malva_loca
Hoy hemos estado cantandole a los enfermos de Traumatología a y en la unidad de quemados. Por ahora, vamos el jueves en una residencia de ancianos en Nervión, a las 18.00,el viernes en otra de San Juan de la Palma, a las 18.00, el sábado en la casa de Extremadura a las 21.00, el domingo en Umbrete (Campo de Feria) a las 12.00, el jueves 22 para el ayuntamiento en la Plaza Nueva o plaza San Francisco, según donde pongan el escenario, a las 18.30, el mismo día cantamos al paso de la Vigen del Rocio del Salvador en la Cuesta del Rosario, casi llegando a San Isidoro.
ResponderEliminarEspero verte,saludos.
¡Qué sensibilidad! ¡Qué forma de retratar escenas! ¡Qué manera de sentir y hacer sentir! ¿Quién puede aportar más musicalidad, cadencia y ritmo a este escrito?
ResponderEliminarGracias, José Luis.