Y
como pasaron los días señalaítos –ay, dolor- y como impregnaron este alma indiferente
a los eventos culturales, deportivos y hasta sentimentales cuando llegan esas
fechas, y a pesar de las lluvias y de que no salieron todas, pero salieron
muchas, y de que se ha vivido lo que se ha podido pero no como se hubiera
querido, pues eso, que también ha estado uno en la calle y ha vibrado, sentido
y hasta escuchado alguna que otra saeta, unas, dignas, otras, buenas y alguna elegante
y correcta.
La
saeta no aportó nada al flamenco, sino que se alimentó de él. Era plana y se
modeló en el cante, adoptó sus reglas y sobrevivió; de canto de salmodia
anodino y runruneante pasó a ser rico, brillante,
agradecido, y comenzó a circular en el tiempo de pasión como uno de los palos. Nada
más lejos de la realidad; en plata, la saeta podría considerarse una
sanguijuela.
Cuando
se acomete una saeta por siguiriya (esto es para explicarlo en otro trance y
abarcaría alguna página que otra), se tiene uno que meter en los cantes madres,
en sus términos, sus marcas… pensar en sus formas, en definitiva. El siguiriyero
es melismático, sinuoso, atormentado, capaz de aplicar a una saeta la práctica
habitual de su arte y sorprender con su contenido flamenco. Resulta curioso
comprobar cómo gente que habitualmente no canta flamenco emprende con cierta
facilidad una saeta, la empieza, la termina y deja por medio algunas trazas de
arte. Son gente que ha arrimado el oído al altavoz, una y otra vez, como antes
se pegaban al cantaor en una candela o en una taberna, pero no suelen aportar
nada propio a la interpretación. Al siguiriyero se le conoce cuando dice el
primer ¡ay! y se sabe o se adivina lo que viene a continuación, dependiendo de
la calidad de cada cual. No suele hacer el macho o el cambio a martinete –remate-,
eso dulcifica mucho y alarga excesivamente el cante, y la saeta es un dardo –de
ahí su nombre- que hay que lanzar y salir andando, y no recrear ni recrearse en
ella. La gente, además, lo agradece.
En
los balcones, en las calles, se escuchan saetas que son siguiriya pura, y eso da
un indicativo de que allí hay un flamenco. Las versiones “light” de la misma
son acompañadas y almibaradas con escalas que llevan embutidas insólitas octavas
y son más interpretadas en exaltaciones y pregones, en los que yo también me
meto –o me meten- pues sarna con gusto no pica. Ahí se encuentran, si no las
mejores, si las que tienen mejores letras, aunque se olviden en algunas de lo
sagrado de su contenido y se incluyan extrañas adjetivaciones sobre todo en las
dedicadas a la belleza de nuestras dolorosas.
En
fin, la saeta por siguiriya tiene muchas variantes, muchas formas, tantas como intérpretes.
Mi opinión es que cuando un siguiriyero canta una saeta podemos asistir a un acontecimiento
sorprendente. Lo malo es cuando un saetero quiere meterse a siguiriyero. Cada
uno a lo suyo.
Desde mi corto entender en este palo del Flamenco, totalmente de acuerdo, es más me parece que desde hace unos años se están ejecutando saetas demasiado largas y, creo que la saeta debe tener una medida entre justa y sencilla.
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