Aviso: Yo no soy un crítico de flamenco,
sólo
escribiré sobre lo que pude ver anoche.
Para
ser un espectáculo que hipotéticamente iba a estar dedicado al baile (por su
título), nos ofreció algunas emociones fuera de programa y algún que otro detalle
inesperado. Personalmente, cuando se asiste a un evento –me gusta la palabra-
relacionado con lo que a uno le gusta, pero rodeado de buena gente como yo lo
hice anoche, con dos amigos entendidos, cabales y de los que siempre se puede
aprender, anota uno en su cartera algunas percepciones para las que uno por su
cuenta no anda preparado. “Istinguí” puede ser el término adecuado; mi campo de
visión y audición fue más amplio gracias a ellos.
El elenco se había reforzado con
Juan José Amador, un hombre forjado atrás y para quien la bienal, Señor Ortega,
debería haber tenido –para él solito y si es con su familia, mejor- un espacio,
aunque fuera pequeñito, Santa Clara mismo. De cualquier manera lo veremos allí
el día 2 de Octubre embutido entre dos cantaores extremeños. Junto a Moi de
Morón, David el Galli y Guillermo Manzano, dejaron para empezar, un buen sabor
de boca por bulería.
Diego de Morón nos trajo o nos
quiso traer la invocación profunda del otro Diego, que anduvo sobrevolando en espíritu
el hotel mientras que el hijo de Joselero andaba fallón y falto de inspiración,
brillando puntualmente en algunas falsetas de su maestro, que el público
jaleaba. Diego del Gastor gozaba tocando y hacía gozar a quienes le escuchaban.
Este otro Diego pone a la audiencia a ras de suelo, porque los años no pasan en
balde, los fantasmas del futuro se alimentan de talento, y andan a la espera para
comérselo y dejarnos sin él.
El Director de la Bienal estaba
por allí, también, alternando con los aficionados y disfrutando del flamenco.
Pepe Torres bajó a las cuevas
del arcano, para recoger la gema de lo jondo y entregarla a un público que
vibró entonces con sus movimientos, ramalazos de un tiempo ido e irrecuperable,
momentos de pasión de otras anchuras y otros colores. Soleá, difícil ese palo.
Antonio Ruiz el Carpintero es a
quien yo iba a ver. Le conocí en la cava, en una noche de encanto, charla
amistosa y duende en la que precisamente faltó el cante, ausencia corregida
ayer en el Hotel Triana, donde pude apreciar sus virtudes. Antonio es un hombre
que se pelea con su voz, en una bella expresión del poeta Agustín Pérez, que no
hace concesiones a la galería y que emociona con sus maneras de entenderlo. El
cante es su amigo. Yo también.
Moronense, bailaora y esposa de
otro gran cantaor, Rafael de Utrera, dejó notas de grandeza en el vuelo de sus
brazos y en el compás de sus tacones. Los de atrás no le iban a la zaga. A esto
debería referirse el título de la función. A Carmen Lozano.
Dani de Morón cambió el esquema;
de las puntadas sin hilo de Diego pasamos a una forma de toque moderna,
impecable, por su técnica y su limpieza, que envolvía en un mágico ambiente a
los asistentes. A lo mejor le habían dicho que Tomatito andaba entre el público,
y aunque en arte no existen las divisiones y todo el mundo es de la LFP, estoy
seguro de que esa presencia le hizo crecerse. Le acompañaron a la bulería final
los dos artistas que más han trabajado esta Bienal –posiblemente no los que
hayan cobrado más-, los Mellis, dos cajas de ritmo con forma humana, que
hicieron ancho el camino al guitarrista.
Bailó con entereza este joven, Jairo Barrull, nacido en la Macarena pero entroncado en el linaje de la familia de Diego del
Gastor, e hijo del bailaor Ramón
Barrull. Creí verle flotando en el aire en las escobillas finales, tal era la
quietud de su torso mientras que las piernas se convertían en un “sfumato” ágil
y sin contornos. No soy muy experto en bailes, pero me sorprendió este muchacho
sobre el escenario.
Y llegada la fiesta final, donde
todos pusieron su talento al servicio del compás, dejamos el Hotel después de
felicitar al Galli, al que he podido escuchar en otras actuaciones en peñas y
que cada vez me parece más afinado y seguro. Nos fuimos con buen sabor de
boca convencidos de que la frontera de Morón, tomada en su acepción de límite, se
adivina lejana cuando se asiste a una demostración de arte y compás como el que
vivimos anoche.
José Luis Tirado Fernández
Aunque confieso, humildemente que no entiendo de cante flamenco pero si entiendo de sentimientos y a ti te sobra como para leer tus crónicas sobre ese flamenco que a mi se me resiste. tus sentimientos y tu pasión que se refleja en lo que has escrito me ha encantado. ¡¡AH!!espero que esa noche te gustara mas que la Bienal. un saludo
ResponderEliminarJairo Barrull es hijo de Ramon Barrull no sobrino
ResponderEliminarCorregido, perdón por el lapsus. Y dele usted mi enhorabuena. Un saludo.
Eliminarhola Jose Luis gracias por corregirlo. Lo dare. un saludo
ResponderEliminarPara hablar de arte hay que tener criterio propio y no dejarse llevar por la opinion del de al lado. Te digo desde mi humilde opinion que no tienes ni puta idea de guitarra amigo.
ResponderEliminarLlevas razón, lo que sé tocar lo aprendí en la calle y no me sirve para vivir de ello, jamás estuve en una academia. Eso no me impide tener opiniones, que no sé porqué supones que no son mías, sino de otros. Escribí esta entrada la misma noche del espectáculo y la publiqué al día siguiente. Gracias por participar.
EliminarSiento decir q para mi opinión es una falta de respeto q hable usted asin de un monstruo como es Diego q toca la guitarra antes de empezar a andar ya tocaba es un monstruo de la guitarra tiene magia creo q usted tiene poco criterio en el toque a sin no se habla de un genio como todos los sobrinos de Diego q son grandes artistas y un ole por jero y por Pepe viva moron. Martina
ResponderEliminarDígame en qué frase está la falta de respeto y la eliminaré. Gracias por su mensaje y viva Morón siempre.
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