SETENTA VECES SIETE
Ni a los muertos
respetamos,
y ¡qué fácil la
condena!
rencores viejos estrena
la actual generación.
Yo ni te conozco,
primo,
pero mi abuelo me dijo
que conoce el entresijo
de tu mala condición.
Lo sabe desde pequeño,
pues de siempre le
contaron
los detalles que pasaron
con toda fidelidad.
Otros demuestran con
libros
reseñas irrefutables
y datos más que fiables,
la verdad de la verdad.
Tú calumnia, que algo
queda,
que mil veces repetida,
la falsedad es suplida
con celosa exactitud.
Y nos importa un
pimiento
siempre que le pase a
otros,
pero cuidado, a
nosotros,
no nos toquen la
virtud.
¡Cuán vertiginoso el
fallo!
¡y qué rápido el juicio!
el odio ejerce su
oficio
cuando dentro lo llevamos.
Nos ajustamos la
inquina
con la ropa de diario,
y en slogan lapidario
sin dudarlo,
sentenciamos.
¿Para qué nos vino
Cristo
si vivimos este encono?
la causa que aquí razono
se cimenta en el
perdón.
Pero perdonar… a todos,
no sólo a quien nos
conviene,
eso es lo malo que
tiene
la dichosa religión.
¿Digno de nuestra
clemencia?
según quién,
y de qué modo.
Aquí se resume todo
el presente que me
arredra.
Por eso venero a Cristo,
El mismo me lo ha
enseñado:
el que no tenga pecado,
tire la primera piedra.
Aunque creyente me siento,
de algunas voces me
espanto,
y a veces, no sabéis
cuánto,
ser cristiano me avergüenza.
Sé que Dios tuerce
renglones
más siempre escribe
derecho;
ahora, los golpes de
pecho,
me los daré en la
conciencia.
José Luis Tirado Fernández
Me has conmovido, es la vida misma.
ResponderEliminarGracias, invita a la reflexión más profunda.
¡Enhorabuenísima!