Dedicado a Valeriano López
Toma el nombre de
la lógica natural de la puesta en escena. En la división teatral del escenario,
el baile estaría ocupando el “centro” y “abajo”,
las partes más cercanas al público, mientras que el cantaor y los
instrumentistas ocuparía la parte de “arriba”, la más lejana y por lo general,
con luz más tenue y difusa. Tanto el cante, el toque y la percusión aparecen
desde esa línea como una mera escolta de lo que está sucediendo en primer plano,
y son sencillos servidores de la imagen y el movimiento encarnados en la figura
de quien baila.
Un segundo plano
Si bien forma
parte de un todo, el cante de atrás es desagradecido, por ocupar ese segundo
plano, y además, por no ser precisamente de fácil ejecución, ya que la continua búsqueda
del compás (aquí no hay segundas tomas) implica el abandono inconsciente de
cualquier adorno o embellecimiento de la melodía e induce a la profusión de omisiones
silábicas o introducción de otras nuevas de acomodación con las que el cantaor incurre
en lo que en flamenco suele denominarse como “embuste”. Los buenos
profesionales –hay verdaderos especialistas en esta disciplina- pasan por
encima de estas dificultades y alumbran fantásticas sinfonías para el oído.
En el cante de
atrás es imprescindible mucho ensayo. Aparte del bailaor/a y los cantaores/as,
deben intervenir en las previas el guitarrista y los percusionistas, así como los palmeros; y como suele estilarse hoy día,
el cajoncito peruano y si cabe en el presupuesto, un violín o una flauta
travesera. La concentración en el compás es la base de todo el espectáculo; el
guitarrista debe sacrificar la falseta larga y prodigiosa para estar en sintonía
con los otros, que a su vez también deben consagrar su capacidad de asombrar al
público en beneficio de la representación. Cuando el cuadro interviene por sí
mismo en una sesión única o cuando su tiempo en escena lo permite, se da espacio
para cada uno de los componentes, pasando los bailaores a incorporarse entre
los palmeros y explayándose cada uno de los integrantes en una demostración de
lo que es capaz de hacer.
El flamenco jondo
ocupa su lugar en el cante de atrás; se suelen interpretar palos sobrios pero
se suele acelerar el compás para terminar con toda una demostración rítmica y
rematar con un contrapposto desafiante del
que baila.
La forma primitiva de vender flamenco
Hubo un tiempo en
el que la gente no acudía a un teatro a escuchar a uno o varios cantaores dar
un recital, acompañado de una sonanta o de toda una orquesta. Eso vino después.
En principio, los viajeros románticos acudían a fiestas de gitanos a contemplar
cómo se mecían los “flamenco dancers” en Triana y lo que hacían El Fillo y El
planeta era acompañar el baile. En este mundo de suposiciones en que se basa la
historia del flamenco no es difícil adivinar que la primera comercialización de
nuestro arte fue de esa manera, hasta que Silverio sentó en una silla a un
gitano y le puso un guitarrista para que expresara sus duquelas en un escenario,
de cara al público.
Grandes cantaores
Si bien el cien
por cien de los cantaores y cantaoras profesionales ha acompañado al baile
alguna vez en su carrera, ha sido semillero de grandes figuras que han alcanzado
con su cante la fama posteriormente. Hay como ejemplo un buen número de ellos que
han sobresalido en el cante de atrás.
Destacó en esta disciplina
Chano Lobato, un artista que si bien era capaz de acometer cantes fundamentales
con gran soltura, tenía una gracia y un desparpajo naturales que para algunos
no casaban con esa manera de entender el cante jondo. Me pregunto en qué fallaría
Velázquez si hubiera tenido simpatía y supiera plasmarla en un lienzo. Chano
era un artista sobresaliente que hizo de este cante un monumento, acompañando a
artistas de la talla de Carmen Amaya, Pilar López, Matilde Coral o Antonio
Soler. El se consideraba entonces y por este motivo, un banderillero, en
contraposición a la figura del matador, que en este caso hubiera sido encarnada
por el bailaor.
No quiero terminar
esta entrada, o mejor, prefiero dejar para el final a un cantaor, trianero, de
estirpe flamenca, que nació en la calle Fabié, y es padre de una de las
figuras, en mi opinión, más importantes de este nuestro mundillo, y que ha acompañado
a prácticamente todas las grandes figuras del baile. Tiene, en vida y en la
casa donde nació, un azulejo con esa leyenda. En este video podemos verle junto
a su familia, acompañados a la guitarra por un jovencísimo Melchor de Quilate.
José Luis Tirado
Fernández
Tanto para el cante o la guitarra "dalante" se ha tenido que pasar primero por la universidad " datrás", como si de una tesis doctoral se tratara.
ResponderEliminarEra la única forma que se tenía de adquirir ese compás y ese saber... a no ser que ya viniera muy arraigado . Incluso así he conocido a muchos innatos -que no por el mero hecho de heredar ese dominio- han estado a la altura que les corresponde.