Despertó
temprano aquel domingo. No acababa de amanecer, pero tampoco acababan de
marcharse las tinieblas que envuelven nuestro sueño y amansan las inquietudes
que el día va dejando a lo largo e su travesía. Casi clandestinamente, los
rayos de Febo lograban alzarse con su victoria cotidiana y constante y le
obligaron a levantarse, dispuesto a salir a pasear el perro y comprar el
diario, como cada día de fiesta.
Volvía del quiosco
andando tranquilamente e intentando que el perro no tirara de la correa lo
suficiente como para apartarlo del camino que le marcaba la apretura de la
acera. Enfrente, en otra acera más ancha y cómoda, con farolas y alcorques
enmarcados en adoquín, pendían de los
arboles las flores del naranjo, que inevitablemente, marcaban el tiempo de esa
antesala de la Pasión, ese tiempo tan nuestro, ese tiempo en el que solemos
comer, ayunar, orar y vivir de una manera diferente.
Sintió, por
fin, el sol en el cogote, o mejor, su calidez, mientras una bandada de pájaros
atenuaba aquel brillo, y se cambió de manos el periódico y el ceñidor, en el
preciso momento en que el animal alzaba la pata sobre un canalón, para
aliviarse. Estaban muy cerca de la puerta de la iglesia y al pasar por delante,
pudo ver salir de la misma un grupo de personas, y eso le extrañó, porque era
demasiado temprano para misas o cualquier otra actividad eclesiástica, por lo
que su extrañeza derivó en curiosidad y quiso satisfacerla. Aflojó el paso y al
llegar a la puerta del templo se hizo el distraído y se paró para echar un
vistazo; olía intensamente a cera, demasiado fuerte como para provenir de un
altar o de un lucernario de promesas, un olor a cera excesivamente agudo, muy
pasado. Se preguntó qué habían estado haciendo esas personas allí tan temprano,
pero decidió seguir su camino y disponerse a desayunar y leer tranquilamente
las noticias.
A medida que
iban saliendo, se despedían unos de otros; hasta la tarde, hasta mañana, hasta
luego… el último tiró de la puerta y la dejó cerrada; tomaban caminos distintos
y se perdieron dejando la calle solitaria de nuevo. El hombre del perro también
dejó de formar parte de la escena, sin haber adivinado la certeza de lo que
allí había pasado. Era una cosa muy sencilla, y muy repetida a lo largo de las
distintas cuaresmas que se venían sucediendo desde que el primer paso de palio
llegó a la catedral en Semana Santa. Habían estado fundiendo, durante toda la
noche, las velas que alumbrarían el Miércoles Santo el rostro de la Señora,
buscando el resplandor más puro para enmarcarla.
Ardoroso el
anafe, caliente la perrubia en el cazo, una a una, despatilla, corta, endereza,
mide, alinea, coloca, más para el sagrario, más para el coro, bueno, bueno…
vale. Un poco de café, un pestiñito, un aguardiente, un chistecito… ¡Cuántas
horas robadas a la familia! ¡Cuánto amor, cuánto cariño, de esas personas, que no duermen
por su hermandad, poniendo el alma en lo que hacen, sin pedir más premio que
el lucimiento de la Virgen, sin esperar más recompensa que la bendición de su
divina madre!
Cuánto Amor encerrado en momentos tan sublimes. No puedo decirte más que me encanta la forma de exponer como se desenvuelven todos desde el prioste hasta... Felicidades amigo por hacer de ese trabajo un auténtico disfrute.
ResponderEliminarSIEMPRE DANDO LA TALLA
ResponderEliminarHERMOSO.SENTIO Y SOBRE TODO HUMANO
SEVILLA,SEVILLA,SEVILLA
HOLEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
admible
ResponderEliminarsimple y llanamente admirable
Precioso
ResponderEliminarPrecioso
ResponderEliminar"-Al bien hacer jamás le falta premio-"
ResponderEliminarCervantes.
**************
Eso pienso yo también, José Luis, cuando visito tu blog. Parece que has estado con ellos fundiendo las velas, compartiendo la tarea sublime para la Hermandad, y buscar después el descanso en casa.
Es un relato de los que calan hasta el alma.
Cuando yo me atrevo a escribir alguno, es cuando tengo "pellizcado" mis adentros, cuando se pasa mucho...
Tienes una riqueza de sentimientos enorme.
¡¡¡PRECIOSO!!!
Bonita estampa preliminar. Priostes y ayudantes de priostía.
ResponderEliminarLimpiar plata, fundir cera, suplementar trabajaderas, desempolvar alfombras, retirar bancos, preparar altar de insinias... toda una labor anónima para casi todos los que, más tarde, van a verter elogios sin acordarse de estos -también artífices- de nuestra gran Semana.
Bonita estampa preliminar. Priostes y ayudantes de priostía.
ResponderEliminarLimpiar plata, fundir cera, suplementar trabajaderas, desempolvar alfombras, retirar bancos, preparar altar de insinias... toda una labor anónima para casi todos los que, más tarde, van a verter elogios sin acordarse de estos -también artífices- de nuestra gran Semana.