Filtra
con la luz de sus rendijas esas nostalgias que usted acuna y cobija dentro de
la talega del pasado, donde duermen memorias viejas y casi enmohecidas, creadas
a la trama de juegos infantiles, de esperas vehementes y cercanas, de ingenuas
excusas y de los primeros adobes que luego conformarían el zócalo que sustenta su
querencia por lo nuestro. Sí, por lo suyo y por lo mío, usted ya sabe. Porque
usted estuvo debajo, y conoció sus remaches, sus largueros, sus cuñas y sus
maderos y algún que otro beso o arrumaco robados a su sombra. Allí sigue su
tiempo.
Usted
vuelve, suspira, mira el envés de sus manos y advierte que el tiempo pasa. Mas,
en esas fechas, ella planta su oscuro catafalco segura, solemne, y sin atender a
pesadumbres personales y frívolas, sin otra pretensión que servir para lo que
sirve, para soportar el peso de lo solemne y cobijar el vuelo de sus sueños. No
desprecie nunca esa teoría; con ella, aprendió a distinguir lo que por allí sube… y lo que
por allí baja, y también lo que se va quedando dentro, y lo que se deja fuera
antes de subir, entrar y dejarnos atrapar por su absurda simetría.
Allí
aprendió usted a seguir el compás de las estaciones, de las luces y las sombras
y de los modos del sitio, a entender el ámbito y fundirse en él, a formar parte
del entramado y bendecir por siempre jamás esta soga que se le ha liado al
cuerpo sin saber por dónde, ni por dónde no. La luna blanca entre las nubes;
parece que se va, pero está quieta. Son las nubes las que corren. Recuerda la mano agarrando
su manita para llevarle allí, a este arca de Noé del sevillano, que protege de
las avenidas y con la que no puede el crono, y el dedo señalando a Zaqueo para
que usted repare en su hachuela diminuta, o de noche la sangre del pecho del
pelicano. Ese es usted, y no esto en lo que se ha convertido.
Usted
regresa, la toca, recibe una descarga de vacíos y silencios, y un rimero de
preguntas le acucian sin que tenga respuesta clara –tantas respuestas- con la
que detener esa andanada, retira la mano cuando nota el cosquilleo de una palma
que acuchilla el aire o un sigiloso roce de pasos de alpargata, siente repeluco
en la espalda y busca grandes razones para seguir viviendo como vive. Pretende
huir y se retira velozmente, pero entonces siente la herida del amor y la hace
suya, la mece y la protege, gira sus pasos, y vuelve usted a rescatarse. Aún
es tiempo de cosechar el pasado.
Sí, aún es tiempo de cosechar el pasado, sobre todo, para nutrir el presente, las raíces se autoalimentan de nuestros sentimientos.
ResponderEliminar¡¡¡PRECIOSO!!!
¡Excelente reflexión "ramplera"! Viví muchos años muy cerca de esa "rampla". La subí y bajé de niño muchas veces. Luego me senté en su parte más alta con mis primeros amores juveniles. Ayer,otro Jueves Santo,gracias a Dios la subí y la bajé vestido del negro ruán de mi Hermandad de Pasión. Un día, espero que aún muy lejano, la subiré por ultima vez. Un fraternal abrazo.
ResponderEliminarQuerido José Luis, me has traído a la memoria unos versos que escribí hace ya mucho tiempo: Quién fuera niño y pudiera/correr al lado de Dios/cuando con Platero baja/la rampa del Salvador. Felicidades por este pensar en una nueva siembra que habremos de recoger "próximamente".
ResponderEliminar¿Por casulidad y curiosidad Mari Carmen Franconetti es familiaar de Silverio el cantaor de flamenco?
ResponderEliminarJose Luis, como siempre, lindo lindo, y además con el sabor del recuerdo. Para mi, cuando en todo mi apogeo de vida, desfilaban por ella mis queridos hijos todavia pequeños,en otra hermandad pero, da igual es el mismo sentimiento.