Paco trabajaba en aquel tiempo en un almacén de productos químicos. El encargado del transporte y distribución era un hombre canoso, menudo y al cual llamábamos por el apellido, Romero. Discutíamos frecuentemente con él de temas políticos y sociales, nos contaba sus experiencias durante su etapa inglesa, pues vivió en Londres toda su juventud y nos informaba entre guiños de la facilidad con que se ligaba por aquellas tierras. Cumplíamos diecinueve aquel año y las esponjas de nuestro entendimiento codiciaban cualquier nuevo fruto para colmar su voracidad. Tenía el hombre una furgoneta muy vieja y desvencijada a la que de continuo andaba parcheando con trozos de chapa y remaches. Era su medio de vida y la cuidaba como a su madre. Allí, en la zona de carga viajamos Paco y yo hasta La Puebla de Cazalla, donde se celebraba un evento político-cultural organizado por el Partido. Romero nos había dicho que él iba, y ante la repercusión que tuvo en los medios, vimos el cielo abierto y aquella furgoneta llena de lámparas y desconchados era la mejor limousine que nos podía llevar al sitio ansiado, a aquel contacto con el mundo de la cultura y el espectáculo. En la parte de delante de la furgoneta viajaban Romero y su señora. Salimos por la tarde, después del café. El traqueteo era insoportable, nos dejaba sordos y si no fuera por la edad que nos asistía el viaje hubiera sido una paliza. Afortunadamente, llegamos con ganas de cosas nuevas, de aventura. Al atardecer, y tras pasar por taquilla, entramos en un recinto deportivo en uno de cuyos goles estaba dispuesto un gran escenario lleno de focos y micrófonos. Entramos por una lateral, y Romero nos dijo que le esperásemos un momento. Había público ya esperando el comienzo. Banderas rojas y republicanas ondeaban en la perspectiva desde la que nos hallábamos. Romero volvió acompañado de un hombre y nos lo presentó. Este es mi amigo Paco. Le estrechamos la mano. Yo le dije a mi amigo al oído: “Quillo, ¿a quién se parece este tío? A Paco Rabal.
Pues es verdad. ¡Coño, y tan verdad!… acabábamos de conocer al gran actor, militante impenitente del Partido, y admirado por nosotros, Francisco Rabal. Increíble. Posiblemente Romero, había dejado la sorpresa para el final, en un intento guasón por asombrarnos. Nos dirigió amablemente hacia unas sillas vacías, al lado de donde estaba sentada su señora, la actriz Asunción Balaguer, y no recuerdo bien si otras personas de su familia.
La mujer de Romero se acomodó junto a ella, su marido después, y en las dos de pasillo, Paco y yo. Rabal se disculpó y se marchó a presentar el espectáculo. Los artistas y poetas que intervinieron no los recuerdo al completo, había muchos que eran amateurs, pero sí con nitidez a Quintín Cabrera, que cantó aquella que nos gustaba tanto de ¡Qué vida más diferente la suya y la mía, Señor Presidente! y también cantó aquellos sus famosos versos de rima tan particular y extraños acentos prosódicos:
En tiempo de los apostóles
los hombres eran barbáros
se subían a los arbóles
y cogían a los pajáros
También recuerdo la intervención de José Menese, mi admirado cantaor, que ese día había tenido problemas con el guitarrista y tuvo que buscar uno entre el público para actuar. Lo importante es que estábamos allí, con la gente que nos gustaba y escuchando lo que nos gustaba.
Rafael Alberti salió a leer sus poemas. No los recuerdo muy bien pero él estaba en pleno periodo feraz de creación, escribía mucho y no era raro escucharle cosas nuevas cuando iba a los actos del Partido.
A Paco Rabal sí le recuerdo especialmente, durante los incisos que hacía en el escenario, entre artista y artista. Iba, presentaba al siguiente y volvía junto a su familia, entre los que estábamos sentados Paco y yo. ¿Estáis bien? En la gloria, Paco. Romero nos explicó después que le unía una gran amistad con él desde la juventud. No recuerdo lo que bebimos, ni lo que comimos, pero sé que no nos hubiera hecho falta, alimentados con el don que estábamos recibiendo. La verdad, no nos lo podíamos creer. Ni lo que sucedió después, tampoco. En una de sus presentaciones Paco recitó un soneto de Miguel Hernández:
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle como un fruto
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como al toro a tu amor se lo disputo
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle como un fruto
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como al toro a tu amor se lo disputo
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
No sé exactamente cómo sucedió. En un momento de la noche Rabal nos llevaba hacia los camerinos y nos facilitaba la entrada. Conocimos a Alberti. Nos presentaron, le estrechamos su mano llena de nudos de primaveras, de azules perfiles y manchas pardas, y no llegamos a levitar porque uno de los invitados al privado interrumpió nuestra presentación, breve y fugaz. A Rafael se le veía cansado, ausente, sólo atendía con atención los comentarios de Paco Rabal, que le animaba. El dicho invitado, le dijo: “Rafael, hágame usted un pareado”. Alberti le miró de soslayo, y le contestó fríamente: “Yo no invento”. El individuo quedó desconcertado. No me hubiera gustado estar en su lugar.
¡Qué poco dura lo bueno! Nos despedimos. Volvimos en aquella furgoneta sin asientos, tendidos en el suelo, arrullados por su traqueteo, rumiando y saboreando aquello que habíamos vivido. Hoy, aun más sorprendidos que entonces porque lo podemos valorar en lo que vale. De una tacada, Rabal, Alberti, ¡Qué gozada! Estuve muchos días sin lavarme la mano derecha.
MAriquilla deja constancia de su paso por este Ilustre blog, eres un arista J.L.
ResponderEliminarDios bendiga a todo el que en esta casa entre. Y también al que no entre. Pero que entréis anima mucho,no sabes Mariquilla, cuánto.
ResponderEliminarGracias por tus visitas. José Luis.
Sigues contagiandome con tus vivencias y como no con las de paco, pues en esa epoca yo tambien recuerdo algo, poca cosa pero si buenas, como la de conocernos...........que no es poco
ResponderEliminarUn abrazo Jose Luis
Amigo ,eres un MOUSNSTRUO,.que me gusta Miguel Hernandez,ese viaje
ResponderEliminaren coche igualito que los de ahora,
una bollaura y coche nuevo, se apreciaba lo que se tenia se cuidaba, se queria,.Por cierto un poco cortante el Alberti,no ?
Yo no se como le respondo emm, nada
tendria el dia malaje de malejada del puerto,.un abrazo,.
Pepe, tú lo sabes. Kilómetros... la tira. Y con Paco, casi todos.
ResponderEliminarJosé María, la situación creo que era de agobio, estréss, etc.. de todas formas, a mí no me gustaría que un tío me dijera que le improvisara algo, creo que hizo bien contestandole. gracias a los dos. José Luis.