La Semana Santa ya está aquí; y no importa si llueve… si
llueve, que llueva. Dios, sabe cuándo y porqué, y no nos lamentemos de nuestra
suerte, pensemos mejor en el alivio de la sed de la tierra, de la ruina
económica que sufre el campo y su gente, y regocijémonos en esa agua que Cristo
nos manda. ¿Acaso no es Él el Rey de los cielos y la tierra? Venga pues la
lluvia y venga cuando Dios disponga, que venga ese trozo de cielo, el trocito
de cielo que se posó en el pañuelo de tu saeta, la parcela de gloria que dejó
en Sevilla la legión de saeteros, mujeres y hombres buenos, que cantan rezando
a Dios, para que los oiga bien, desde allí arriba.
Uno de ellos, uno muy importante, por su voz y sus
maneras, sus maneras artísticas y sobre todo humanas, que son las más
importantes, se nos ha ido.
Pepe Perejil, que si
buenos ratos nos hacía pasar en su establecimiento en noches encantadas e
inolvidables, también nos hizo erizar el cabello cuando delante de los pasos
ofrecía a nuestras sagradas imágenes el oro puro de los sentimientos de este
pueblo antiguo, sabio, que besa el suelo por donde Jesús camina, que convierte
esos besos en claveles y perfila el alivio a sus sufrimientos con esas
oraciones emocionadas de belleza tan particular.
Y para Pepe y su recuerdo, para su hermandad del Museo, para su
familia, para toda su buena gente.
Tinieblas del lunes santo…
y al doble de tu campana
descubrí Sevilla cuando
siendo niño me llevaban
a contemplar tu traslado
y el sello de tu templanza.
José Luis Tirado Fernández
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