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Esa no es la voz de
Cristo,
que nadie se llame a
engaño;
no es la voz del
pregonero
cuando va representando
el rol de sus ilusiones
en el negro sobre
blanco
sus inquietudes, sus
miedos,
sus anhelos, sus
fracasos,
sus opiniones, sus
rimas,
sus versos, buenos y
malos,
cuando desencaja un
ripio,
o un verso bien
combinado,
si consigue en una
estrofa
crear el lujo soñado,
como si ensartara en
oro
diciendo con son de
bardo
que las rosas blancas
son
rosas… vestidas de
nardo…
Si canta a la Macarena
o si canta imaginando
la cara del Gran Poder,
nos está manifestando
la hermosura de una
imagen
o su concepto heredado…
pero no es la voz de
Cristo,
que nadie se llame a
engaño,
cuando intenta ser ameno
o consigue lo
contrario,
cuando lo mejor
que tiene
deposita aquí en lo
alto
y ofrece a aquel que lo
escucha
su cuño de sevillano.
La voz de Dios está
arriba,
más allá de los
nublados,
está lejos del alcance
de quien es desconfiado,
alta la misericordia…
su corazón, aún más
alto,
así lo tiene el Señor
cuando le necesitamos;
en las entrañas los
hombres
misericordia llevamos,
aquí en Sevilla la
tienen
honrada sobre sus
pasos,
glorificada en su
imagen,
en los rezos que debajo
entonan los costaleros,
mientras lo tienen
parado,
o en la voz de las hermanas
cuando le rezan
cantando
a la madre de los
cielos
con el alba
despuntando.
La voz de Cristo en
Sevilla
siempre se estará
escuchando
mientras Sevilla le
ofrezca
las flores de su
entusiasmo,
que Cristo se las
devuelve
a quien es un buen
cristiano.
José Luis Tirado Fernández
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